LA FOTO |
CAPÍTULO I
Aquella tarde de domingo invernal, desapacible, Mundi y su mujer habían decidido poner en orden dos baúles que tenían llenos de libros y revistas de hace no se sabía cuantos años, que hubieran hecho las delicias de cualquier vendedor de lance y que estaban mezclados con montones de apuntes y libros de texto usados, de sus hijos. De paso, aprovecharían para tirar lo que no sirviera.
Ellos, los hijos, para no variar, pasaban del tema y ese día tenían muchas cosas que hacer. Así que, armados de paciencia, comenzaron a sacar todo lo que había allí dentro.
Al coger un libro, forrado con papel de estraza de color marrón y muy desgastado por el uso, una fotografía se deslizó de entre sus hojas. Mundi tomó la fotografía en una mano y con la otra abrió la primera página del libro. Arriba del todo, con letra vigorosa y en tinta, se leía. “Este libro es de Mundi (4º Curso)”, y una especie de rúbrica. En el centro de la hoja venía el título del libro : Edad Prohibida.
La foto era en blanco y negro, los bordes tenían forma ondulada y una especie de fisura la atravesaba de arriba abajo. Una de las esquinas estaba cortada. Mundi recordaba que esa foto había sido tomada el primer año que llegó al Bajo. Por exceso de alumnado en la Inmaculada, a él y a otros cuantos, los trasladaron a Carabanchel Bajo para hacer 4º y Reválida. Tendría trece años a punto de cumplir catorce. No recordaba las circunstancias en que fue tomada ni quién lo hizo. Aquél día debía hacer buen tiempo, los protagonistas miraban a la cámara como haciendo un esfuerzo para no cerrar los ojos ya que el sol les molestaba. Como escenario, habían elegido una zona del campo de fútbol desde la que, al fondo, se veía un lateral del edificio del colegio y un grupo de árboles.
Eran cuatro y vestían de trapillo. Tres estaban de pie y uno en cuclillas, en primer plano, delante del que ocupaba el centro de los que estaban de pie.
El primero por la izquierda, según se miraba la fotografía, era “Beni”, Benito Bueno. Huérfano de padre y madre, hijo solo, tenía como tutor a un tío suyo, al que apenas conocía cuando se quedó huérfano, que decidió que lo mejor para él era el pinfanato y empezó a recorrer colegios desde los 5 años. Mundi lo conoció en Padrón cuando el otro llevaba ya tres años de colegio y pronto hicieron buenas migas, probablemente porque los dos eran hijos solos. Era otro de los trasladados.
El “Beni”, que así es como se le conocía, miraba a la cámara con una especie de sonrisa un poco forzada, como de querer quedar bien, porque, Benito, tenía la tristeza en la mirada y era un chaval serio, muy serio para su edad. Sus compañeros habían sido para él, desde que pisó el primer colegio, el paño de las muchas lágrimas que vertió y su consuelo en momentos difíciles. El Beni era el clásico chavalote bueno por naturaleza. Haciendo honor a su apellido, le pegaba lo de, el bueno de Benito. Se llevaba bien con todo el mundo y sentía admiración por los mayores a los que observaba tratando de copiar sus gestos; no digamos nada, cuando salían a la calle y se cruzaba con algún grupo de los del Alto, aquellos eran para él, el no va más.
No era tonto y en estudios iba bien, muy bien, aunque tenía la mala suerte que cuando se soltaba alguna, por allí pasaba Benito. En los “abordajes” era un autentico desastre. Tenía un protector, una especie de ángel guardián: El “Nico”.
Era el del centro de la fotografía. Por el mote, recordaba Mundi, que muchos creían que se llamaba Nicolás, pero no era así, él se llamaba Juan Beltrán, pero era maño, de un pueblo próximo a Teruel y en casa todo el mundo le llamaba Juanico. Así que la pinfanada, vaga por naturaleza, le acabó llamando Nico, que era más corto.
Cuando murió su padre, la madre decidió volver al
pueblo donde había nacido y donde vivía su familia. Nico era, como se
dice en Aragón, un hijo tardano, tenía dos hermanos mayores, chicos los
dos, que le llevaban más de diez años. La madre tenía unas tierras en el
pueblo, herencia de sus padres, y optaron por dedicarse a explotarlas.
