CARABANCHELES

RELATO DE UN PÍNFANO

Por Tomás Gamero García

 

PRÓLOGO
 

He contado mis recuerdos de Las Mercedes y de Padrón. En estos colegios estuve desde los cinco a los doce años. Entré en la Inmaculada sin tener los trece, hasta los dieciséis que dejé el Bajo.

 

He querido juntar los años de la Inmaculada y el Bajo, pues forman parte de mi adolescencia. También los hechos son más personales, pues, aunque convivíamos durante toda la semana, sábados y domingos ya íbamos por libre, unos con sus familias y otros en grupos o pandillas que se formaron con gente de gustos afines...

 

Los relatos son ciertos. Hay algunas lagunas, se mezclan recuerdos, unos me ocurrieron a mi personalmente, otros los viví “ en directo”, otros me los han contado... pero todo es real. Los nombres, por supuesto, son inventados, aunque algunos de los lectores, los reconocerán inmediatamente, pues en esas edades todo se queda como muy marcado.

 

Tuve episodios agradables, otros menos y algunos muy desagradables...Contaré las cosas como me vengan a la cabeza, más que “venganzas” o “malos rollos”, me interesan sentimientos, aunque a veces se mezclen con impotencia y rabia, por lo que considerabas injusto.

 

Poco a poco el “sentido de grupo”, se va perdiendo. Van apareciendo los primeros “ enemigos”, que no tienen nada en común contigo y que incluso te hacen la “puñeta”. Los insultos . Las primera peleas a muerte.

 

Había un buen número de “solitarios”, que no “cuadraban” con nadie. Solía ser a principio de curso, luego, la necesidad, les hacía ir  a un lado u otro. Otros eran inseparables, como Zipi y Zape, para lo bueno y para lo malo. Los más formaban grupos de varios que tenían las mismas inquietudes y compartían gustos o aficiones. Recuerdo con pena los “desarraigados”. Los que se les habían colgado algún sambenito y eran motivo de burla, la mayoría de las veces por cuestiones físicas.

 

¡ Lo crueles que podemos ser a esas edades!

           

Mirando atrás... sin ira, recuerdo momentos muy buenos, pero en general, los sentimientos son tristes. Algún amigo íntimo llegué a tener... en verdad tuve muy buenos amigos que me ayudaron a vencer inseguridades y timideces que en mi llegaron a tener mucha importancia... aunque en realidad no la tenían. Mis mejores ratos de “conversación intentando arreglar esta cabeza”, los tuve con un sacerdote, D. Miguel, y con un amigo, Roberto, al que las circunstancias  y la vida acabó por separarnos.

 

La envidia fue otra de las cosas que más me llamaron la atención. Envidia ¿ de qué?. Todos éramos iguales, hubiese sido mejor que las fuerzas que gastábamos en llevarnos mal las hubiésemos empleado en ayudarnos... pero eso lo piensas ahora...

 

Definitivamente la  adolescencia es muy complicada, y más si no tienes  a alguien a tu lado para superarla. Y ahí estamos nosotros, huérfanos de padre y algunos de madre y metidos internos en un colegio donde tienes que aprender a ventilártelas por ti mismo y a la vez sacar los estudios que el día de mañana te servirán para ser algo en la vida.

 

CAPITULO I

 

ENTRADA INMACULADA

 

Esta vez si que me salí con la mía. A estas alturas de la vida ( 12 años), no me iba a acompañar nadie a mi nuevo colegio. Lo tenía decidido. Tenía decidido molestar a mi madre lo justo, por mi no iba a tener  problemas.

 

Había sido un verano movidito. Con todo mi 2º de bachiller aprobado, me esperaba un verano de no hacer nada, todo el día en la calle, cogiendo nidos, bañándome en la cacera ( especie de acequia de agua fresquísima),  para mitigar los calores del verano castellano...), pescar anguilas... Pero no...

 

Mi madre, para ganar algo de dinero, se había puesto a coser. Cosía en casa, pero después de comer y con un caloruzo impresionante, se juntaba con otras señoras que también cosían, en casa de una de ellas que vivía al otro lado del pueblo... y allí que me tienes acompañándola....y sudando. No me gustaba echarme la siesta, prefería tumbarme debajo de un árbol a la sombra y echar algún sueñecito... Había veces que mi madre incluso nos pegaba para que nos “echásemos la siesta”, Me descolgaba por el balcón y allá que me iba dónde hubiese quedado con los amigos. Pero este verano tenía que acompañarla...

