HISTORIA ABREVIADA PARA UN MES DE VERANO
      (Mundi)  


Primer Premio de Relatos cortos en el II Día del Pínfano. Castillo de Santa Cruz, 7 de Mayo de 2005

       
                                              
CAPÍTULO I
                  

 

El hombre del tiempo había acertado la noche anterior cuando, al final del telediario, anunció que al día siguiente, en la Comunidad valenciana luciría el sol, con cielos despejados y las temperaturas en ascenso. Eran las once de la mañana y las sombrillas de alquiler de la playa estaban todas ocupadas, el calor apretaba, no soplaba ni una brisa de aire y el termómetro marcaba 26º. En el lugar de costumbre, primera fila de sombrillas, Segismundo y su familia tenían reservadas dos sombrillas y cuatro hamacas que compartían: su mujer, su suegra, sus dos hijos, chico y chica y él.
 

Se dice, que el hombre es un animal de costumbres y esta familia no era la excepción de la regla. Desayuno en el hotel sobre las nueve y media, bajada a la playa, que estaba pegada al hotel, y entonces, mientras sus hijos jugaban unos interminables partidos con las paletas con el consiguiente cabreo de más de un bañista, su mujer se embadurnaba de crema y procedía a tostarse vuelta y vuelta, su suegra se colocaba a la sombra en la hamaca tratando de resolver un libro entero de crucigramas, cosa que se le daba muy bien, él Segismundo, se colocaba un gorrillo para evitar insolaciones, ya que, a través del cabello,  empezaba a clareársele el cartonaje y con una mini-radio de auriculares y las chanclas en la mano, se perdía en un interminable paseo por la orilla de la playa, con el agua dándole en los pies. Después regresaba, se daba un buen baño, se tumbaba en una hamaca a secarse al sol y a continuación se colocaba a la sombra a leer el periódico y escuchar la radio. Luego vendría lo de las cañitas y unas tapas en el chiringuito antes de comer.
 

La verdad es que ,lo de leer el periódico y escuchar la radio era una tapadera para poder embeberse en sus pensamientos y recuerdos sin que nadie le molestase. Osea, Segis - mundo, se entregaba de lleno al mundo de la “pensada”. Ese término y lo que ella representaba, lo había aprendido y puesto en práctica en los colegios por los que había pasado; era frecuente ver a un compañero ensimismado, mirando sin ver y dando la sensación de estar muy lejos. Cuando alguien se dirigía a él, el aludido, contestaba con aquello de: ”Déjame, estoy de pensada”. Había una especie de código por el que se trataba de respetar al que estaba en aquella situación.
 

A Segis, porque así era como le llamaban de pequeño en casa,  esa costumbre se le había quedado grabada y la ponía en práctica con mucha frecuencia. En infinidad de ocasiones su mujer tenía que devolverle al presente un tanto cabreada: 

“Segis, cariño - le decía - aterriza que llevas mas de media hora haciendo como que estás no estando y sin hacer caso a nada de lo que te estoy hablando”. 

“Perdona, se me había ido la mente a otra parte”, se disculpaba Segis. 

Así que, aquella mañana calurosa del mes de agosto, Segis, parapetado detrás del periódico y con los auriculares puestos, se “fue” muy  lejos, a sus primeros años de colegio porque, Segis, era pínfano desde que cumplió los nueve años.
 

Los primeros años de la existencia de Segis fueron de felicidad, dentro de las limitaciones de la época. Su padre, militar, a finales de los 40  fue destinado a una pequeña capital de provincia del norte, de donde era originaria su mujer y en donde estaba ubicado un Regimiento de Artillería. Allí nació Segis. Con ellos vivía una tía soltera, hermana mayor de su madre, enfermera de profesión, que antes de estallar la guerra civil se fue a trabajar a Londres. Una vez finalizada la II Guerra Mundial, decidió regresar a España. Se quedó a vivir con ellos y pronto encontró trabajo como enfermera con un prestigioso analista. La tía Rosa, iba, en cuanto a costumbres, quince o veinte años por delante de las que se estilaban en aquella ciudad. Con frecuencia, vestía con pantalones y era corriente verla fumar por la calle. Esos comportamientos rompían moldes y a menudo, eran tema de comentario entre los que la conocían y los que no. Colaboró de lleno en la educación de Segis. De entrada, les planteó a los padres de la criatura la conveniencia  de la educación bilingüe para el chaval, cosa que no les pareció mal, aunque en aquellos años no era habitual. A si que ahí estaba Segis, con ocho años, hablando con la misma facilidad el inglés que el español. En casa, su tía se dirigía a él únicamente en inglés, lo que a veces mosqueaba a su padre que desconocía el idioma, por eso, a la hora de las comidas, sólo se hablaba el idioma de Cervantes.
 

Un día, la tía Rosa, llegó a la conclusión de que la ciudad se la quedaba pequeña y decidió volverse a Londres. Segis, tenía un poco más de ocho años y recordaba, sentado en la hamaca mientras su suegra seguía con lo de los crucigramas, que la marcha de su tía fue como el pistoletazo de salida de sus desgracias, amén de la pérdida temporal de un ser querido con el que había desarrollado unos lazos de complicidad, diferentes a los que sentía por su madre, pero igual de entrañables.
 

Las guerras ,en las personas que toman parte en ellas, o en las que las sufren, tienen un doble efecto, el inmediato, de cuyos resultados dan cuenta los partes de guerra y las estadísticas y los secundarios. Éstos son como una especie de bomba con espoleta retardada, cuyos efectos afloran tiempo después. Éste fue el caso del padre de Segis. Tantas noches de frío, a la intemperie con temperaturas por debajo de cero, alimentación deficiente y falta de cuidados, hicieron que cogiera una neumonía que curó mal. Como secuelas le quedaron una tosecilla y algo de fatiga que el achacaba al tabaco. Hasta que la cosa se puso fea. Llevaba un tiempo con catarro, combatiéndolo a base de aspirinas, pero llegó un momento en que ,aquello, no dio más de si, la fiebre le subió una barbaridad y durante dos días estuvo produciendo un montón de flemas que era incapaz de expulsar. A pesar del tratamiento con antibióticos que le aplicó, el médico de cabecera, no pudo evitar que se le inundaran los pulmones y falleciera.
 

A Segis se lo llevaron a casa de unos familiares y hasta que no enterraron a su padre no volvió con su madre. Ver a su madre le impresionó. Aquella imagen de su madre, abriéndole la puerta vestida de negro, no se le borraría de la cabeza en la vida. Ella era de por sí de tez blanca, pero el vestido negro acentuaba mucho más su palidez. Aun hoy, pasados los años, cuando Segis se acordaba de su madre la primera  imagen que le venía a la memoria era la de aquel día. En cierta ocasión, años después, en una conversación con otro pínfano, éste le dijo  que ,en aquellos años, el negro de las viudas de los militares daba la sensación de ser más negro que los demás y Segis, rememorando la imagen de su madre, estuvo de acuerdo.
 

