COLEGIO SANTIAGO
 - VALLADOLID -



El 25 de Julio de 1892, d
ía de Santiago Apóstol, en la Ciudad de Valladolid se celebró notablemente por dos motivos principales.

A dichos Actos fue solicitada la presencia de la Reina María Cristina, quién delego su representación en el Inspector General del Arma.

A las 8,30 de la mañana de ese dia comenzaron a llegar al Colegio, las autoridades civiles y militares, generales, jefes y oficiales de Caballer
ía.

El pueblo de Valladolid y su autoridad civil se volcó en masa en los actos de la inauguración, así como políticos-diputados y senadores- de la época. 

La ceremonia fue celebrada por el Arzobispo de la Diócesis Monseñor Cascajares

A las 13,30 el General Marin – Representante de la Reina en ese Acto- ocupó la Presidencia acompañado por las autoridades Militares, Civiles y Eclesiasticas, y al terminarse  la comida, los colegiales huérfanos aparecieron en el salón recibiendo los aplausos que con cariño les brindaron todos los comensales.

Momentos mas tarde se celebraba un brindis en el que el General Marín emotivamente dijo:

"Con esta solemnidad tan grandiosa y de momentos de tan gratos recuerdos para todos, creo que solo puede pronunciarse un brindis: ¡Viva el Rey! ¡ Viva la Reina ¡.”

Siguió la fiesta acompañada de bailes y refrigerios culminando finalmente con la tradicional comida de “migas” que aunque no llegó a servirse, sirvió para refrendar el “nudo de compañerismo común a todos los que visten el mismo uniforme”. 

El 27 de Julio de 1892, El Norte de Castilla en su edición del dia finalizó el reportaje sobre los actos de la inauguración con los siguientes comentarios.

“Agradable recuerdo guardará Valladolid de estas fiestas que en su honor dio la brillante oficialidad de Caballeria  y, como de costumbre, aquél ha correspondido a esa atención honrandola y tomando participación en ellas.

Han pasado por este Colegio -que si en un principio suponia la antesala de la carrera militar -multitud de Pinfanos, en el transcurrir de los años y a partir de 1943 fecha en que se reconoción al Colegio  de Santiago como centro de enseñanza media y posteriormente como Residencia de Huérfanos,  se fue actualizando sus sistemas  y modernizando su enseñanza e impartiendo educación diversa y multidisplinar y preparación para la Universidad, desde cuyo centro han salido grandes profesionales de todas las ramas de la ciencia

Ejemplo admirable y verdaderamente notable por lo grandioso ha dado el Arma de Caballeria con motivo de la inauguración del Colegio de Santiago, nuevo centro instructivo creado para la educación de los desgraciados huérfanos, hijos de jefes y oficiales de Arma tan distinguida. La apertura de aquél ha servido para darse cita en nuestra población cuna de la mayoria de los oficiales de Caballeria, varios generales procedentes de ella, casi todos los coroneles, e innumerables jefes, capitanes y subalternos, llenos todos de gran entusiasmos y rebosando orgullo y satisfacción por la participación que a cada uno corresponde en tan benéfica obra...

“ ... el acto reralizado por el Arma de Caballeria es digno de la hidalguia y caballerosidad que le es proverbial. La cooperación de todos sus jefes y oficiales hará sostener un centro de instrucción donde adquirirán escogida educación infelices criaturas que hallarán mas tarde relativo bienestar cuando de otro modo ... llegara a fallarles lo preciso para la vida....”

Las distintas generaciones que han pasado por el Colegio ha ido dejan huella indeleble del carácter y personalidad de estos alumnos que con escasez de medios intentaba superar todas las situaciones que la vida les deparaba, baste narrar a continuación la anécdota que refiere el autor y academico de la Lengua D. Miguel Delibes en su libro “El otro futbol”.

"Yo jugué mucho al futbol de chico y aun de adolescente. En el Colegio de Lourdes, de Valladolid, era una potencia entonces, en los años treinta y con frecuencia, mediamos nuestras fuerzas con otros colegios de segunda enseñanza: los jesuitas, los maristas o los muchachos del Instituto. No es preciso decir que unas veces ganábamos y otras perdiamos, pero en cualquier caso, siempre quedaba vivo un deseo: remachar el triunfo obtenido o tomarnos el desquite de la derrota. Habia, no obstante un colegio en Valladolid que siempre nos vencia: el colegio de Santiago para huérlanos de Arma de Caballeria. He dicho que nos vencia cuando será mas exacto decir que nos barria, literalmente nos aplastaba por tanteos contundentes que, todavía lo recuerdo, rara vez bajaban de nueve a cero o el catorce a dos. No creo que en aquel campo de tierra apelmazada que los huérfanos tenian en la trasera del edificio escolar de la calle de Muro alcanzaramos nunca un resultado mas halagüeño que el de los seis o siete goles de diferencia. Y ¿qué tenian los huérfanos de Caballeria que no tuviéramos el resto de los escolares de Valladolid ? ¡Ah, los huérfanos! Aquellos mozos practicaban un futbol precursor, hecho de inteligencia y sobreentendidos, apoyado en una velocidad de diablos, una entereza de atletas y un finísimo toque de balón. Posiblemente todo ello dependiera de su preparador fisico o del frecuente ejercicio de este deporte, lo cierto es que aquellos muchachos ejecutaban otro futbol. 

Para mayor escarnio, los huérfanos jugaban en alpargatas si n que sus empeines parecieran resentirse de los secos trallazos que enviaban desde treinta metros contra nuestra porteria con aquellos balones recios, coriáceos, que, como dice Vicente Verdú en su estupendo y divertido libro El futbol, mitos, ritos y símbolos, <<trascendía el vaho de su vejiga (protegida por talco) y la biografia del cuero al que se le dispensaban cuidados vitalizadores dejándole secar al sol y embadurnándole con grasa>>. Para los huérfanos este pelotón pesadísimo no constituía el menor obstáculo. Sus rapidísimos pies ensayaban el tiro a gol desde cualquier punto y en cualquier circunstancia, sin preparación alguna, y, a menudo, como el lector podrá deducir de los tanteos consignados, lo conseguían . Su movilidad, sus disparos durísimos, con unos pies prácticamente desnudos, me asombraban, hasta el punto de que hoy, a cuarenta años de distancia, todavía los recuerdo con admiración."