 

Al final llegamos a un medio acuerdo y algunos días me quedaba. Era libre pero... sentía como que la vida me la tenía que solucionar yo solito... en esa edad es un sentimiento muy extraño... en condiciones normales tienes a tu familia que te ayuda y arropa en todas las decisiones... no es que mi madre no se ocupara de mi, pero tenía la necesidad de trabajar y en alguna ocasione en que la necesite, no la tuve... o eso me parecía a mi.

 

Total, que aquí me tienes en Atocha, después de un viaje triste, intentado llegar a mi nuevo colegio.

 

No me fue muy complicado, enseguida encontré el autobús y al poco tiempo ya estaba camino del edificio.

 

En ese corto espacio de tiempo, todo se me vino abajo, ya no estaba tan seguro ni me sentía tan fuerte... el “hormigueo” volvió a aparecer... de buena gana hubiera dicho a cualquier persona que pasaba por allí, que me hubiera acompañado... estaba solo, me sentía solo.

 

Respiré y empecé a andar. El edificio, alto y delgado, me dio más sensación de tristeza. Tenía balcones con sus barandillas. Crucé la puerta... Nadie

 

1         ¡ Juan, Juan!- oí que alguien me llamaba.

 

Me asomé a la habitación de dónde había salido la voz

 

-¡ Juan Antonio!- ¿ Qué haces aquí?

- Pues lo mismo que tu idiota, he venido solo

-¿ A ti te han acompañado?- Ya veo que no.

 

Nos sentamos. Para mi fue la mayor alegría que en esos momentos pude tener.. . Empezamos a contarnos cosas... A Ramón le habían sacado ya del colegio, su madre lo necesitaba para el campo. Javier y Rafa se habían ido a hacer 3º a otro colegio que también estaba en Madrid... Antonio fue el que peor lo tuvo, su madre murió y él estaba trabajando con su hermano mayor.

 

1   -     Entonces ¿ estamos tú y yo de los de Padrón?

 

Así era. Después coincidimos con otros compañeros, los que faltaban se habían

ido a Carabanchel Bajo que también se podía hacer 3º y 4º.

 

Nos pesaron , nos midieron y nos dieron la ropa con nuestro número correspondiente. También nos asignaron un dormitorio, en el segundo piso, no muy grande, con camas individuales y taquilla para dejar las cosas. ¡ todo esto ya lo habíamos vivido!

 

Faltaba el pelo. No tardaron mucho en cortárnoslo. Fue  al día siguiente, después del desayuno. Estábamos en mesas de cuatro. Las cosas las ponían en medio. Si no estabas atento, ni te habías sentado y ya habían desaparecido. Con el tiempo llegamos a un “consenso” y nos repartíamos todo de la mejor manera posible. Galletas, mermelada, mantequilla, nos hacíamos unos “mezclaillos” que nos sabían a gloria. El primer pan de la mañana no estaba muy blando, sería del día anterior, así que los tazones de “sopa de pan”, era el manjar exquisito para pasarla “ sin que sintieses ese vacío en el estómago” antes de la hora del recreo que nos daban un “bocadillito” de fiambre. Tan pequeño era que nos duraba “dos bocaos”, quién tenía la suerte de repartirlos se quedaba con “las sobras”... así que nos peleábamos por ir a por la cesta cuando llegaba la hora.
 

2 - ¡ De buena os habéis librado!- me comentó mi compañero de cama. Se llamaba Gabriel y era de Toledo.

 

3  -   ¿ Por qué?

Y me contó que a algunos nuevos les habían hecho desnudarse y hacer flexiones. Cuando entraron ayer por la tarde , el director ya no estaba y unos mayores se han disfrazado y les han gastado la “novatada”. Precisamente en un rincón del dormitorio se había formado un corrillo que escuchaba con mucha atención lo que un compañero contaba.

 

4 - Los nuevos debemos de unirnos y tener cuidado con las bromas. Nos tienen preparadas algunas. Lo de la entrada no ha sido más que la primera-

5  -    Yo ya me he quedado con la cara de uno de ellos y os juro que me la va a pagar-

 

Decididamente había que andarse con cuidado. Era normal que los “viejos”gastasen novatadas a los  nuevos, pero en lo de desnudarse se habían pasado. Lógica era la rabia que tenían los compañeros. 
     