Los acontecimientos para Segis se precipitaron de forma imparable. Su madre , se quedó con una magra pensión y los compañeros de su marido le hablaron de los colegios de huérfanos y de la conveniencia de que mandara a Segis a uno de ellos. Ahora ,pasado el tiempo , Segis ,adivinaba el dilema al que tuvo que enfrentarse su madre y la lucha que debió de librar entre el cariño , que le impulsaba a no separarse de él y la posibilidad de ofrecerle un porvenir. Debió de costarle mucho ,hasta que ,un día  ,sentados los dos frente a frente , mientras desayunaban, le habló de que tenía que ir a un colegio interno ,de que debía portarse como un hombrecito y de que todo era por su bien. Todo eso se lo dijo con unos ojos irritados , pensaba ahora Segis , producto de una noche de llanto continuo y luchas consigo misma .

 

CAPÍTULO II

 

Los preparativos para ir al colegio fueron breves ya que, el representante del Patronato, le explicó a su madre que en el colegio le darían de todo. En los días que pasaron hasta la partida, Segis,  recordaba haber recibido una carta de su tía Rosa, en inglés por supuesto, que todavía conservaba y que fue para él el punto en el que apoyarse para iniciar la nueva etapa de su vida.
 

 Y llegó el día. Su madre le acompañó hasta la estación, Segis llevaba una pequeña maletilla de cartón que apenas pesaba, porque poco llevaba dentro. Fueron los dos a un despacho donde estaba el que, con el tiempo, dedujo que era el  Jefe de estación y con el que su madre mantuvo una conversación. Cuando llegó el tren, su madre le abrazó con una fuerza inusitada, el recuerdo de la presión de los labios en su cara, mientras le cubría de besos, le duró a Segis mucho tiempo, tanto que, aun ahora, parecía sentirla. El futuro pinfanillo puso en práctica, aunque a duras penas, uno de los consejos de la carta de su tía Rosa y no lloró. A partir de ese momento comenzó  una especie de carrera de relevos en la que Segis era el”testigo”a entregar. El Jefe de estación le cogió de la mano y le llevó hasta uno de los vagones de donde bajó un guardia civil y se hizo cargo de Segis. Éste a su vez, cuando llegaron a la estación de trasbordo, lo entregó a otro Jefe de estación que, cuando llegó el tren que debía tomar Segis, lo puso a cargo de los guardias que venían en él. Éstos, finalmente, lo entregaron a un representante del Colegio que salió a recogerlo en la última estación, la de destino.
 

Así hizo Segis su primer viaje en tren, custodiado por la Guardia Civil. La verdad es que se portaron muy bien con él; le acomodaron en un departamento y durante todo el viaje hicieron varias visitas para ver que tal iba, y Segis iba de maravilla. Cuando los del departamento se enteraron de que era huérfano se deshicieron en atenciones. Todo el que sacaba algo de comer le ofrecía e incluso, le obligaba a que comiera y Segis comió de todo: pan de hogaza con chorizo, jamón, queso, hasta bacalao en una tartera que sacó uno de las viajeros y fruta y agua. A Segis,  es como si su subconsciente le previniera que debía acumular energías y llenar el estómago por lo que pudiera pasar. Ahora recordaba el viaje y no podía quitarse de la cabeza la sensación de lo enormemente largo que había sido, la oscuridad de las estaciones por las que pasaban cuando llegó la noche y la cantidad de carbonilla que había acumulado. Le había dado tiempo de comer ,dormir, aun con la incomodidad de aquellos vagones, escuchar las conversaciones de los pasajeros, contestar a lo que le preguntaban, y ver el paisaje que, conforme se iban acercando a su destino, se hacía cada vez más verde. El final del viaje era Padrón, un pueblecito de la provincia de La Coruña donde se encontraba ubicado el colegio.
 

Cuando traspasó las puertas de aquel colegio, el huérfano Segismundo se convirtió en el pínfano Segismundo que parece lo mismo pero no es igual, ya que, en este aspecto, la semántica es importantísima. A Segis el colegio en si le impresionó, piedra, mucha piedra y mucha ventana. Las monjas, con aquellas tocas, le impresionaron más todavía y cuando por fin, después de que le hubieran pelado, duchado, vestido con lo que sería su segunda piel, el trapillo y hubiese  empezado a conocer a compañeros nuevos,   pudo meterse en la cama de aquel dormitorio corrido y las luces se apagaron, Segis, lloró en silencio desconsoladamente.
 

De que su vida había dado un cambio drástico se dio cuenta de inmediato. Por cambiar le cambiaron hasta el nombre. A los coleguillas les hizo gracia lo de Segismundo y aunque él les dijo que le llamaban Segis  a ellos les pareció más natural llamarle Mundo y no contentos con eso, ese apelativo lo fueron cambiando por el diminutivo Mundi y con él se quedó. A lo largo de su vida pinfanil  ese fue su nombre de referencia  y con el devenir del tiempo si alguien le llamaba así, bien por teléfono o por la calle, sabía que era un compa de sus años de pinfanato. 
 

Mundi, cuando salió tres años después de aquel colegio, se hizo la firme promesa de olvidar todo lo que allí había pasado, de autoconvencerse de que aquello había sido un mal sueño. Porque Mundi allí lo pasó muy mal, sobre todo el primer año. Probablemente a esa edad no se está preparado para asumir esa sucesión ininterrumpida de acontecimientos y situaciones  y más si no se tiene al lado una madre a la que contar las penas y de la que recibir consejos . Aunque era buen estudiante, era niño y como niño hacía travesuras que no siempre eran entendidas como tales por las monjas, lo que originaba castigos impropios de aplicar a un niño de esa edad, aunque Mundi reconocía que no todas se portaban  igual. Le costó hacerse al gusto de las comidas que les ponían ,por otra parte no muy abundantes, mas bien nada abundantes, le reventaba el tener que restregarse las orejas con agua y jabón todos los días por las mañanas como si tuviera que sacarles brillo, dormía mal pues le daba reparo el soñar en voz alta y que sus compañeros se enterasen de sus secretos, en definitiva no estaba a gusto. En aquellos tres años en el colegio, alcanzó la pubertad, el trato diario y continuo con niños mayores que él y el ascendente que éstos tenían sobre los pequeños, hizo que despertara a la vida mucho antes de lo que lo hubiera hecho de haber permanecido en su casa. Hizo amigos de los que nunca se olvidan, aunque luego los años les separarían. Con ellos compartía penas y alegrías y eran la tabla donde asirse cuando las cosas iban mal. Tuvo que aprender a valerse por si mismo, pero por las noches, muchas noches, seguía llorando en silencio.
 