Así que a Nico decidieron mandarlo al colegio de huérfanos. Hubo
problemas, pues al tener propiedades, no reunía los requisitos
necesarios para el ingreso, pero, al fin, se solucionó la cosa y Nico,
muy a su pesar y en contra de su voluntad, llegó al Bajo. En la foto se
le veía de una estatura media
y un chico de
constitución fuerte para su edad. Era
moreno, de cejas muy pobladas y el acné juvenil había hecho
estragos en su cara, sobre todo en la frente y en el mentón. Vamos, que
tenía la cara hecha un mapa. Claro, esto, era motivo de cachondeo por
parte de la concurrencia, “Nico, cochino, deja de
despellejártela”, “Nico, acabarás quedándote ciego de tanto darle”
y cosas por el estilo. No todo el mundo se atrevía a gastarle bromas,
sólo se las permitía a los amigos. Porque, Nico, era ,además de fuerte,
violento, probablemente de una violencia involuntaria ocasionada por su
rebeldía ante la situación
no deseada. Malo no era, al contrario, era noble y se rebelaba ante lo
que él consideraba era injusto.
El primer día que llegó al colegio, a la hora de comer,
se produjo un “abordaje” y Nico se quedó a verlas venir de
manzana, que era el postre de ese día. Serio, sin pestañear, le dijo al
listillo que le había quitado su manzana : “Dame mi manzana”,
recalcando el mí. El otro, dominando la situación, cogió la manzana y le
dio un bocado. Antes de que empezara a masticar, Nico ya le había cogido
por el cuello. No por el cuello del trapillo, sino por el cuello de
respirar , vamos por el gaznate. El otro empezó a congestionarse, soltó
el trozo que tenía aun
entre los dientes y le dio la manzana. Nico, también le soltó e
impasible, cogió, primero, el trozo de manzana que el otro había
mordido, empezó a comérselo y luego, la manzana entera. En la mesa
estaba el Beni, que, cuando salieron del comedor trató de explicarle en
qué consistía la costumbre del abordaje. El otro le escuchó atentamente
y cuando el Beni terminó, espetó: “Eso no me gusta, a cada cual lo
suyo, no contéis conmigo”. Al Beni, verse ante un machazo de
esa naturaleza le entusiasmó y se hicieron amigos. Así que, el Nico,
entró en la cuadrilla de Mundi a través de Benito. Mundi recordaba que
era un poco farrás en el vestir y en la foto aparecía con el pico
derecho del cuello de la camisa hacia arriba .
CAPÍTULO II
Claro que, Mundi, no podía estar muy orgulloso de cómo había salido en esa foto. Era el tercero que estaba de pie ,el de la parte derecha de la foto según se miraba y aunque estaba de frente ,tenía un hombro más alto que el otro. Miró detenidamente la foto y sí, el hombro izquierdo estaba más alto que el derecho. ¿Por qué?. Al poco cayó en la razón de la malformación. En esa parte, justo en esa parte de la chaquetilla del trapillo, era donde tenía el almacén de “papel pal pecho”, a la que se accedía desde el bolsillo del mismo lado, previamente manipulada la costura. Cuando andaba suelto de vientre, acumulaba más papel del normal y esa debía de ser la situación ese día ,ya que parecía casi una hombrera de jugador de rugby. Mundi era un poco más alto que los otros dos y en la foto miraba hacia la cámara, pero la mirada la tenía fija en algún objeto que estaba detrás de ella. También sonreía y en la mano izquierda tenía un libro con las pastas forradas. La derecha la apoyaba sobre el hombro de Nico.
El cuarto de la foto, el que estaba en cuclillas, era el guaperas del grupo, aun agachado, se adivinaba que era el mas alto de los tres con diferencia. Las mangas de la chaquetilla le estaban cortas y lo disimulaba doblándose los puños de la camisa sobre ellas. Los calcetines le hacían fuelle y los pantalones, en cuestión de larguras, tampoco debían irle muy allá. Era rubio, iba pelado al cepillo y tenía los ojos muy claros, el mentón afilado y complexión atlética. Jugaba muy bien a balonmano y saltaba altura de maravilla. Se llamaba Jorge de Miguel, sin más y no tenía mote. Le llamaba todo el mundo Jorge y punto. Cuando su padre murió, su madre, italiana de nacimiento, decidió que sus dos hijos chica y chico ,fueran a los colegios de huérfanos hasta que decidiera qué quería hacer con su vida. Jorge empezó en la Inmaculada su periplo pinfanero.