El primer día fue muy relajado. Nos llevaron a las clases y estuvimos casi todo el día en el patio. Juan Antonio y yo enseguida nos juntamos con Gabriel y empezamos a charlar de nuestras cosas. Se había quedado huérfano ese verano, así que lo de los internados le venía de nuevo ¡ Qué envidia!, nos decía, pues nosotros ya teníamos la experiencia de Padrón y se nos hacía todo más llevadero. Yo le rebatía que era al contrario, que nosotros al tener “experiencia” sabíamos que lo íbamos a pasar muy mal y por eso sufríamos de antemano. A él ya le vendrían las cosas rodadas. Era muy tranquilo, pero a la vez reaccionaba con energía y mal genio cuando era necesario. Tenía la extraña costumbre de estarse tocando siempre la oreja, así que la tenía roja como un tomate... cuando alguien se burló de él, le arreó un derechazo que se le acabaron las ganas de volver a hacerlo. Luego me enteré que iba a  un gimnasio y practicaba boxeo. Jugaba de portero y era muy bueno. Pero lo que más nos acercó fue que le gustaba la música. Me enseñó, con gran alegría para mi, un transistor.

 

            -¡ Guárdalo muy bien!, me han dicho que los quitan y luego los retocan para que no se reconozcan. Me lo dejaba algunas veces, sobretodo los fines de semana que se iba con unos tíos suyos. ¡ Y nos envidiaba a nosotros!.¡ Envidia le tenía yo a él por poder salir y dormir fuera!

 

            - Un día os presentaré a mi prima- También le gusta mucho la música. Me ha dicho que cuando queramos podemos ir a su casa a escuchar discos ¡ Tiene un montón!. Como es hija única le compran todo lo que quiere.

 

Cenamos y nos acostamos. No me podía dormir. Nos habían avisado que a partir de mañana  ya empezábamos la “vida normal”.

 

¿ Qué me esperaría este curso?- La sensación de tristeza me invadía. La soledad de siempre.

 

¡ Menos mal que tenía a Juan Antonio y Gabriel para empezar otra nueva “ aventura”¡

 

CAPITULO II

 

  UN DÍA EN LA VIDA

 

 Nos levantaban a las siete y media, el inspector pasaba por los dormitorios avisando; nos dábamos media vuelta y ni caso... después, como a las ocho teníamos que estar preparados, las prisas nos hacían que muchas de las cosas estuviesen mal hechas...entre ellas la cama. Las taquillas tenían que quedar en orden y a las ocho quien quería ir a misa, iba, y quien no, media hora de estudio.

 

El desayuno a base de “ pan mojao”, sopas de leche en polvo que te sabían de maravilla.... aunque te acordases de la de tu casa.

 

A las nueve la primera clase. Recuerdo con alegría a algunos profesores, otros me hicieron alguna pasada... y otros pasaron totalmente inadvertidos... como un profesor de dibujo que le tomamos la medida y al final se tuvo que ir, aburrido, porque no podía con nosotros. Desde que entraba el cachondeo era total, él no sabía imponerse y así nos iba. Casi no dábamos clases... era dibujo lineal. A mi se da muy mal y nos hacíamos las láminas unos a otros la. El cambio fue a peor. Vino otro que era totalmente lo contrario, allí no se movía nadie. Era durísimo, quería los dibujos a la perfección. ¡ la de veces que me hizo repetir los míos!. Total por un agujerito de nada... Como utilizábamos tinta, hice un borrón; al intentar borrarlo el agujero fue mayúsculo. El dibujo fue de las asignaturas que me costó muchísimo aprobar.

 

Religión, Latín, Matemáticas, Ciencias Naturales, Francés, Gimnasia Y F.E.N. (Formación del Espíritu Nacional).

 

Religión se me daba bien. Más que la asignatura en si era quien la daba. Don Miguel, una de las personas que más me ayudó en esta época y de quien guarda un grato sentimiento de cariño.

