RELATO NAVIDEÑO

Por: Tomás Gamero García

 

CAPITULO PRIMERO.-                                     

 

¡Menuda alegría!. Este año no iba a pasar TODAS las Navidades en el Colegio... sólo Nochebuena y Navidad. Después me iría a casa a pasar el resto de vacaciones.

Nos levantábamos más tarde. Jugábamos mucho. Adornamos las paredes con figuras hechas en cartulina negra y clavadas con alfileres... Hicimos un belén (... ayudamos "un poco" a Sor Josefa). Tenía agua, luz, música... se hacía de noche... Después me enteré que entre los distintos colegios que tenía la Congregación en Madrid, había como una especie de concurso... no recuerdo cómo quedamos...

Nos llevaron a ver una película al cine Gran Vía y a ver otros belenes por parroquias, colegios. Nos daban dulces de navidad: turrón, mazapán.

- Yo me quiero ir a mi casa- le decía a Andrés. Por primera vez  confieso que estuvimos a punto de "escaparnos". Nos faltó el último empujón... si en vez de seguir la fila hubiésemos tirado para otro lado...

Cada día estaba más triste... y más enfadado con mi madre. No entendía por qué después sí que podía ir a casa y en Nochebuena y Navidad no.

-... solo tengo dinero para unos días. Sacaré también a tu hermana y lo pasaremos todos juntos...

Me entró la "morriña".... Me dediqué a dibujar, bueno, a pintarrajear. Alguien se dejó unas pinturas en su pupitre y Andrés y yo dimos buena cuenta de ellas. Cada día que pasaba estaba más rabioso. Iba por el pasillo corriendo con la cabeza baja.... con tan mala suerte que me " encontré" con Sor Cecilia... ¡ le di un golpe en el estómago!. Me disculpé, pero aún así me castigó. Mi "rencor hacia el mundo", iba en aumento. 

Nochebuena.... Cena un poco mejor de lo normal.... Lo mejor los dulces. Misa del Gallo en los Teatinos y... ¡ a dormir!  ¡ qué aburrimiento!

-... No tengo sueño- le dije a Andrés.

 Nos pasamos buena parte de la noche leyendo tebeos... las monjas ni aparecieron...

Día  de Navidad. Me levanto con una cosa aquí... Ha caído un nevazo de miedo, lo cual me produce más desazón... y más frío. ¡ con lo que me gusta la nieve! ... definitivamente no iban a ser mis mejores Navidades.

A media mañana me llama mi madre, que vienen a por mi el 30.

- ¿ Y por qué tan tarde?- le pregunto.

- Haz el favor de no ponerme de mal genio- Te he dicho que no puedo antes.

-.... " a sus órdenes"- pienso yo, con una rabia terrible.... Es injusto, pero en mi inocencia pensaba que no tenía madre tampoco...

Andrés pagaba mi mal humor. Nos dedicamos a recorrer el colegio... las calderas, el almacén, la lavandería. En la clase del primer piso nos atrevimos a poner el magnetofón... el caso era no estarme quieto...

- ¡ Y llegó el gran día!  ¡ a casa!

El viaje me pareció estupendo. Estaba tan cansado que me dormí. Aún tuve tiempo de ver los árboles pelados y la aridez manchega. Tenía pena por no ver a Andrés, que no había podido ir a su casa. Ya le dije que le traería cosas...

 Manolo, mi amigo del pueblo estaba esperándome en la estación y le dije a mi madre que me quedaba a jugar en la calle, que ya iría a cenar. 

CAPITULO SEGUNDO.- 

Hacía un frío de muerte, pero no me importaba. ¡ qué distinto al frío del colegio!

-  no pueden  haber dos fríos- le decía a Manolo

 - déjate de tonterías- ¡ mira, un nido!... (vacío, en este tiempo los pájaros bastante tienen con aguantar el mal tiempo)

- ¿te acuerdas cuando, en verano, cogimos un vencejo y lo llevamos a tu casa?

Aunque era feísimo, con "garras" y ¡unas cagarrutas que echaba!, nos parecía el más bonito del mundo. Además nos daba más pena, pues cuando se cae del nido ya no vuela para arriba...

-¡ hacer el favor de sacar esa porquería de aquí! - chillaba mi madre- No quiero (¡cuánto me arrepentí de la contestación!). Hizo el gesto de quitarse la zapatilla... yo, a correr.... me escondo en el wáter.

- ¡Sal de ahí a hora mismo!. Silencio. Lo mismo, pero más fuerte. Aburrido y derrotado voy a despasar el cerrojo y... ¡ no puedo abrir!

- ¡ Ya veras la que te espera cuándo salgas...¡-

 Y bien cierto fue... me dió una tunda de zapatillazos y me castigó en la habitación toda la tarde. Cuando me levantó el castigo el vencejo había desaparecido...

