MI FAMILIA. PINFANOS INCLUIDOS

Un día en el CHOE de La Inmaculada, nos encontrábamos en el recreo (Curso 1955/56).

Estaba con todos mis compañeros y sin embargo solo, enfrascado en mis pensamientos.

Unas veces, pensaba en la familia de mi madre que, casi todos estaban allá en su pueblo.

Otras veces pensaba en la de mi padre, bastante más cerca su mayoría. ¡Que casualidad! Allí en el mismo Madrid.
 

Mi tía “Ela”, vivía en la calle Escosura número 23, en la trasera del Parque Móvil Ministerio, al que mi tío Alberto me había llevado una vez en el coche oficial, subiendo por aquella rampa en espiral tan impresionante, hasta el último piso donde me presentó a sus compañeros.

 

Por la forma de hablarles, se notaba que estaba muy orgulloso de mí, que llevaba puesto el uniforme azul de Pinfano con la gorra de plato, camisa blanca y corbata negra. No llevaba la capa por hacer buen tiempo, últimos de mayo o primeros de junio, por tanto, primavera.

 

De vuelta a casa desde el PMM, pasamos por una acera sin calle¿? ; pero con algo de jardín que, desde la puerta principal situada en la calle Cea Bermúdez, comunicaba con la misma calle Escosura. Durante este pequeño paseo, mi tío me preguntó: ¿Sabes que mi general y su esposa fueron los padrinos de boda de tu tía y mía?  Como no tenía ni idea de esto, así se lo dije.

 

He de aclarar, que mi tío, era funcionario civil de la administración militar, y su general, nada más y nada menos que, el famoso e internacionalmente conocido Millán Astray (del que no hace mucho tiempo me enteré, que también era protector de los Pínfanos/as de Las Mercedes, es decir, que le faltaba un ojo y un brazo; pero le sobraba corazón), al que servía de conductor por ser también buen mecánico (además de otras muchas virtudes castrenses), desde sus tiempos de legionario durante el conflicto civil.

 

También me contó que, le había llevado varias veces a Alemania en el coche-despacho-cama, antes y durante la  II Guerra Mundial. Así que esta vez, era yo quien me sentía bastante más orgulloso de mi tío, de lo que ya estaba, por conocer algunas de sus verídicas y extraordinarias historias, tal como, la liberación de su pueblo (Rociana del Condado), por él solito, y sin disparar un solo tiro. Por eso lo buscaban algunos comunistas para liquidarlo, y se enganchó a la Legión siendo menor de edad; pero... eso es otra historia.

 

Así llegamos al bar que estaba debajo de su casa, donde tenía por costumbre tomar el aperitivo a diario, antes de subir a comer.

 

Lo suyo era un vaso de vino con unas tapitas; pero para mí pidió: A mi sobrino le pones una “clara” muy fresquita. Se trataba de cerveza con gaseosa La Casera, en otros bares la ponían con La Revoltosa; pero el asunto era rebajarla de alcohol para que mi tía no le echara la bronca, porque antes de salir, oí que le decía a mi tío, después de la retahíla de recomendaciones habituales ¡¡ Y a ver como me traes al niño!!  El caso es que, tan sobrino era de una como de otro, ya que si ella era hermana de mi padre, él era hermano de mi madre.

 

 

 

Mi tío me contó, que le dijo una vez a mi padre “Cuñado, como tu te has casado con mi hermana, yo me voy a casar con la tuya”, y así fue. Esto se produjo después de mi nacimiento Por tal motivo, mis primos son más pequeños que yo, “Marilín” –5 y “Tito” –10 (supuestos nombres familiares), y eso sí, sus apellidos cambiados, o al contrario que los míos.