 

Era vasco. Su equipo era el Bilbao. Los domingos por la tarde televisaban un partido de liga. Cuando tocaba el Bilbao no se oía  ni una mosca, ya se encargaba él de hacernos callar. Si su equipo marcaba un gol se ponía como un verdadero aficionado, dando gritos y parabienes a todo el mundo.... ahora que no hiciesen algo en contra, que por aquella boca salía de todo... con mucha educación.

 

Para mí fue una persona muy entrañable, siempre con una palabra de ánimo. Si te veía sólo o con mala cara , enseguida te sacaba el por qué. Podías hablar con él de todos los temas con libertad. Cuando le necesitabas siempre tenía un ratito para atenderte. Aparte de la Religión era el encargado “espiritual” de todos nosotros. A veces me pedía que ayudara en misa. Yo atravesaba una época en que lo de la Religión no lo tenía claro. Había dejado de ir a misa y no era uno de “sus preferidos”. Poco a poco me fue abriendo los ojos a realidades que estaban ahí pero que no las veía. Sobretodo las injusticias... No es justo que yo sea huérfano.... no es justo que esté aquí encerrado y no pueda ver a mi madre... no es justo que. Son las épocas en que todo es tu “enemigo”. Allí estuvo para asesorarme. Yo seguía sin ir a misa ( siempre me lo respetó), lo que hice  alguna vez fue de monaguillo... por eso de comer lo que sobraba de las sagradas formas y ¡ del vino!.

 

Nos invitaba a galletas, ¡esas galletas rellenas de nata que a mí me sabían a gloria!.

  

Latín nos lo daba el Director. Jamás tuve ningún problema con él. Era buen alumno y no había más problemas. El Latín me gustaba, lo que no me gustaba era estudiar. Lo que él quería era que sacara la máxima nota. Cuando hacía exámenes para subir nota casi me obligaba a presentarme.

 

-Vd. Puede hacer más de lo que hace-

 

Después me quedaba con la misma nota, pues yo no tenía ganas de estudiar más... En las clases era muy exigente, te hacía muchas preguntas... traducíamos  textos complicadísimos... o a mí me lo parecían.

 

Un día , que me echaron del estudio, me pilló. Me dijo que no esperaba eso de mí, que era un buen alumno... sentí vergüenza. Me bajó dos puntos en conducta y me dejó sin salida . Por supuesto, no me volvieron a echar más... por la cuenta que me tenía.

 

Mi mesa daba al lado de la ventana, casi al final de la clase. Tenía de compañero a Gabriel ¡ él si que estudiaba!. Cuando estaba sobre el libro tocándose la oreja no podías molestarle. Estaba concentrado y no quería saber nada de nadie. A la larga fuimos respetando su manera de ser. Al estar al final de la clase nos permitía tener un poco más de libertad... además la puerta estaba enfrente y veíamos si venía el profesor. A la hora de sacar las chuletas también... no nos pillaron nunca. Desde la ventana se veía la calle... no había mucho que ver, los chalecitos y el bar de enfrente. También había un señor mayor que se ponía con su carrito de chucherías y nos vendía a través de la verja del patio. Era agradable. A mi me “fió”  más de una vez... también le aguantaba sus “batallitas”. Era cojo, mutilado de guerra, por eso le permitían que estuviese allí ganándose unas pesetillas... eso decían.

 

Las Ciencias Naturales nos las daba un profesor totalmente calvo. Le cantábamos:

 

            “ Qué es aquello que se ve, en el fondo del pasillo,

            es la calva de Don... que le está sacando brillo.

 

Teníamos una libreta. Él fue el que me enseñó a hacer cuadros sinópticos. El libro lo utilizábamos de consulta. Con recortes de periódicos hacíamos unos resúmenes que nos quedaban muy bien. No recuerdo exámenes, la nota era la de la libreta, tenía que estar “inmaculadamente hecha”. Cuando mi tío me sacaba de fin de semana, toda mi obsesión era que me trajese del cuartel ( era militar), revistas especializadas. Me las conseguía y recortaba lo más interesante. Si me sobraba alguna, la vendía al mejor postor. ¡ Había que buscarse la vida!.

 

El profesor de Francés, era , al mismo tiempo director del coro. Arreaba unos capones de no te menees. Era muy serio y tenía mal genio si no salían las cosas como el quería. Vivía en el colegio, pues además llevaba la administración. Si te apuntabas al coro ya tenías algo ganado, pero como te tomara ojeriza.. Yo venía de dar un curso de francés y no se hizo muy cuesta arriba. Recuerdo una lección “ Le co co ri co du coq”. Con tantas –c-, al final acababas riéndote. No conseguíamos acabar la lectura y se enfadaba.