¡Qué recuerdos¡ ¡ y lo bien que lo pasábamos!

El suelo estaba lleno de hojas de todos los colores. Igualito que una alfombra.

¡ y qué suaves estaban las hojas!. Empezamos a dar volteretas.

- Vamos! Tenemos que avisar a los demás. Atravesamos el " patio cuadrado" y nos entretuvimos jugando con "Tom", un perro vagabundo que era de todos...

 Fuimos casa por casa avisando a la pandilla. Nos juntamos en el jardín de las Acacias y empezamos a hablar de nuestras cosas. Angela, Trini, Loli, Fernando, Pedro, Manolo y yo. Fernando era un poco mayor que nosotros. Al rato sacó un cigarrillo y nos ofreció.

-¿de dónde has sacado el dinero?- le preguntamos

De los aguinaldos. Mirar, aún tengo más... Nos acercamos al "carrillo" y compramos pastillas de leche de burra, paloduz, tramusos, regaliz, caramelos de menta... ¡un festín!.. Por esa época el fumar no me interesaba... todavía.

Había la costumbre de, la noche de Nochebuena coger todo tipo de cacharros de cocina, ollas, perolas, almirez, botella de anís y pasar casa por casa cantando villancicos y pidiendo el aguinaldo. Aquel año no lo había podido hacer, pero Fernando se había acordado de la pandilla ¡ cómo debe ser!.

En la comida sí que lo notaba. Mi madre me "sobrealimentaba- como ella decía- a base de ponches ( ¡ te ibas de contento a la calle!, y ¡ sin frío!), de yema de huevo y jerezquina ( alcohol puro). Los plátanos también era su debilidad y ... el jamón serrano. Así que pasaba pocos días pero, eso si, a cuerpo de rey.¡ y yo que creía que mi madre no me quería!.

Otro de los capítulos era la ropa. Muda nueva. Pantalones, camisa, jersey y zapatos... ¡y dice que no tiene dinero!- pensaba yo.

Vivíamos "realquilados". Habitación con derecho a cocina. Dimos con una familia excelente... Jesús, Encarna, sus hijas Loli y Adela... ¡ buena gente!. Me querían como a un hijo. Mi madre, para ayudarse cogía costura para coser en casa. La cosa se fue agrandando y varias viudas se juntaban en el piso de una de ellas y... hasta las tantas.

- Por eso, cuando te saco, es para que no te falte de nada... pocos días pero  ya verás como vuelves más gordo al colegio... ¡Madres...!

CAPITULO TERCERO.-

 Y así iban pasando los días. La Nochevieja no tuvo nada de especial. Cenamos sopa bien calentita y pollo. Jesús me dio un duro para que me lo gastara en lo que quisiera - ¡un duro! ¡la de golosinas que podría comprarme!.

Medíamos lo bien que lo habíamos pasado según a la hora que nos hubiésemos acostado.

-  Yo a las dos- ¡ qué pronto!

-  Yo, a las tres. Estuve bailando con mi prima- nos contaba Fernando.


Y nos daba una envidia terrible. Su prima no era muy guapa de cara. ¡ pero tenía una delantera !. Nos traía locos. Vendía melones por los pueblos. Montaban una especie de carpa y se pasaban un mes o más vendiendo... En verano tocaba nuestro pueblo y no salíamos de debajo del tenderete. Su madre hacía una especie de cuadrado en el melón y nos lo daba a probar.

- ¡ Está rico! ¡ eh!- Decidle a vuestras madres que vengan a comprarme... 

El día uno de Enero vino mi hermana. Estaba también interna. Como le caía mejor que yo a mi tía Francisca se la llevaba muchas vacaciones con ella. No era mi tía. Era la mujer de mi tío, que es distinto. Me daba de comer sardinas fritas del día anterior. Lo compensaba con polvorones..¡ qué atracón me di un día!. Tenía una perrita pekinesa a la que daba de comer mejor que a mi... hasta se acostaban juntas. Le daba besos, le ponía cintas en la cabeza. A mi me extrañaba que quisiera más a la perra que a las personas, pero... No entiendo como mi hermanan se quería ir con ella,. Bueno, luego lo entendí, cuando me enteré que había un chico que le gustaba, era el hijo de una  amiga de mi tía. Incluso salió con él y todo... ¡ gente mayor!

 

Me pasaba el día jugando en la calle. No sentía el frío, de lo a gusto que estaba. La Explanada de Palacio me parecía inmensa y... preciosa. Ese sentimiento de libertad que sentías al correr detrás de una pelota, al subirte a un árbol, a revolcarte en las hojas húmedas... te llenaba de felicidad. Si, era feliz. Con lo que tenía me sobraba. No tenía derecho a quejarme. Aunque cuando me acordaba que me quedaban cuatro días para volver al colegio me entraban esos retortijones de corazón a los que tanto temía, pues acababan en pena. Pena de dejar todas estas cosas que me gustaban tanto y tenerme que encerrar hasta quién sabe cuando en el colegio.