Normalmente, un par de veces  al mes recibía carta de su madre que leía y releía hasta casi aprendérselas de memoria, luego las volvía a meter en el sobre y las guardaba como su pequeño tesoro.  Alguna de las cartas solía coincidir con algún pequeño paquete en el que predominaban las galletas de coco que tanto le gustaban. El día que recibía carta, cuando llegaba la noche, se dormía sintiendo en la cara los últimos besos de su madre en la estación, porque seguía siendo un niño. De su tía también recibía cartas aunque de forma más esporádica. Alguna de ellas se las enseñaba  a sus amiguetes para que vieran que estaba escrita en un idioma que ellos no entendían; esto le daba cierto prestigio en su círculo de amistades. Por una de las cartas de su madre, se enteró de que pasaría las navidades en el colegio y  que no volvería a casa hasta el verano. El mundo se le vino encima aunque le ayudó a superarlo el ver que no era el único y que alguno de sus mejores amigos correrían  la misma suerte. No fue la única Navidad que  Mundi pasó en el colegio. Al año siguiente sucedió lo mismo y fue al tercer año cuando pudo ir a casa por vacaciones de Navidad. Su madre había cogido a “pensión” a una maestra nacional  recién destinada a una escuela de la ciudad y pudo pagar el viaje de Mundi. La habitación que había ocupado la tía Rosa ahora la ocupaba la maestra. Pero desde entonces, las fiestas de Navidad,  le traían a la memoria la congoja y la tristeza de aquellas dos navidades que pasó en el colegio, a pesar de la voluntad de las monjas por hacérselas agradables y de aquellos militares que vinieron el día de Reyes para entregarles parte de los juguetes que habían pedido en las cartas a SS MM.
 

Las navidades van unidas al frío y el frío para Mundi fue una constante en su paso por los colegios, sobre todo en los dos primeros. Era un frío horroroso que le entraba hasta los huesos y que hacía que deseara llegase cuanto antes la hora de irse a la cama  para meter la cabeza debajo de las mantas y entrar en calor o, al menos, amortiguar los efectos de ese frío tan espantoso. Hasta tal punto le afectó la sensación de frío que ,aun hoy en día, cuando llegaban las primeras bajadas de temperatura, se rascaba las manos en un acto reflejo, recuerdo de los picores que, hace tantos años, le produjeron  los sabañones.
 

Mundi terminó su último curso en Padrón hecho un veteranazo y a punto de cumplir los doce años dijo adiós al colegio. Había superado una etapa ,llegó como un niño y se iba como un hombrecito un tanto prematuro En ese colegio había dejado unos cuantos jirones de su ser infantil, pero, por otra parte, pensaba ahora,  mientras trataba de sacar la cajetilla tabaco de la bolsa de playa, su paso por él le había aportado un componente a su incipiente personalidad.
 

Por delante le quedaba un largo periplo de colegio en colegio pero, cuando tomó el tren de regreso a casa, sólo pensaba en que, a éste, no volvería jamás.

 

CAPÍTULO  III
 

Mundi sacó el paquete de cigarrillos de la bolsa y extrajo uno. Antes de encenderlo hizo una pausa. Este ritual le había acompañado desde que empezó a fumar en el colegio y todavía hoy lo mantenía. Esa pausa era el tiempo suficiente para que ,en otros tiempos, se oyeran unas voces que decían: ”¡La pava!”, ”¡La subpava!”... Lo mismo sucedía al terminar, nunca agotaba los cigarrillos. Se acordaba de que, cuando había dado unas cuantas caladas y apenas había sobrepasado la mitad del cigarro, las mismas voces le increpaban: ”¡Aquí huele a uña!”, ” ¡Que te vas a quemar el codo!”. En sus años de pinfanato jamás pudo fumarse un cigarrillo entero.
 

Las vacaciones de verano, una vez dejado el colegio, se las había pasado estupendamente. Todo el día en la calle porque, entonces, se podía estar en la calle sin ningún problema. Por las mañanas toda la cuadrilla de amigos del barrio se iban a la huerta de uno de ellos, que tenía una alberca para el riego y allí se bañaban. Algunos días transgredían las normas y se iban a bañar a un río cercano que, en esa época de estío, traía poca agua. La huerta tenía muchos árboles frutales y se ponían moraditos de cerezas, perucos y grosella, sobre todo grosella, de la que había unos buenos arbustos y a Mundi le encantaba. Volvía a casa  y después de comer era obligada la siesta. Por las ventanas abiertas, que daban al patio de luces,  se oía la radio de algún vecino que, en su programación de “Discos dedicados” unía la música con los deseos de felicidad.”... Para Antoñita  de su novio que mucho la quiere, para que pase un feliz día de cumpleaños.... ”Acto seguido, y después de un rosario de dedicatorias, Antonio Molina se desgañitaba para que todos nos enteráramos de que era minero. Pepe Blanco, más tranquilo él , cantaba las excelencias del cocidito madrileño, o daba clases de gramática explicando que la palabra Madrid, tenía seis letras. Su madre se hacía la loca cuando, en lugar de dormir, se dedicaba a leer tebeos de Roberto Alcázar y Pedrín, del Guerrero del Antifaz, de Hazañas Bélicas y el TBO y Jaimito.  Salían cada semana y entre los compas, con la paga, compraban cada uno de una colección diferente y luego se los cambiaban. A Mundi le encantaba el olor a tinta que desprendían los lotes de tebeos nuevos en la tienda donde los vendían y  en la que también vendían y cambiaban novelas. Por la tarde, otra vez a la calle a jugar al marro o a detectives y ladrones o a las chapas, con aquellas interminables vueltas ciclistas en un  recorrido pintado con tiza en el asfalto, o al guá. La peonza o el hinque, eran otro entretenimientos. La actividad se detenía para subir a casa por la merienda ,normalmente pan con chocolate del de tierra, o dulce de membrillo hecho en casa y luego, se reanudaba hasta la hora de cenar. Después de cenar, su madre solía quedarse oyendo en la radio al tal Alberto Oliveras y su “Ustedes son formidables”, mientras cosía algo y él se iba a la cama a seguir leyendo tebeos, aunque, lo cierto es, que caía rendido.
 

A finales de agosto los padres ( en masculino) organizaban una cangrejada en un bar del barrio. Previamente algunos de ellos y acompañados de algún que otro chaval los habían ido a pescar con reteles. Los ponían guisados con tomate en una gran perola en el centro de la mesa y ¡todos a comer!. Mundi que acudía a la merendola junto con sus compañeros, viendo a los padres de sus amigos tomando un vino, mientras observaban como sus vástagos devoraban lo que se ponía por delante, se daba cuenta que él era diferente.
 

Como diferente iba a ser lo que le esperaba poco tiempo después.
 

Pasó el verano, siempre corto y Mundi emprendió viaje rumbo a su nuevo destino: el colegio de la Inmaculada, en Madrid. Esta vez el viaje era más corto y directo. Así que Mundi se encontró entrando por la puerta de su nuevo colegio, donde, si la cosa no se torcía, debería pasar dos años.
 

Como en el anterior, le asignaron un número, le mandaron a la ducha, le cortaron el pelo, y para no  variar le dieron un inseparable trapillo.
 

Mundi creía que esta vez tenía una ventaja y era que, como ya había estado en otro colegio, se las sabía casi todas no como los que venían por primera vez y para los que todo era novedad . Además contaba con amigos del otro colegio y los nuevos tenían que hacérselos. En parte tenía razón, pero sólo en parte, como pudo comprobar cuando se topó con el primer inspector, que le pegó un broncazo por no darse prisa en ir a la ducha. Que estaba equivocado lo corroboró el hecho de que los dos primeros días desayunó sólo líquido, pues la parte sólida del desayuno, que lo ponían en el centro de la mesa, desapareció en un pis pas y el se quedó sin nada. Otro tanto le sucedió con el postre. Había aprendido dos nuevos términos para él desconocidos: inspector y abordaje.
 