 

Mi tío quería pagar y me instaba a que fuera saliendo del bar, porque andábamos muy justo de tiempo y a  “La Ela” y a “La Madrina”, no les gustaba que se enfriase el cocido madrileño. Yo me resistía a salir, porque no me quería  perder el espectáculo, que consistía en lo siguiente:

 

Cuando se dejaba propina, el que cobraba voceaba:

 

¡¡¡BOOOOTEEEE!!! Y acto seguido, cada uno de sus compañeros de detrás de la barra, se acercaba al aparato que tenía más a mano (campana, cencerro, pandereta), y lo tocaba desaforadamente. Más que la música (que no era), impresionaba, el tesón que ponían en el preludio de dar las gracias, pues cada uno se acercaba a tocar, con lo que en ese momento tuviese en las manos, y la algarabía era muy grande. Solo dejaban de tocar, cuando se había unido a la fanfarria el último rezagado, y entonces, al unísono y con voz potente decían:

 

¡¡¡GRACIAAAAAAAAAAAAAAAAAASSS!!!

 

La semana anterior nos habían visitado, mi tío Diego (el mayor de los hermanos de mi madre), y su esposa Angustias (una gaditana, simpática donde la hubiera), y al oir y ver esta, tal espectáculo, preguntó con su gracia habitual: ¿A que viene esta juerga chiquillo? A lo que mi tío le dijo: “Na, es que les dejé una perra gorda de propina”. Y ella replicó: “Si por una perra gorda arman tanto jaleo, entonces, si les dieras un real, nos subirían a la casa en camichuche ¿No?

 

Del cocido madrileño de mi tía, no quiero contaros mucho por no poneros los dientes largos, aparte que desde aquí, no se puede apreciar el esplendor de su olor, sabor ni color, tampoco sus ingredientes, como puede ser la abundante chacina (de la que se adolecía en los del choe); pero si que, en subiendo las escaleras se podían percibir sus olores, y en cuanto se abría la puerta, estos se acrecentaban de tal manera, que inconscientemente se nos aceleraba el paso, y los jugos gástricos preparados, para recibirlos como está mandado.

 

 Estaba a punto de meterme el cocido entre pecho y espalda, cuando oí a mi vera la voz de un Pínfano que me decía:

 

-          Hola, Juan.

-          Hola - Le dije sin muchos ánimos de despertar de mi apetitoso sueño.

 

Era Pepito (le llamaré así por no desvelar su nombre).

 

-          Tu conoces mucho de Madrid ¿Verdad?

-          Bueno...conozco algunas zonas, pues sabes que tengo unos tíos que viven por Quevedo.

 

Mi tía Isabel que vive en Chamberí, en el nº 15 de la calle Virtudes, su marido (José) tiene una profesión poco común (apuntador de teatro), y tienen una hija preciosa (Isabel) con 4 ó 5 años mayor que yo.

 

Mi tío Andrés que es maestro, vive con su esposa Emilia en Pueblo Nuevo, al final de la calle Alcalá, donde la Cruz de Los Caídos, tienen 5 hijos: Milagros, Andrés (como su padre y nuestro abuelo), Manuela (como nuestra abuela), Mario y Amelia son los más pequeños; pero todos mayores que yo.

 

Mi tío Aurelio es maestro, como su hermano mayor; aunque nunca ejerció. Fue Sargento de la Guardia Civil, y al terminar la guerra también lo cesaron, vive por la calle Cartagena en la confluencia con la Avda. de América. Lleva una portería (cedida por su cuñado Alberto) con su esposa María, y tiene 4 hijos: Alfonso (recién casado con Maruja, aceptó la propuesta del Banco de Vizcaya, para dirigir la sucursal de Bata, en Guinea), Paloma (la única hembra), Aurelio(estudia Ingeniería Aeronáutica, pero ahora está haciendo la mili en Aviación, que es lo suyo), y Andrés que es el más pequeño, está de encargado de una juguetería en la calle Fuencarral. Se lo debe pasar bomba probando los juguetes, además que la hija del dueño es un bombón y parece que le mira con muy buenos ojos.

 

Como puedes imaginar, tengo que conocer algo más que estos lugares, solo por haber visitado mi familia. De manera que, también conozco El Retiro, La Cibeles, La Puerta del Sol, Plaza de España, etc.

 

-          Pero... ¿Por qué me lo preguntas Pepito?

-          Porque me dijo mi madre que, mirase la posibilidad de comprarle unas cosas que necesita de Galerías Preciados. He pensado que tú serías muy apropiado para que me acompañes, si quisieras hacerme el favor.

-          Pepito, estaría encantado de ayudarte; pero sabes que los comercios abren los días laborables, y a nosotros nos dan salida los domingos y festivos solamente.