Su hermana le llevaba cuatro años
y le gustaba hacer de segunda madre. Pronto tuvo que hacer casi
de primera ya que, la madre, llegó a la conclusión
que el mejor sitio para rehacer su vida era su Italia natal. Así
que los dos hermanos se quedaron bajo el cuidado de los abuelos paternos
que vivían en Canarias. Como es lógico no los veían nada más que
en vacaciones de verano y los colegios fueron para ellos su verdadera
casa y sus compañeros, su familia. De su madre recibían cartas
periódicas, pero ahí se quedaba la cosa.
Jorge era un chico alegre y su sonrisa en la foto
era franca y abierta. Tenía una obsesión enfermiza por los animales. En
el bolsillo siempre llevaba una vieja cuchilla de afeitar envuelta en
papel de plata, del de las cajetillas de tabaco rubio y animal que veía
muerto, bien fuera lagartija, pájaro, saltamontes, incluso ratones, lo
convertía en pieza de disección. A los pájaros los desplumaba primero
y luego una vez abiertos en canal les decía a los otros : “Este
es el corazón”, “Este el hígado” “Vamos a ver que es
lo último que comió”. Con los ratones era otra cosa; el único que
aguantaba la clase de anatomía era Nico, que era su proveedor habitual
de animales, porque, Nico, dominaba el arte del “tirabeque”. Los demás
le llamaban tirachinas, pero él le daba esa otra denominación. En los
descansos, mientras los otros se entretenían en
otras cosas, él les decía: “ Me voy de caza”,
procurando que no le viera ningún inspector
y rara era la vez que volvía de vacío.
La hermana de Jorge, terminaría ese año
secretariado en Aranjuez y lo dos hermanos mantenían sus lazos de
unión a través de las cartas que se escribían. “ Dice mi hermana
que allí hay monjas que
tienen una mala leche que para qué”. “ Pues dile a
tu hermana que le cambio tres de allí por uno de aquí, ¿verdad tú?”,
decía el Nico. El tú, era, en este caso, Beni, que ratificaba lo dicho
por el otro con un : “Y que lo digas”.
Mundi permaneció un rato con la foto en la mano
como queriéndose guardar bien todos los detalles y tratando de revivir
aquel momento de su vida congelado en un trozo de papel mate.
Cuando se contempla una fotografía en esas
circunstancias, es como si sus personajes, su entorno, los olores, los
sonidos cobraran vida y uno se ve transportado a aquellos momentos de su
existencia. Voces de compañeros jugando en las inmediaciones ,otros
detrás del que hace la fotografía haciéndoles muecas, olor a primavera
recién estrenada....
Se fijó en el libro que llevaba en la mano y en el
que había guardado la fotografía durante tantos años, era el mismo,
forrado de papel para que no se viese el título :Edad prohibida.
Aquel libro se lo había enviado su tía como regalo
de cumpleaños, ya que le faltaban días para cumplir los catorce, en uno
de los pocos paquetes que recibió a lo largo de sus años de internado.
Había tenido un éxito sin precedentes entre los jóvenes de la época
y aun ahora, recordaba Mundi, seguía vendiéndose en las librerías
y de hecho sus hijos también lo habían leído. Cuando lo recibió, sujeta
con un clip a la portada, había una cartulina con una dedicatoria:
Has entrado en una edad en la que nada debiera
estar prohibido, nada, excepto aquello que
tu propia conciencia
repeliera. Espero te guste.