Lo de los amigos tampoco estaba muy claro ya que, algunos de los que había tenido en Padrón no volvieron al colegio.
 

Entre los dos años que pasó en este colegio y los tres siguientes en el colegio Santiago de Carabanchel Bajo, Mundi, quemó su adolescencia.
 

En estos cinco años, Mundi incorporó a su argot pinfanil nuevos vocablos: pava, subpava, queo, pitraco, escaqueo, aspirino, galonista... Hizo nuevos amigos. Desarrolló una habilidad inusitada por el dibujo, incluidas las caricaturas, lo que le ocasionó más de un disgusto por caricaturizar a quien no debía, sobre todo si era un profesor. Comprobó que los profesores eran más duros que las monjas y que a más de uno se le iba la mano. En este aspecto se llevaba la palma una especie de energúmeno de cerca de dos metros que a la sazón era el director del colegio. El uniforme azul marino, primero con pantalón corto y luego con largo, fue su traje oficial para salir a la calle. Se dio de cabezadas contra el latín ,que le podía y se volvió loco tratando de traducir lo que al tal César le pasaba en las Galias. El hacer deporte le gustaba regular, aunque no por eso dejó de hacerse rasponazos con la tierra del campo de fútbol. La gimnasia no le gustaba nada y a la hora de saltar aparatos se escaqueaba todo lo que podía. Sufrió e hizo novatadas. Empezó a fumar algún cigarrillo que otro. Para un muchacho de provincias, sobre todo a esas edades en que son esponjas dispuestas a asimilar todo lo nuevo, el estar en Madrid suponía el acceder a un mundo desconocido lleno de sorpresas. Las salidas, porque si no estabas castigado podías salir los festivos, se fueron ampliando desde los alrededores del colegio, que eran al principio, hasta el corazón de Madrid. Descubrió el tranvía y más tarde la forma de viajar en él sin pagar. El Metro le causó tal impresión que casi se pasó una tarde entera enlazando unas lineas con otras. La Gran Vía le fascinó con sus inmensos cartelones desde donde le miraban actores, que con el tiempo serían sus ídolos ,anunciando las películas que protagonizaban. A estos cines no podía ir. Eran caros y su débil economía sólo le daba parta ir de vez en cuando a los cines del barrio, próximos al colegio, que como eran de sesión continua había veces que se pasaba la tarde dentro. Descubrió las escaleras mecánicas de Galerías Preciados y los billares que había en un sótano en la Plaza de Callao. Conoció el Retiro con las barcas y la Puerta del Sol y el Rastro. Supo donde cambiarse de paisano pues comprobó que el uniforme era un modo de pregonar su condición y signo de diferencia. Hizo amigas en el barrio. Hubo bares que le servían de punto de reunión cuando salía y antes de volver al colegio.
 

Durante estos años cuando llegaba la hora de volver al colegio, los domingos por la noche, algo dentro de él se rebelaba ante su falta de libertad y se deprimía pensando que debía pasar otra semana, entre aquellas paredes, sin tener la certeza de que la próxima pudiera salir. Por eso, cuando salía, apuraba al máximo su estancia fuera del colegio y aunque no tuviera un duro andaba y andaba, viendo gente y escaparates y luces ...
 

Recordaba Mundi con amargura aquellas largas tardes de domingo sin poder salir, tristes y nostálgicas, en las que veía todo negro y se preguntaba por qué estaba allí y si no era hora de hablar con su madre y decirle que se quería ir a casa, porque no aguantaba más....
 

Las monedas tienen dos caras y los estados de ánimo también y Mundi recordaba el día en que, al comenzar 6º Curso, llegó un aspirino nuevo y se hicieron amigos. Pasado algún tiempo se enteró de que tenía una hermana que, como es lógico, tenia amigas y  en cierta ocasión, el aspirino, le dijo si le apetecería ir a merendar a su casa un domingo por la tarde y a jugar a las cartas en compañía de algún amigo. Mundi y dos pínfanos más le dijeron que ya lo pensarían a lo largo de la semana. ¡Hipócritas!
 

A la hora señalada en punto, estaban los tres pínfanos lustrosos y repeinados como guardiamarinas. El padre estaba en el fútbol, la madre amabilísima, la hermana, que no estaba mal, casualmente esa tarde no salía y poco antes de empezar a merendar llagaron tres amigas de la hermana que pasaban por allí.
Así Mundi se introdujo en el mundo de las merendolas por la cara, que gustosa les ponía la madre del aspirino, las partidas a las cartas, al palé y.. ¡los guateques!, en casa de una amiga, en casa de otra. Ahí Mundi se hizo el dueño, entre otras cosas, era el único que entendía lo que decía Paul Anka en Diana, o los Beatles en Yesterday, o los Rolling en Satisfaction. Como es lógico amplió su círculo de amistades femeninas.
 

La maestra que vivía en casa de su madre se fue antes de empezar el curso y volvieron otra vez las estrecheces. Sin embargo un poco antes de llegar las navidades, la tía Rosa, regresó y esta vez para siempre. Mundi recordaba que cuando él fue de vacaciones y la vio, la encontró como si hubiera cumplido un montón de años a la vez y enormemente delgada.
 

Aquellas navidades las recordaba como las de las interminables veladas, por la noche, en torno al brasero de la mesa camilla, oyendo como su tía contaba historias de sus vivencias en unos lugares para él inalcanzables. Pero lo que le impactó de verdad es el transistor que su tía le regaló por Reyes, traído de Londres. Con él se convirtió en el reyezuelo del dormitorio cuando volvió al colegio.
 

Antes de que llegaran las vacaciones de verano, recibió una carta de su madre en la que le decía que su tía Rosa había muerto. Según le decía, sabia que estaba tocada de muerte y había decidido venir a morir con los suyos. Con el tiempo, aquel transistor dejó de funcionar, pero el lo guardó junto con las cartas que había recibido de ella y aún hoy  conservaba todo.
 

En esos cinco años que pasó en esos dos colegios tuvo que tomar las dos primeras decisiones importantes de su vida.La primera ,al aprobar la Reválida de Cuarto, ¿qué opción tomaba: Letras o Ciencias?. Eligió Ciencias.
 

La segunda fue más seria y marcaría su vida: Una vez acabado Preu ¿qué es lo que quería ser en la vida?. Después de darle muchas vueltas decidió que el quería ser.....

 

CAPÍTULO  IV

 

Militar. Sí, decidió ser militar. La verdad es que, con la perspectiva que da el tiempo, pensaba que, muy seguro, muy seguro de su vocación, no estaba. Su abuelo había sido militar, su padre también pero, al final de todo, Mundi pensaba, que si había decidido ser militar era en honor a su madre. Cuando su madre se enteró de su decisión, con la satisfacción reflejada en su rostro le dijo: ”Tu padre, estaría orgulloso de ti”.
 