-       Ya me encargaré de solucionar ese problema. Y no te preocupes por los gastos, que corren de mi cuenta.

 

Quedó así pendiente el asunto.

 

A los pocos días, estando en el estudio, Pepito se acercaba al inspector Monroe, y le pedía permiso. Acto diario muy normal para ir al servicio; pero esta vez, no era eso. Al entrar de nuevo en el aula, le dijo otras palabras en voz baja.

 

El inspector Monroe era impresionante, con su bigote, su traje gris Príncipe de Gales y corbata, una nuez bastante prominente en su largo cuello, que  se le notaba a través de  la piel cuando subía y bajaba, y su vozarrón muy bien timbrado, no parecía saliese de aquel cuerpo tan delgado; aunque fuerte. Nunca sonreía.

 

Monroe me sobresaltó diciéndome:

 

-          ¡Alvarez, vaya a ver al director!

 

Y siguió leyendo su periódico.

 

En este instante pensaba: ¿Qué me habré comido?; Pero mi mente no encontraba motivo alguno, lo cual no quitaba dramatismo al momento.

 

Mientras me dirigía a la puerta, eché una ligera mirada de soslayo a la cara de Pepito, que estaba sentándose en su pupitre; pero esta tampoco me aclaraba nada.

 

Salí al pasillo y toqué en la puerta de cristales, al mismo tiempo que abriéndola un poco pregunté:

 

-          ¿Con su permiso, don Antonio?

-          ¡Sa, sa, pasa!

 

El hombre no se mostraba enfadado, antes bien, parecía complacido leyendo el papel que sostenían sus manos.

 

-          Tu compañero Pepito, me ha entregado esta carta de su madre, en la que me pide, te permita acompañar a su hijo para hacer ciertas compras en Galerías Preciados, ya que sabes por Madrid y ambos tienen confianza en ti.

Dado que me adjunta una autorización para él, y tu tienes la de tu madre, por mi parte no tengo inconveniente. Así que, si estás conforme, esta tarde después de comer, bien lavados y peinados, os ponéis vuestros uniformes y salís. Él es un chico obediente, de manera que cuídalo bien.

 

Con la mano me indicaba que saliese del despacho, al mismo tiempo que pronunciaba las últimas palabras,  dando por hecho mi conformidad; no obstante, dije  despidiéndome:

 

-          Si, don Antonio.

 

Al entrar en el aula, Pepito me preguntó con la mirada. Le contesté afirmando con la cabeza mientras sonreía, y él no cabía en si de gozo frotándose las manos.

 

Por la tarde y según lo acordado con “El Sasa”, salimos del colegio tan contentos, y nos dirigimos a la parada del autobús de Arturo Soria. Era el número 9.

 

Él subió primero ya que llevaba los cuartos. Pidió los dos billetes y los pagó.

 

Daba gusto ver como empezaba a manejarse solo.

 

El autobús estaba vacío. Me señaló dos asientos preguntándome:

 

   -  ¿Aquí?

   -  Si.

 

Se sentó al lado de la ventana, y me preguntó:

 

-          ¿Dónde nos tenemos que bajar?

-          No te preocupes, vamos hasta el final. Luego hasta Sol hay un pequeño paseo, y la calle Preciados está allí mismo.

 

Llegamos a Sol, y tomando la calle Preciados dirección a Callao, encontramos Galerías Preciados.

 

Nada más entrar, se hizo otra vez con el mando. Preguntó por la sección en cuestión a una chica, que nos indicó la planta a la que teníamos que subir, por las escaleras mecánicas, o por el ascensor.

 

Esta vez tampoco me preguntó. Se dirigió decididamente a las escaleras.

 

-          ¡Cuidado Pepito! Sujétate primero al pasamanos.

 

A pesar de mi advertencia, el cuerpo se le desequilibró un poco; No obstante, continuamos sin más problemas. Una escalera tras otra, y aquello para él era pan comido. Tan fácil, que incluso era divertido.

 

Una vez hecha la compra, por aquel avispado Pínfano (mi misión consistía en vigilar, mientras todo fuese bien), volvimos también por las escaleras mecánicas, hasta la planta baja.