 

De las otras asignaturas casi no me acuerdo. La Gimnasia me traía por la calle de la amargura, era bastante “patoso” debido a mis piernas largas y a la “desconexión” que tienes en esas edades. La aprobaba por los pelos. Me las arreglaba para hacer trabajos teóricos. En una clase se propuso hacer combates de boxeo. Se hicieron las parejas y a mi me tocó ¡ Gabriel!. Hablé antes con él para pactar algo. Me dijo que no me haría mucho daño. Empezó el combate, yo ni idea... Me arreó un derechazo que vi las estrellas. Ganó. Así fue ganando a todos los contrincantes y quedó campeón... lo que le supuso tener el trimestre ya aprobado.

 

Por las tardes nos daban una pequeña merienda, estudio y la cena. Recuerdo las cebollas hervidas, enteras... no las he podido volver a comer. Las patatas con “lunares” negros que, para hacerlas más tragaderas las chafabas y las engullías con buenos trozos de pan.

 

A la cama , pronto, que mañana había que madrugar y  “pasar” otro día.

 

CAPITULO III
 

FINES DE SEMANA

 

Con autorización, podías “ hacer puente”. Salías el sábado por la mañana, dormía fuera y regresabas el domingo por la tarde. Lo tenía que decir antes, pues así descontaban las comidas y cenas. No es que fuesen mejores, era una medida “ahorrativa”.

 

A veces me sacaba algún miembro de mi familia. Recuerdo con mucho cariño a mi tía Antonia, que me ponía unas comidas pantagruélicas y después me “echaba” unos bocadillos de chorizo y jamón que, aún hoy, recuerdo su olor fabuloso y lo bien que me sabían. También me daba algún dinerillo.

 

Mi tío José también me sacaba a veces. A quién más temía era a su mujer. Me daba muy mal de comer. Por el contrario, mi tío, antes de entrar al colegio, en el bar de enfrente, me compraba unos bocadillo de anchoas para chuparse los dedos. A escondidas, me daba algo para mis gasto. No tenían hijos, creo que me tenía algo de cariño... sin estar su mujer al lado.

 

Mi padrino también me sacaba de puente. Vivían en Moratalaz, un barrio que  a mi me parecía una maravilla. El piso, no era muy grande y me ponían una cama-mueble en el comedor. Tenía dos hijos mayores que yo. Algunos domingos me invitaban a ir al fútbol a ver al Atleti de Madrid. Ahí creo que empezó a interesarme el fútbol, estadísticamente, pues jugaba muy mal. Seguía los domingos con mucho interés el “Carrusel deportivo” y con Juan Antonio hacíamos quinielas todas las semanas.

 

Diariamente había un mayor que salía a comprar las cosas que necesitásemos... Hicimos con él una peña semanal. Alguna quiniela de doce nos tocó, poca cosa. Suficiente para comernos –otros- maravillosos bocadillos de anchoas del bar de enfrente... digo –otros- porque con uno no teníamos bastante.

 

Si teníamos dinero íbamos a la Gran Vía a pasear, - solo podíamos hacer eso- y ver carteleras de cines... nos perdíamos entre tanta cantidad de gente. Sobretodo nos parábamos en las tiendas de discos. Nos enrollaba mucho la música, y más después de conocer a Enrique, un gaditano que se sabía todas las canciones de los Beach Boys, un grupo norteamericano, desconocido para mí, pero al que luego me aficioné.

 

Era muy buena gente. Estábamos muy unidos. Salíamos juntos por el barrio, incluso nos ligamos a unas chavalitas y paseábamos con ellas. Recuerdo el cine Ciudad Lineal, al que íbamos en un extraordinario... pues no teníamos un duro.

 

En el barrio había un bar que tenía una máquina de discos y mesas de billar. Por poco dinero nos pasábamos media tarde. Allí era dónde dejábamos el uniforme y nos cambiábamos de ropa de casa, teniendo buen cuidado que no nos viese  ningún inspector que anduviera por la calle en ese momento. Una vez cogíamos el autobús y salíamos fuera del barrio, respirábamos tranquilos. La impresión era que la gente nos rechazaba por el mero hecho de llevar el uniforme. Algunas personas no nos trataban bien, con desprecio... en esas edades te rebelas contra todo y contra todos y no lo entiendes, así que nos vestíamos “de casa” y tan felices...