Kisses
CAPÍTULO III
Y le gustó, vaya si le gustó, a él y a los compas. Al principio, el interés fue debido al título. Luego, empezaron a mosquearse porque Mundi en los ratos libres se dedicaba a la lectura del libro y apenas les hacía caso. Así que decidieron que ellos también querían participar del asunto. Después de varias discusiones llegaron a la conclusión que la mejor forma de leerlo era todos a la vez y lo más práctico que uno leyera y los otros escucharan. Por votación, Beni fue elegido como el lector y hay que reconocer que lo hacía muy bien. Todo llevaba su protocolo. Buscaban un lugar apartado, se sentaban en el suelo, la mayor parte de las veces y mientras le atizaban mordiscos al bocata de la merienda, Beni, en el centro, comenzaba la lectura. Leía pausado y con una entonación estupenda. Las frases con admiración eran las que más le gustaba expresar, en las interrogativas daba la pauta adecuada aunque, si la frase era larga, había veces que parecía que se iba a quedar sin respiración. Pero lo bueno era cuando cualquiera de los oyentes le decía : “Beni , repite eso de ....” y él volvía atrás y repetía el párrafo. Cuando menos lo esperaban paraba, le pegaba un bocado a la merienda, masticaba despacio y una vez la boca vacía proseguía con un “continúo”.
La historia era muy apropiada para ellos ya que relataba las vicisitudes de una pandilla de amigos, chicos y chicas, que empezaba cuando eran chavales de una edad como la suya, abiertos a los misterios de la vida, a los primeros amores, a los amores frustrados y llegaba hasta la madurez. Además, había uno que era huérfano como ellos.
Dejaban volar su imaginación mientras el otro leía, poniendo caras a los personajes y transportándose a los lugares y situaciones donde el autor colocaba a los protagonistas. La historia el huérfano, con la fulanilla que se hacía llamar “Quincepesetas”, fue una de las cosas que les llamó la atención, y el juego a las prendas y al escondite con las luces apagadas en la casa de una de las chicas. Bueno, en realidad, todo les gustaba, pues describía unos ambientes para ellos desconocidos y hasta cierto punto inalcanzables. Cada cual se identificaba con uno de los personajes, y a las chicas a pesar de que el autor las describiera en su relato, ellos les ponían caras y cuerpos a su antojo idealizándolas según los gustos de cada uno.
“Debe ser chulo bañarse en el mar” ,decía Mundi , cuando Beni leía las aventuras de la pandilla en la playa de Ondarreta. “Muy chulo”, contestaba Jorge , “Además, en el mar flotas mejor, por lo de la sal”.
“Por mi pueblo pasa un río,
que tiene unas pozas donde
te cubre y el agua
está helada. Las chicas del pueblo se bañan en unas que hay a las
afueras, a escondidas, en
ropa interior y combinación , nosotros las espiamos”, decía Nico.
“Tu siempre pensando en lo mismo”, le
contestaba Jorge
El final de uno de los recreos les dejó con
el libro a falta del último capítulo. Decidieron que esa misma
noche tenían que terminarlo y lo harían en los baños. Cuando el silencio
se adueñó del dormitorio, cuatro sombras furtivas se fueron hacia los
lavabos y allí, entre el goteo de dos o tres grifos que cerraban mal y
el ruido persistente de una cisterna que no terminaba nunca de llenarse,
Beni, inició la lectura del último capítulo. Fue desgranando párrafo
tras párrafo y cuando llegó al último renglón, puso todo el énfasis del
que era capaz pues sabía que, con esa lectura ,terminaba su protagonismo
y leyó: ....“Pero Anastasio no las oía. Oía tan sólo sus voces
interiores y el latir gozoso y apresurado de su corazón”.
Luego haciendo una pausa dijo: “Fin” .Los otros se quedaron
mirándole a él y al libro,
como si se hubiera dejado de leer alguna hoja que venía detrás.
Mundi preguntó: “¿No tiene epílogo?”. “No”,
dijo Beni.“Joe, que pena”, dijo Jorge. Nico apostilló : “Ese
Anastasio, de bueno que era parecía tonto”. Y los cuatro se fueron a
la cama .
Esa noche, cuatro
adolescentes a solas con sus pensamientos, curtidos en el arte de
aislarse en si mismos en un
dormitorio lleno de gente, se fueron muy lejos de allí y dieron forma a
cuatro finales de la novela, seguro que todos diferentes, pero con ellos
de protagonistas.