Asi que, otra vez la maleta y rumbo al colegio de Santa Bárbara en el barrio de Carabanchel Alto en Madrid. Nuevo número, ¿cuántos llevaba?, trapillo... curado de espanto entró con recelo. Había  inspectores, los profesores eran la mayor parte militares, el régimen seguía siendo cerrado, con salidas los sábados por la tarde y los domingos, el que podía, porque aquí, el castigo, se convertía en arresto y como variantes estaban el calabozo y el corte de pelo al cero.
 

El director no pegaba, arrojaba objetos, de los que tenía encima de su mesa de despacho, al alumno que era blanco de sus iras. Con frecuencia se expresaba por medio de sonidos guturales difíciles de entender.
 

Le llamó la atención que había aumentado el número de aspirinos. Con él llegaron algunos compañeros del Bajo ,pero el número no era muy elevado. La mayor parte de los nuevos era la primera vez que iban a un colegio de huérfanos. También llegaron pínfanos  procedentes de colegios de Suboficiales y Mundi comprobó que habían seguido sus mismas vicisitudes y pasado las mismas carencias. El uniforme desapareció y sólo se llevaba cuando iban a examinarse a Zaragoza. El Bar Valderrama sustituyó al Bloque del Bajo y era el cuartel general desde donde se iniciaban y finalizaban las jornadas festivas. Frecuentó dos bailes, uno los Cristinos, el otro,  tenía nombre de número pero ya no se acordaba de cual. Se hizo experto en guardar huevos fritos y boquerones, de la cena, de un día para otro y comérselos en bocatas al día siguiente con el desayuno. Coexistió con las mafias de los veteranos, porque en ese colegio  los veteranos ejercían de verdad, que vendían los cigarrillos de “fiao”. Se escapó alguna noche que otra por procedimientos de lo más sofisticados. Hizo buenos y nuevos amigos, y sobre todo seguía sintiendo la misma sensación triste y deprimente cuando, los domingos por la noche, volvía al colegio ante la expectativa  de otra semana  más encerrado y la incertidumbre de si podría salir la siguiente.
 

Al principio la cosa de estudios fue regular ya que las materias que componían el primer grupo eran más de letras, por eso le llamaban el grupo de las Literarias. Le impresionó ver que había gente que llevaban cuatro y cinco años y no habían conseguido ingresar. El problema estaba en que el límite eran los 22 años. ¿Y luego qué?
 

Poco a poco, fue cogiendo el tranquillo a la cosa e incluso un mes sacó el número uno de su sección, lo que le valió el regalo de un par de zapatos de Segarra, que duraron lo que tardó en llegar el primer domingo; él y un par de amiguetes se largaron a venderlos en el Rastro. Para celebrar la venta, se pasaron por el Abuelo, un bar típico cerca de la Puerta del Sol y se apretaron unas raciones de gambas a la plancha que les hicieron llorar de gozo.
 

Pensando en ello Mundi se dio cuenta que el tiempo pasaba y le quedaba poco para irse a tomar unas cañitas al chiringuito. Debían de estar a más de 30º, su suegra seguía con los crucigramas, los hijos habían desaparecido y su mujer se había metido al agua.
 

Volviendo a lo suyo, Mundi recordaba que las cosas no iban del todo bien. La gimnasia  seguía siendo su bestia negra y para ingresar, era necesario pasar una serie de pruebas, entre ellas el salto del caballo y ésta se le resistía. Al principio se lo tomó un poco en broma, se escaqueaba, racaneaba, hasta que el profesor le echó el ojo. Entonces la cosa se complicó. Unas veces rehusaba como los caballos cuando iban al salto, otras se quedaba sentado en mitad del aparato, al final  conseguía ir un poco más allá y se dejaba la rabadilla en el final, pero saltar, lo que se dice saltar el caballo, un par de veces en todo el año. Y el tiempo se acabó y llegaron los exámenes y a Mundi le colocaron el consabido uniforme azul marino, con gorra y todo y se fue con el resto de compañeros a Zaragoza, y se hospedó en la hospedería del Pilar, y fueron al día siguiente a la Academia en tranvía y pasó la primera prueba, que era el reconocimiento médico y se cambió para hacer las pruebas de gimnasia, y pasó la prueba de trepa de cuerda y pasó  la de salto de altura y pasó la de salto de longitud y sólo le quedaba el salto de caballo y la velocidad, por este orden y se dijo que ahora o nunca y fue nunca, porque, a la hora de saltar, le entraron las dudas y se quedó empotrado contra la parte delantera del aparato. Y ahí se acabaron las aspiraciones militares de Mundi porque, se dijo a sí mismo, que en la vida conseguiría pasar esa prueba. No se le olvidaría nunca la cara de su madre cuando llegó a casa y le dijo que había suspendido, pero de su boca sólo salió un “no te preocupes hijo, otro año será”. Dejó pasar unos días y por fin, le dijo a su madre que no quería ser militar y ya que el Patronato la daba otra oportunidad, había decidido estudiar una carrera difícil pero con mucho futuro, Ciencias Económicas y que pronto se sentiría orgulloso de él. La contestación de su madre fue: ”Haz lo que creas más conveniente para ti, ya sabes que a mí me parece bien lo que hagas.”
 

Durante ese verano, Mundi, como había hecho desde dos años antes, se puso a dar clases particulares a chicos de la vecindad para sacar dinero para sus gastos.

Y otra vez la maleta y otra vez al Alto, pues ese año comenzó con un nuevo sistema en el que, además de los que se preparaban para ingreso en las Academias Militares, admitían alumnos universitarios.
 

Los amigos del año anterior le llamaban “virus” y él para compensar, cuando por las mañanas se iba a la Universidad, les daba un corte de manga para que se lo repartieran, mientras se quedaban encerrados en el colegio marcando trapillo.
 

Durante los años de carrera le pasó de todo. Hizo nuevas amistades de ambientes diferentes al suyo. Aprendió a estirar de forma inverosímil el dinero que le daban para comer fuera del colegio. Comió tantos platos de lentejas que, con el hierro que fue acumulando en su cuerpo, se hubiera podido construir una locomotora. Se hizo asiduo del teatro Calderón  al que entraba como componente de la “cla”, cuyas entradas repartía, a bajo precio, un señor, regordete con bigote, en un bar cercano al teatro. Pero sobre todo estudió, estudió como un salvaje, como si le fuera la vida en ello.
 

En el viaje de regreso a casa, cuando terminó 3º de carrera, conoció a la que desde el primer momento pensó que era la mujer de su vida y así fue. Era más joven que él, acababa de terminar Secretariado de Dirección y era hija de un cardiólogo con renombre en la ciudad.
 

Mundi terminó la Carrera. Cuando traspasó la puerta  del colegio por última vez llevaba dos maletas, pero le hubieran sido necesarios diez baúles par llevarse consigo las vivencias habidas en su paso por los colegios. No quiso volver la cabeza, prefirió mirar hacia delante, a su futuro, con la fuerza que le habían dado 15 años de lucha diaria en colegios de huérfanos.
 