 

Recuerdo una tarde que fuimos a ver una película de los Beatles. Había un montón de gente, sobretodo chicas. Allí nos tienes al grupo de pínfanos con nuestro uniforme y todas mirándonos con cara extraña... me creía morir. Al entrar me tocó al lado de una chica muy simpática, lo cual bajó un poco la vergüenza, pero  también la rabia que sentías. Incluso ligamos... al llegar al colegio decidimos que siempre nos cambiaríamos e iríamos con ropa “de casa”.

           

            Los fines de semana que no teníamos dinero, salíamos por la mañana a dar una vuelta, generalmente íbamos al pinar de Chamartín, jugábamos un partido de fútbol y nos tumbábamos en la hierba a descansar y charlar de nuestras cosas. Luego volvíamos  a comer y, por la tarde nos dedicábamos a oír los partidos de fútbol. Antes de que empezara el de la TV, nos dábamos una vuelta por el barrio, oíamos algún disco en los billares y nos comprábamos unas milhojas que a mí me sabían a gloria. Cuando me mandaban algo de dinero, me guardaba el correspondiente para tan suculento manjar y no lo tocaba para nada, pensando en el banquete que me esperaba el domingo por la tarde.

 

Solíamos vagabundear por el barrio. Era una zona de chalets, con sus correspondientes jardines y sus... perros. La cantidad de carreras que nos hemos tenido que dar después de que algún gracioso tocara al timbre y salieren los perros como fieras ladrando... Además a nosotros nos reconocían enseguida por el uniforme, y alguna queja tuvo el director de vecinos que no entendían estas chiquilladas. Nos lo pasábamos en grande.

 

Si no dormías fuera, los sábados por la noche aprovechábamos y nos reuníamos en los lavabos. Cada uno traía lo que podía... si alguien había recibido paquete de casa, entonces la fiesta era completa. Comprábamos pan, vino y cerveza y montábamos unos banquetes de órdago... ni que decir tiene que nos turnábamos en la vigilancia... pocas veces tuvimos que dar " el queo", pues los sábados no eran muy exigentes en cuanto a disciplina. Recuerdo que en uno de esos banquetes nos despistamos y apareció un inspector ¡ horror!. No pasó nada, incluso se tomó un vaso de vino... había inspectores que se portaban bien con nosotros, otros no tanto... Incluso te ayudaban a solucionar algún problemilla personal que te surgía. Bueno, pues los sábados por la noche eran una fiesta. Acabábamos escuchando música en algún transistor... recuerdo que hacía un programa que repasaba los éxitos de la semana. También nos enganchó uno que hacían de miedo, con sus efectos especiales y todo. Con todas estas emociones tardábamos en dormirnos aunque no nos importaba mucho, pues al día siguiente nos levantábamos un poco más tarde. Y el fumeque. A esa edad empecé a fumar, celtas cortos y en un extraordinario bisontes. Nos pasábamos "la pava" y apurábamos hasta el final, lo que hizo que los dedos se nos pusieran amarillos de tanta nicotina... casi lo hacías por aburrimiento, pero el empezar tan pronto me ha acarreado algún disgusto médico... aunque no me arrepiento.

 

Cuando se acababa el domingo te invadía una especie de melancolía dificil de explicar, sobretodo en esos inviernos tan crudos que me tocó pasar. Se te ponía ahí, en el pecho y no te dejaba ni respirar, ese vacio angustioso que te daba ganas de llorar... ¡ Cuidado!... que no te vea nadie.

 

¡ Otra semana más encerrado y volviendo a hacer lo mismo! ¡ Y encima estudiar, con lo poco que me apetece! ¡ En la próxima carta que escriba a casa le digo a mi madre que ya no puedo aguantar más y que me saque aunque sea a trabajar!... Iluso de mi, ¡ no me quedaba años todavía!... Y te entraba esa desazón profunda que no te dejaba ni dormir.

 

¡ Arriba! ¡ Vamos a levantarse!... la voz del inspector pasando por el dormitorio. ¡ pero si me acabo de dormir!

 

Esta era la cruda realidad...