Los dormitorios... lugares para soñar con los ojos abiertos. Cuantos pínfanos deseaban llegase el momento de meterse en la cama para encontrarse consigo mismos, para hacer proyectos de futuro, un futuro con mil interrogantes a los que a esas edades era muy difícil encontrar contestación, para montarse un mundo de ilusiones, para erigirse en protagonistas de mil y una aventuras, para recordar a los seres queridos, incluso ¿ por qué no? , para llorar en silencio, la mayor parte de las veces tratando de rebelarse de impotencia frente a ese mundo que les rodeaba y que, a la vez ,les hacía sentirse tan solos. También para encontrar entre susurros al amigo confidente con el que compartir penas, mientras el sueño llegaba y hacía de bálsamo reparador.
En eso pensaba Mundi cuando dio vuelta a la
fotografía. Allí estaban las dedicatorias. Arriba del todo, reconocía su
letra cuando leyó : Colegio
de Santiago. Mayo de 19. Las dos últimas cifras no aparecían porque
coincidían con la esquina que estaba cortada .
La primera, arriba,
era la de Jorge, estaba escrita con una letra muy pulcra
tipo imprenta y decía:
A Mundi para que se acuerde siempre de su amigo
Y debajo ponía Jorge, con una media rúbrica
que rodeaba el nombre.
La de Nico era más escueta. Estaba debajo de la de
Jorge. Se había esmerado en la escritura y con una caligrafía rasgada
había escrito:
Mundi, cuenta siempre conmigo.
Debajo Juan.
Una rúbrica grande envolvía el nombre y el texto.
La de Beni era igual de escueta, letra firme y muy
bonita. Decía :
Mundi, siempre juntos.
Luego, Benito y como rúbrica, una línea
casi recta que partía de la “o” y recorría la parte de debajo del nombre
con una pequeña inclinación para que le cupieran dos rayitas verticales,
muy juntas y pequeñas, que cruzaban la línea.
Que curioso, pensó Mundí , todos habían puesto la
palabra siempre. Siempre....
Aquel curso se presentaba
duro ,pues al final de todo estaba la Reválida y los que
examinaban no tenían nada que ver con los profesores del colegio. Nico
ya había superado la
rebeldía interior que le producía el estar interno y se destapó como un
virtuosillo de las Matemáticas ,a Mundi tampoco se le daban mal; sin
embargo lo de Beni era el Latín y la Literatura. Jorge estaba en una
especie de tierra de nadie aunque las Ciencias Naturales le atraían un
montón.
CAPITULO IV
El curso fue transcurriendo más deprisa de lo que
parecía. Nico hacía de proveedor de la cuadrilla pues recibía más
paquetes que el resto y cuando llegaban, era todo un acontecimiento pues
algún chorizo caía seguro. “Los de la capital no tenéis ni idea
de comer” les decía, mientras repartía un trozo de chorizo a cada
uno. “Este parece que pica un poco”, decía Beni . “Si,
tú ponle pegas encima” le contestaba Mundi, mientras trataba de
meter el trozo de chorizo entre el pan de la merienda mezclado con el
queso americano que tocaba esa tarde.
Hubo dos noticias que perturbaron la paz del
grupo. Un hermano de Nico estaba barruntando el emigrar, pues decía que
él no iba a estar toda la vida dedicado al campo. Pero lo que más les
impactó fue cuando allá por Semana Santa
una carta de la hermana de Jorge le ponía al corriente,
enviándole la recibida de su madre, de que hacía un tiempo que salía con
un hombre y que probablemente se casaría con él. A Jorge no le sentó
bien la noticia; no le entraba en la cabeza que su madre volviera a
casarse y no se veía en el trance de tener que llamar padre a otro que
no era el suyo. Porque el recuerdo de su padre lo tenía vivo, aunque
hacía años que había muerto, todavía sentía el calor de su mano cuando
lo llevaba por la calle y le iba contestando a las mil preguntas que un
niño hace cuando va despertando a la vida y con él se sentía seguro.
Jorge pasó una mala temporada coincidiendo con la proximidad de los
exámenes finales.
Siempre juntos...
la verdad es que los deseos de Beni se cumplieron ese curso.