Como hijo de viuda tuvo opción a elegir el lugar donde quería hacer el Servicio Militar y solicitó el Regimiento donde estuvo su padre. Los tres meses de CIR, se le hicieron largos. Tenía más edad que el resto de sus compañeros, muchos de los cuales era la primera vez que salían de casa. Eso se notaba, tanto a la hora de afrontar el vivir cotidiano, como, por ejemplo, a la hora de comer. Le llamaban tripero porque no dejaba ni las raspas en el plato, mientras, los otros, se alimentaban a base de bocadillos de la cantina.
 

Terminado el campamento, se incorporó al Regimiento y venía propuesto para hacer el Curso de Cabos. Le dieron el pase de pernocta, con lo que comía y dormía todos los días en su casa. Por las tardes daba clases en una academia y los alumnos no estaban descontentos con él.
 

Al empezar el Curso de cabos se llevó una gran sorpresa. Conocía al Teniente que daba las clases. ¡Era pínfano!. El año que Mundi se preparó para militar, el otro, estaba en la Sección de los que, se suponía, tenían muchas posibilidades de ingresar, como así fue. No había llegado a cruzar con él ni una palabra y no sabía como se llamaba pero si recordaba el mote: ”El Chucho”. Le llamaban así porque, cuando se cabreaba, tenía una muletilla que decía: ”A que te achucho un par de h.... que te arranco la cabeza”. Los pínfanos, agudos como ellos solos para poner motes, tuvieron dudas, no sabían si llamarle “El Guillotinas”, por lo de arrancar cabezas o el “El Chucho”, y por comodidad se quedaron con éste.
 

Así que Mundi, ni corto ni perezoso, un día, al finalizar la clase, aprovechando que el Teniente se había quedado corrigiendo  unos ejercicios, se acercó a él. El otro que le vio venir le dijo:

- ¿Qué pasa ,chaval ,algún problema?

- No, mi Teniente, -contestó Mundi-es que yo soy pínfano y le  conozco del Alto.

Se le quedó mirando como tratando de hacer memoria

- Perdona pero no caigo ...

Y entonces Mundi la explicó la historia.
 

Estuvieron un rato charlando y todo marchaba bien hasta que el Teniente, mirándole fijamente, le espetó:
 

- Mira chaval, tu vivirás bien aquí ,que de eso me encargo yo ,que para eso somos pínfanos; pero como me entere que comentas con tus colegas, como me llamaban en el CHOE, te achucho un mes de calabozo y te quito el pase de pernocta.
 

Mundi fue una tumba. Al poco lo destinaron a Mayoría ,entre números que era lo suyo, no sabía si por mediación del Teniente o por algún amigo de su padre que todavía quedaban.
 

Un poco antes de terminar la mili, el padre de su novia, le propuso si, cuando terminara, le gustaría entrar a trabajar en una entidad bancaria, de ámbito regional, en la que tenía buenas influencias. A Mundi, le recordó la escena del aspirino invitándole a merendar en su casa y adoptó la misma táctica, le dijo que lo pensaría. Mundi recordaba que no el mismo día, pero al mes de terminar la mili, estaba trabajando en la susodicha entidad. Con el primer sueldo en condiciones le regaló a su madre una caja de bombones, un gran ramo de flores y un marco de plata, que contenía una foto en la que aparecían su padre, su madre y él cuando tenía 7 años.
 

Mundi se casó con su novia la de toda la vida y pronto tuvieron hijos. Primero la chica, luego el chico y decidieron echar el freno, pues los dos partos habían sido muy malos.
 

Trataron de convencer a su madre para que se fuera a vivir con ellos y así no estuviera sola. No lo consiguieron, esa clase de viudas estaban hechas de una pasta especial y acostumbradas a afrontar la vida solas, no querían supeditarse a unos hábitos de vida impuestos. Además, por fin, le habían actualizado la pensión y la mujer podía respirar más tranquila .A diario, iba por casa y le echaba una mano a su nuera con los niños y muchos días, se quedaba a comer con ellos. Las tardes las reservaba para salir con sus amigas a dar un paseo o a merendar.
 

Los hijos iban creciendo ,al principio, Mundi, cuando se enfadaba, les amenazaba con mandarlos a un colegio de huérfanos. De pequeños surtía algo de efecto pero cuando se fueron haciendo mayores y les quería contar alguna batallita de su época pinfanil, la hija le llamaba abuelo Cebolleta y el hijo pasaba de él como de una porquería de perro en mitad de una acera.
 

Un día su mujer le llamó al despacho, su madre ...

 

CAPÍTULO  V

 

.........había quedado el día anterior en que pasaría por casa para ir juntas a hacer unas compras y que luego comería con ellos; al ver que no llegaba, trató de localizarla por teléfono y no obtuvo contestación.
 

Mundi le dijo que no se preocupara, se habría entretenido con alguien, ya llegaría.

Pero él sí se preocupó. Hacía un tiempo que su suegro la estaba tratando de una dolencia cardiaca, en principio leve ,pero que requería atención.
 

Mundi, dejó el despacho y fue a casa de su madre. Tenía llave y abrió. La casa estaba en penumbra y en silencio. La llamó y no obtuvo respuesta. Fue al dormitorio, estaba a oscuras y con la persiana bajada. Dio la luz y la vio. Tranquila ,como sumida en un profundo sueño, muerta. Sobre su mesilla de noche, el marco con la fotografía que Mundi le regaló con su primer sueldo y un pequeño frasco de cristal, lleno de pétalos de rosa secos. Sencillamente su corazón se había cansado de latir. Pensó Mundi, que había muerto como pasó por la vida, sin querer molestar. Había muerto como vivió, sola. Fajada en la lucha diaria con la vida, acostumbrada a salir siempre vencedora, no tuvo opción de plantarle cara a la muerte, ya que le sorprendió dormida y perdió. No había signo de sufrimiento en su rostro, ni mucho menos, todo lo contrario, mas bien, era le expresión de paz que debe dar el saber que te vas de este mundo con la misión que asumiste cumplida. Este había sido el caso de su madre y de esa casta especial de viudas que, a base de sacrificios y privaciones, en uno tiempos difíciles, habían asumido el papel de padres y de madres hasta ver a sus hijos salir adelante en la vida. Todo, sin esperar nada a cambio, a lo sumo una frase cariñosa o una muestra de afecto y a veces, ni eso.
 

Cuando la losa que cubría el panteón familiar ,donde también descansaban los restos de su padre y su tía, lo selló, algo intangible se rompió en lo más profundo de su ser ,como si fuese el hilo que lo unía a su pasado afectivo, como si se quedara solo entre tanta gente.

- Segis, ¿qué te pasa?. Tienes los ojos llorosos.

Su mujer salía del agua y venía hacia él.
 

- Nada, la gente que no sabe sacudir las toallas y me ha entrado arena en los ojos.

La vida siguió para Mundi, como pasa con todos. Después de unos cuantos años trabajando en la entidad bancaria, decidió que quería ser su propio jefe. En compañía de un amigo abogado montó una asesoría fiscal. Su mujer, desempolvó sus conocimientos y entró a formar parte del despacho como secretaria. La cosa empezó lenta y con dificultades, pero poco a poco, fueron saliendo a flote y hoy en día, no podían quejarse, todo lo contrario.
 