 

Nada más dejar la escalera, y dispuesto a enfilar la puerta de salida, se paró en seco. Creí que se había olvidado algo; más sonríe y me dice:

 

-          Juan, ¿Puedo subir otra vez?

Me auto-pregunté: ¿Quién le dice al niño que no?

 

-          Sí... como no.

 

Por un momento me quedé mirando su ascensión; Pero no tardé en distraerme.

 

 La presencia de una guapísima chica cuidando las flores, y que hacía juego entre ellas por su belleza, atrajo mi atención.

 

Cuando volví la vista a la escalera... ¡Pepito no estaba! De pronto, vi aparecer una gorra azul por encima del siguiente pasamanos. Era la de Pepito que seguía subiendo. Me tranquilicé.

 

Cuando bajó, no dijo palabra; Sin embargo, la expresión de su cara sonriente, y el modo de inclinar la cabeza, era una nueva petición, a la que accedí diciéndole:

 

-          Si Pepito; pero luego tenemos que irnos.

                        

Unos doce años después... ¿O quizás catorce? Tal vez pueda aclararlo Pepito.

 

Destinado en la E.A.I. y Transmisiones del Ejercito, en Campamento (Madrid).

 

Recibí la orden de recoger una cinta urgentemente, con la grabación del nuevo Himno de Ingenieros, para unos actos que se realizarían aquella misma tarde. Al parecer, el enviado por TVE de Prado del Rey (donde se grabó la cinta), había equivocado el destino, entregándola en el Regimiento de Ingenieros. Por eso me dirigí al acuartelamiento contiguo a toda prisa, ya que se aproximaba la hora de la comida.

 

Era la primera y última vez que pisaba aquel cuartel, de manera que pregunté en el Cuerpo de Guardia  por el Gabinete de Radio, y me indicaron que estaba detrás del Patio de Armas. Al final, y supongo que como siempre, muy cerca de donde practicaba la Banda de Cornetas y Tambores.

 

Llegado al lugar, me disponía a entrar en el edificio, cuando de pronto oí que exclamaban a mis espaldas:

 

-          ¡¡Hola Juan!!

 

Me volví, y vi que era uno de los dos Tenientes que parecían recién estrenados, a los que había saludado al pasar. ¡No entendía nada! Aquella familiaridad me desconcertaba; pero él parecía que estaba seguro de lo que veía, y sonreía ampliamente detrás de aquel enorme bigote (digno de un alumno de “El Foca”), que le tapaba media cara.

 

-          Soy Pepe de...

 

No terminó la frase que pretendía, porque ya me había percatado, y los dos a un tiempo, nos fundimos en un fuerte abrazo, sin miramientos de ninguna clase.

 

Como podéis suponer, era el mismo Pepito de las escaleras mecánicas de Galerías Preciados.

 

A su interpelación de que hacía por allí, le conté, y mirando el reloj me dijo:

-          Entra pronto que están a punto de cerrar.

 

Terminada mi gestión. Salí del Gabinete... y ya no había nadie en las inmediaciones.

 

Muchos años después de mi destino en Tenerife, conseguí averiguar por un compañero, que Pepito era Tte. Col. y estaba destinado en la Casa Real.

Solo me queda decir de él, que ya desde pequeño, se notaba que llevaba el mando dentro; aunque luego lo practicase.

 

Por lo contado aquí y por los viejos tiempos en el CHOE, me hubiese gustado estar a la Orden de Pepito; sin embargo, me conformaría con otro abrazo como aquel, así que si me lees, comunícate y puede que algún día lo logremos.


                              

 Como comprenderéis, esta historia y los personajes no son reales. Los nombres me los inventé, yo nunca existí y vosotros tampoco. Todo es producto de la imaginación calenturienta de este Pinfanoide, al que le sigue subiendo la fiebre por momentos.

Cada cual piense lo que quiera; pero yo me tomaré una virtual píldora antitérmica, y con vuestro permiso, me “empiltro”. Os aconsejo hagáis lo propio.

Deseo felices sueños, a todos mis queridos Pínfanos y Pinfanas.

Abracetes.

Juan Andrés Álvarez Pérez, alias Marzito.

Julio de 2.005