Juntos habían fumado los primeros cigarrillos y compartido las primeras pavas, juntos habían pateado el barrio, juntos habían iniciado los primeros ligoteos aunque en eso Jorge les sacaba unos cuantos largos de distancia pues se las llevaba de calle a las mocetas del barrio, juntos habían asistido a aquellas sesiones continuas interminables de cine de barrio en el que, al entrar ,el olor a ambientador lo invadía todo, juntos habían pasado tardes recorriendo la Gran Vía y la Puerta del Sol y la Plaza Mayor, después de haber hecho el viaje en metro o en tranvía, a ser posible sin pagar ,juntos habían asistido a competiciones deportivas entre colegios en las que el Beni había cogido la puñetera costumbre de que, cada vez que metía un gol el equipo propio, se lanzaba hacia la zona donde estaban los hinchas del otro colegio, sobre todo si el otro era el CHA y les dedicaba tres cortes de manga horizontales seguidos, a punto de luxarse el brazo por el codo, mientras decía: “¡Toma!, ¡Toma! y ¡Toma!”. Esto producía la reacción de los otros que salían detrás de él y el Beni iniciaba una carrera loca, con la capa al viento, a guisa de Superman pero en retirada, no muy honrosa, buscando el refugio de los suyos. También estaban juntos en aquellas frías y tediosas tardes de sábado o domingo sin salir del colegio, bien por castigo o la mayoría de las veces ,por falta de un duro que poder gastarse .Juntos también, como tantos otros, pasaron las vacaciones de Semana Santa en el colegio.
Semanas Santas de aquellos años que, recordaba
Mundi, eran tan diferentes a las que se vivían ahora. Eran Semana Santas
de Domingo de Ramos de estreno, de palmas y ramos de olivo, de prohibido
cantar, de radios enmudecidas, de música sacra, de cines de “La
túnica Sagrada”, ¿ Quo vadis? y “La canción de Bernardette”,
de garbanzos de vigilia, bacalao y torrijas, de ayunos, de
abstinencia de carne, de bulas, de sermones tenebrosos, de
recorrido de monumentos, de olor a cera quemada e incienso, de Sagrarios
vacíos, de procesiones, de colores negros y morados, de penitentes
descalzos, de manolas con peineta y mantillas de blonda, de cirios y
faroles con velas, de capirotes, de andas portadas a hombros de cofrades
anónimos, y para ellos, era, además del recuerdo de sus casas, aviso de
que faltaba poco para los exámenes finales, que las tres cuartas partes
del curso habían pasado y que había que apretar.
Pero todo llega y llegó el último día de curso,
día de jolgorio de desbandada general. Después del desayuno todo el
dormitorio era un follón de camas deshechas,
trapillos entregados, maletas a medio hacer, voces por todas
partes, despedidas de unos y otros y los que se habían examinado de
Reválida, la incertidumbre de si habían a probado o no, ya que las notas
saldrían días más tarde .
Día de sensaciones contrapuestas, de sabores
agridulces, alegrías inmensas por volver a sus casas, cierto regusto de
amargura porque a muchos de los que habían sido sus compañeros no sabían
si volverían a verlos. Poco a poco el dormitorio empezó a vaciarse y el
silencio adueñándose de él. Nico le dijo a Beni: “Joe, tú, como que
se me han saltado un par de lagrimones.” “Me
lo vas a decir a mí que tengo un nudo en la garganta que estoy a punto
de vomitar el desayuno”.
Alguien subió a decirle a Jorge que tenía visita.
Jorge bajó y al poco subió para terminar de hacer la maleta . “Ha
venido mi hermana a buscarme para hacer juntos el viaje a
Canarias, si queréis os la presento”, les dijo. “Vete tú bajando
que ahora vamos nosotros”, dijo uno de ellos como sin darle
importancia. En cuanto Jorge desapareció del dormitorio los tres dejaron
las maletas a medio hacer y se largaron como exhalaciones a los lavabos
para repeinarse. Luego bajaron las escaleras y por poco llegan antes que
Jorge. Los dos hermanos estaban en el camino de acceso a la puerta
principal ,Jorge había dejado su maleta en el suelo y le estaba diciendo
algo a su hermana que en ese momento daba la espalda a la puerta. El
primero en llegar fue Nico que, en la carrera, bajó de un salto los
escalones de acceso al edificio. El estruendo hizo volver la cabeza a la
hermana, que lo primero que vio fue a un chico trastabillando, tratando
de mantenerse en pie y a punto de llevarse a los dos hermanos por
delante. Cuando recompuso la figura, se estiró el chaleco que llevaba y
le dijo: “Hola soy Nico, amigo de tu hermano. Encantado”,
mientras unas gotas de agua, restos del rápido peinado, le caían por la
frente. Muy en su papel le tendió le mano. La hermana con una sonrisa,
dijo “Ya lo sé, os conozco por la foto”, hizo caso omiso del
gesto caballeroso de Nico y le plantificó dos besos, uno en cada
mejilla, sin importarle el acné. Los otros dos se colocaron a la cola y
se fueron presentando con el mismo protocolo. La hermana de Jorge, que
se llamaba María del Pino, era muy guapa, alta y con los ojos muy claros
como su hermano ,el pelo rubio, largo, recogido con una coleta y una
sonrisa que le marcaba dos hoyuelos a ambos lados de las comisuras de
los labios. Como luego apuntaría Beni, tenía de todo y cada cosa en su
sitio. Los tres sin decirse nada llegaron a la conclusión que la cara de
Celia, la protagonista de la
novela que Beni les había leído, era la de la hermana de Jorge.