Un día, por esas casualidades de la vida, Mundi descubrió en Internet una dirección en la que aparecía la palabra “pínfanos”. Por curiosidad entró en la página y todo su pasado se le vino encima de golpe. Al principio se limitaba a leer mensajes y ver fotografías. De los remitentes de los mismos no conocía a muchos, a otros sí, los menos. Una noche mandó sus datos y fue recibido por un montón de gente con unas muestras de afecto fuera de lo común.
 

Y comenzó a participar y a intervenir en discusiones y a participar en el chat y a ver fotografías actuales de sus compañeros y ahí es cuando se dio cuenta de que habían pasado muchos años tanto para él, como para los otros. Comprobó cómo los años, la mayoría de las veces, influyen en la memoria y dejan en nebulosa los malos ratos pasados y realzan los buenos y llegó a la conclusión de que debía estar agradecido a los que le habían dado la oportunidad de ser lo que hoy era.  Amigos suyos del barrio, con igual o más capacidad intelectual que él, se habían quedado en el camino, la mayor parte por falta de medios económicos para poder estudiar una carrera. Bien es verdad que luego ejercieron profesiones igual de dignas que la suya porque, pensaba Mundi, la dignidad de una profesión, no la da los estudios que son necesarios para obtenerla, sino la forma de en que cada cual la ejerce. Eso no ocurrió en los colegios de huérfanos, todos tuvieron sus oportunidades y cada cual fue libre de elegir su camino. Mundi, estaba agradecido y de ese regustillo amargo que a veces le venía con los recuerdos, culpaba a algunas personas en particular, no a la institución. Su paso por los colegios le había dado una forma de ser especial, basada en unos valores intangibles entre los que el apoyo en y al compañero eran unos de los fundamentales. Eso se notaba en los mensajes que se cruzaban aun después de tantos años, eso entre otras cosas, les unía y les hacía ser un colectivo como ningún otro y al que se sentía orgulloso de pertenecer.
 

Una noche, Mundi, reunió a su mujer y a sus hijos en torno al ordenador que tenía en el despacho de casa. Accedió a la web de “pínfanos”, aparecieron los colegios por donde había pasado, después accedió al álbum de fotos y empezando por Padrón y terminando por el Alto, fue mostrándoles las fotografías. Desde aquellas instantáneas en blanco y negro, centenares de rostros fueron desfilando ante ellos. Fueron pasando los escenarios donde habían  trascurrido muchos años de su vida y sus compañeros y sus profesores...
 

Era curioso, pero observándolas con detenimiento, sobre todo aquellas en las que aparecían los niños más pequeños, en sus miradas, se observaba ese punto de tristeza y de temor del que se encuentra solo ante lo que quiera depararle la vida.

Cuando terminó, con voz entrecortada, Mundi, nada más acertó a decir:
 

Así me crié, ellos forman parte de mi historia, ellos son mi gente.

 

  

EPÍLOGO

 

El móvil sonó. Mundi volvió de su particular túnel del tiempo. Era su suegro, no llegaría a comer pues estaba teniendo buena pesca. El suegro de Mundi pasaba de playa  y prefería irse a pescar con unos amigos que tenían una embarcación.
 

Su mujer se había cansado de tomar el sol y estaba debajo de la sombrilla leyendo una revista, sus hijos debían seguir en el chiringuito...

- Segis, hijo.

Era su suegra que, con el libro de crucigramas en una mano y el bolígrafo en la otra, le miraba por encima de las gafas.

- Dime, Luisa.

Su suegra se llamaba Luisa

- Segis, tú que sabes tantas palabras raras, dime cual puede ser ésta: ”En plural. Acepción con la que, en algunos lugares, se denomina a los componentes  cárnicos de un guiso”-

Segis, miró a su suegra y no pudo menos que esbozar una sonrisa.

- Pitracos, Luisa, pitracos.

Nota. Para dar continuidad al relato se han producido saltos en el tiempo que no se corresponde con la realidad cronológica.
 

Segismundo, Segis o Mundi, que lo mismo da, no existió....bueno, si  ha existido ha sido gracias a todos nosotros, pues está hecho con un poco de todos y cada uno de los que componemos esta gran familia.

                                                                          

Lucas (Zerimer)                                                                       Agosto del 2004

 


 

MIS CONVERSACIONES CON MUNDI - II

 

¡Quieto ,quieto!,no te muevas para que no me vean.

 

Quien me está diciendo esto, con apremio,  es Mundi ,al que he encontrado viendo las carteleras de los cines ,en la vitrinas, sujetas a una serie de columnas, de los soportales de una  de las céntricas calles de la ciudad.

 

-¿Quién no quieres que te vea?

 

-No mires, unas chicas que van por la otra acera.

 

-La curiosidad me puede y de reojo, acierto a ver a dos chicas de unos 11 ó 12 años que caminan hablando entre sí y riéndose.

 

-¿Por qué no quieres que te vean?

 

Mundi, mientras sigue a hurtadillas el movimiento de las otras dos, me dice, en voz baja, algo ininteligible para mí.

 

-¿Cómo dices? - le inquiero.

 

-¡Chiiist!, no puedo gritar que me van a oír.

 

-Es imposible que te oigan, ya están  lejos. ¿qué me has dicho?

 

Él no se fía y se cerciora de que es así. Entonces me susurra.

 

-Es que una es mi novia.

 

-¿Si? - le digo en plan cómplice-¿y cuál de ellas es tu novia?.

 

Me mira y con orgullo  me dice.

 

-La de la derecha, la de las coletas.

 

Es una niña delgadita, alta, creo que más alta que él y con muy buena pinta.

 

-¿No te parece muy pronto para tener novia?

 

Mientras las sigue con la mirada, está masticando chicle. Hace una pompa, que casi le tapa media cara y sin dejarla explotar, vuelve a metérsela en la boca. Se gira hacia mí, se mete la mano en uno de los bolsillos, auténticos cajones de sastre donde hay de todo y me muestra la palma de la mano con tres porciones de chicle Bazoka en sus correspondientes envolturas.

 

-¿Quieres? - me dice, mientras fabrica con la lengua otra pompa que al poco hace desaparecer.- es el que más me gusta y además trae calcomanías de equipos de fútbol.

 

No puedo resistir la tentación .

 

-Bueno – le digo-hace mucho tiempo que no masco chicle.

 

-A mi me lo suele comprar mi tía – dice como toda explicación.

Mientras desenvuelvo la pastilla de chicle, me veo en la obligación de seguir con la conversación que habíamos iniciado.

 

-¿Y desde cuando sois novios?- digo, siguiéndole la corriente.

 

-Ella no lo sabe todavía, pero es mi novia.

 

-Vamos a ver, si no lo sabe, ¿cómo  dices que es tu novia?

 

-Porque ahora es novia de uno más mayor que yo y no se lo puedo decir.

 

-¿Cómo de mayor?

 

 -Es un año largo mayor que yo, tiene casi trece.

 

-¿Sabes cómo se le llama a eso?

 

-Si no me lo dices, no- me contesta mientras hace otra pompa que no se le rompe tampoco.

 

-Eso se llama amor platónico, es el resultado de un amor imposible.

 

-No entiendo qué tienen  que ver los platos conque sea mi novia.

 

Me está poniendo en un brete y no sé cómo salir.

 

-No tiene nada que ver con platos, viene de un tal Platón ,un señor que vivió hace muchos años y que ya te enseñarán quién era, en el colegio. Verás, tú para ella no existes y sin embargo, ella para ti es lo más.

 

-En cuanto lea la poesía  que le he escrito seguro que deja a su otro novio.

 

Acto seguido se mete la mano en el bolsillo del pantalón y extrae un trozo de hoja de bloc cuadriculada, en la que se ven una serie de frases escritas.

 

-Te voy a leer un poco a ver si te gusta .Se saca el chicle de la boca, carraspea  y empieza a leer de seguido:

 

-“Y  haremos de cada día toda una eternidad de amor que viviremos hasta morir”....

 

-Espera, espera –le digo y él interrumpe la lectura.

 

-¿Eso que estás leyendo lo has escrito tú?

 

-Hombre, claro, ¿quién si no?. Y conste que eres el primero que lo sabe.

 

-Verás Mundi, por las pintas ,eso parece más un poema que una poesía, pero es lo de menos como le llames; lo importante, es que  hay un tipo por ahí, que se dedica a cantar canciones en francés. Él es egipcio, de orígenes griegos, pero vive en Francia.. En una de sus canciones, que escribirá dentro de unos años, dice justo esas mismas frases pero en francés. Se llama Moustaki.

 

-Qué nombre más raro. No lo he oído nunca. Habrá sido copia de pensamiento.

 

-Se dice transmisión de pensamiento.

 

 -Bueno, ya sabes a qué me refiero. -hace una pausa-. Me acuerdo cuando el Salva me copió un examen, hasta con las mismas faltas de ortografía y cuando la monja nos dijo que cómo era que teníamos el mismo examen, el Salva le dijo que debía ser la transmisión de pensamiento esa.

 

-¿Y qué os dijo la monja?.

 

-Nos puso un cero a cada uno y nos dio “calderilla” a los dos para que no tuviéramos envidia.

 

La verdad es que no sé que pensar ni qué decir. Le miro a los ojos y me mantiene la mirada, mientras se guarda el papel con la poesía y vuelve a meterse el chicle en la boca. ¿Cómo puede darse esa coincidencia?. Decido pasar por encima sin romper nada, pero me dice:

 

-¿Tú crees en la transmisión de pensamiento esa?

 

¡Zas!,ya me ha cogido.

 

-La verdad es que no del todo, aunque, hay veces, en las que me ha pasado algo por el estilo.

Está pensativo, como sopesando lo que me va a decir. Espero que la pregunta sea fácil, aunque de éste se puede esperar cualquier cosa.

 

-Oye,¿a t, a veces, no  te pasa una cosa que ya te ha pasado antes y sabes como va a terminar.?

-¿A ti te ha pasado muchas veces? –le contesto a la gallega, con otra pregunta.

 

-Si ,varias veces y eso que ,como soy todavía pequeño, no he tenido ocasión de vivir  muchas cosas.

Ahí está, sin inmutarse ,sacándome a relucir temas, sobre los que suelo pasar de largo, para no entrar en profundidades que me lleven a terrenos en los que soy profano .Decido volver al principio.

 

-Oye-le digo ,tratando de cambiar de tema-¿y cómo tienes pensado hacerle llegar el poema o lo que sea ,a tu novia?

 

-Hablaré con una prima mía, que va a su clase ,para que le meta la poesía entre las páginas de alguno de sus libros, sin que se entere.

 

-Ya ,¿y cómo va a saber que se la has escrito tú?.

 

Me mira como compadeciéndose de mi ignorancia.

 

- Al final va mi nombre.

 

-¿Nombre y dos apellidos?

 

-¡¡Noooooooo!!. Pondré Mundi, aquí nadie me conoce por Mundi, en el barrio soy Segis, Mundi sólo me llamáis los pinfanos.

 

-Pues peor me lo pones.

 

-Verás,  firmo como Mundi; cuando yo vuelva  de vacaciones, que ya habrá leído la poesía, un día,  espero a que salga de su casa y entonces voy en dirección contraria a la suya y cuando me cruce con ella, a un amiguete le encargo que me llame: ¡¡Mundi!!. Entonces, ella se dará cuenta de que soy yo el de la poesía.

 

-Un poco complicado me parece, te diría que más bien rocambolesco ,pero mejor dejarlo en complicado para que lo entiendas. Yo en tu lugar, dejaba la cosa como está porque, puede ocurrir, que cuando la conozcas personalmente y hables con ella, te lleves una desilusión porque no es como tú te la imaginabas. Entonces, se romperá el hechizo. De todas formas, ya me contarás en qué queda todo esto.

 

-Si, pero tú me tendrás que explicar bien qué es eso del amor ése que tiene un nombre tan gracioso.

-Muy gracioso ,pero la mayoría a esa edad adolescente y bastante más mayores, hemos padecido un amor, de esos imposibles .Soñábamos con personajes inalcanzables que se veían en el cine, o en revistas, o  por la calle ,sabiendo que nunca llegaríamos a cruzar siquiera una palabra con ellos.

 

-¿Y a las chicas les pasa lo mismo?

 

-Lo mismo, a lo mejor tú eres el amor platónico para la chica que menos piensas :una vecina, la hermana de algún amigo o cualquier otra.

 

Ante mi respuesta él adopta una actitud interesante ,me imagino que se ve siendo el sueño inalcanzable de un montón de chicas de su edad. Decide seguir a lo suyo.

 

-Ya ,pero ,a mi ,ella me gusta mucho -dice con un gesto de resignación.

 

-Pues quién sabe si, cuando te conozca, le gustas también mucho tú a ella-le digo para animarle.

 

Ha debido surtir efecto porque, acto seguido, mirando el papel que conserva en la mano, me dice:

-¿Quieres que te lea todo el poema?

 

-Otro día, hoy tengo prisa para echar la quiniela antes de que cierren. Además ,me arriesgo a que, el resto de las estrofas, coincidan con algo que ha escrito algún otro artista, del que tú no tienes ni idea y sería demasiado para mi cuerpo. Sólo me faltaba empezar a darle vueltas a teorías de vibraciones cerebrales, cuerpos astrales y telepatías.

 

-Menuda, las cosas que dices tan raras-dice sonriendo.

 

-Lo dicho, mejor no meneallo.- Bueno, me voy, que tengas suerte con la de las coletas.

 

-Vale y a ti: Que la suerte te acompañe.

 

 Me lo ha dicho con un brillo especial en sus ojos y acto seguido ha hecho una pompa y esta vez, sí que le ha explotado y desinflada, le cubre ,con una especie de velo de chicle,  desde parte de la nariz hasta el mentón. Yo, oyéndole, por poco me trago el mío porque, el puñetero ,sin inmutarse , va y se adelanta  más de 40 años al slogan del señor calvo de Navidad.

 

Hago como si no lo hubiera oído y me voy.

 

Septiembre - 2008

 

Lucas