CAPÍTULO V
Estuvieron un rato charlando y por fin se
despidieron ya que, los dos hermanos, debían coger el tren para
Andalucía. Luego vendría el barco.
¡Que cosas!, recordaba Mundi, cuando se despidió
de Jorge con un abrazo, algo en su interior le decía que la cosa no
marchaba bien y fue como si tratara de agarrarse a la esperanza de que
fuera un mal pensamiento, una mala idea que como un relámpago le había
pasado por la cabeza. Fue un abrazo sentido, como si con él quisiera
decirle : “No me falles, hemos
compartido muchos buenos y malos momentos y
tenemos que seguir
juntos”.
Cuando los dos hermanos
traspasaron la puerta de la verja del colegio y Jorge les dijo
adiós con la mano, el deseo de Beni, siempre juntos, se rompió .
Nunca más volvieron a estarlo.
Recordaba Mundi, que ese verano
la madre de Jorge se casó y se llevó con ella a Italia a sus dos
hijos. El hermano de Nico emigró a Alemania y su madre decidió que Nico
había estudiado suficiente y lo necesitaba para que ayudara
a su otro hermano en las tareas del campo.
Lo supieron, al comienzo del curso siguiente, por
el cura del colegio, con el que Beni hacía buenas migas y le encargó se
enterara de por qué no habían vuelto sus amigos.
Al principio, notaban como si les faltara algo
importante y no era raro oír a uno de los dos: “Si estuviera aquí
Nico, diría...”, o “¿Te acuerdas cuando Jorge...?”
Ellos, también se separaron un poco, Beni se
decidió por Letras y Mundi por Ciencias..
Siguieron juntos hasta terminar Preu ,
después se separaron definitivamente. Beni se fue a Valladolid a
estudiar Filosofía y Mundi
al Alto. Nuevos compañeros, nuevas amistades.
Siguieron en contacto a través de cartas que cada vez se fueron haciendo más esporádicas hasta que cesaron de escribirse.
Que curioso, pensaba ahora Mundi, los cuatro
llevaron vidas diferentes y sin embargo él tenía la sensación de que
siguieran juntos. Probablemente, los lazos de unión que se generan en
esos colegios, son intemporales, quedan ahí por encima del resto de
circunstancias de la vida. Mundi estaba seguro que si, un día
cualquiera, volviera a encontrarse con alguno de
los componentes de esa foto sentiría la sensación de que era ayer
cuando dejaron de verse y se abrazarían con las mismas ganas que cuando
se despidieron la última vez, porque la amistad que sintieron seguía
viva a pesar del paso de los años.
Estuvo un rato contemplando la foto
con el libro en la mano y decidió que el mejor sitio donde debía
estar esa foto era, precisamente, en el interior de ese libro ya que la
una complementaba al otro. Eso sí, el libro pasó a ocupar un sitio de
honor en la librería de su despacho, de esa forma siempre lo tendría a
mano para el recuerdo.
Un día, años después, alguien colgó la misma foto
en la web de los pínfanos,
cuando Mundi la vio, por su cabeza pasó otro pensamiento como el
del día de la despedida de Jorge pero, esta vez, de signo
contrario y pensó que, a lo mejor, era el inicio de un reencuentro. Pero
eso, es otra historia.
A mi amigo pínfano Javier Lete (q.e.p.d)
Lucas Marzo del 2005
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