 

 Acompañaba  mi madre a la compra. La tienda del señor Rogelio estaba a la vuelta de casa.

-Bueno ya vendrá el chico a por aceite- Lo apunta en la cuenta.
 

No entendía eso de apuntarlo en la cuenta... luego lo supe. Se iban apuntando los gastos diarios y luego mi madre lo pagaba poco a poco. La señora Ana, su mujer, me daba caramelos de vez en cuando. Luego me enteré que se les había muerto un chico de mi edad. Les recuerdo con mucho cariño. De esas personas bondadosas que te quedarías un buen rato con ellas haciéndolas compañía. Pero mi gran ilusión era jugar y pasármelo lo mejor posible.
 

Las calles estaban muy adornadas. La principal te hacía daño a la vista, de tanta luz roja y verde. Aquel día nevó. Nos faltó tiempo para hacer el muñeco de nieve y tirarnos nuestras buenas bolas... Hacía un frío terrible.

  

- Vamos a tomar algo- me dice Fernando- una horchata-

- ¡ una horchata¡- ‘ ¡ con el frío que hace!

- Mira, por allí van Pili y María... Vamos a  fardar... que nos vean sentados tomado algo

- Y ¿ por qué no nos podemos tomar un chocolate con churros?

- No seas tonto. Se liga más con la horchata
 

... Y nos la sirvieron. Y aún recuerdo el helor que me subió por la nariz y me llego a la cabeza... casi me mareo.

Lo peor fue que las chicas llevaban prisa y ni se sentaron

- La última vez que te hago caso- le dije a Fernando

Nos parábamos con mucha gente: Me asombraba la cantidad de personas que conocía mi madre. Me dio mucha alegría. Casi todas eran clientas a las que cosía

- Si no fuera por ellas, no estarías tú aquí. Con la pensión de tu padre no tengo ni para comer (¿).... No entendía nada. Cuando crecí ya me llegaron “ las entendederas” 

... Y así llegaron los Reyes...

                                CAPITULO CUARTO.-

 

..... Los Reyes. Ya sabía que eran los padres. La que no sabía que lo sabía era mi madre. Se empeñó en que me acostara prontito. Dejara comida y agua para ellos y los camellos... ¡ qué no soy un niño!. Pero lo hice.
 

Conforme iban pasando los días se me iba poniendo peor genio. Ya no aguantaba las bromas de la pandilla. Una tarde, jugando al “burro”, me pareció que se tiraban demasiado fuerte y armé una pelea de campeonato. Solución, todos a casa enfadados. Me entró la tristeza. Así que fui a buscarles casa por casa haciendo las paces.

  - Si os tuvieseis que ir como yo, ya veríais lo que es bueno. Igual hasta el verano no aparezco por aquí.  Manolín lo arregló con un apretón de manos y juntos volvimos a nuestros juegos.

 

  - ¿ Por qué no entramos a Palacio?- nos dijo una mañana Fernando, que, como era el mayor actuaba de “jefe” y nosotros a lo que él dijera.

 

  - Estupendo- contestamos todos. Aprovecharemos que el “guarda” ha ido a almorzar y nos “colamos”

Lo habíamos hecho muchísimas veces. Era cuestión de dar un empujón a una puerta que estaba rota y entrar. Así de sencillo. Una vez dentro teníamos que andar con mucho cuidado, pues había perros guardianes, aunque aquel día no habíamos visto ninguno...

¡ Qué salas más grandes!. ¡ Qué cuadros!. Nos tumbábamos en las alfombras. El polvo acumulado nos hacía estornudar. Hasta nos atrevíamos a acostarnos en las enormes “camas reales”. ¡ Qué bien me lo pasaba!. Sin que se dieran cuenta me iba despidiendo de todo... “ hasta el verano”-  me decía mentalmente. Disfrutaba sí, pero ahí dentro  esa cosa que se pone cuando al día siguiente te ibas encerrado por meses... 

De pequeño quería ser misionero. Sería por las enseñanzas que estaba recibiendo, por un sentimiento compasivo... Las monjitas me inculcaron un Amor a la Virgen que aún conservo hoy en día... y bien orgulloso que estoy de ello. Mi Virgen preferida es La Inmaculada, que estaba en la Capilla del Colegio. Daba la casualidad que en la capilla real estaba el mismo cuadro... allí que me escapaba sin decir nada a nadie y le contaba lo triste que estaba por tener que volver al colegio...

-  ¿ Dónde te habías metido?- me preguntaban

-  ... Por ahí. Es que me he perdido.

Otro de los lugares de diversión era “ la ría”. El río natural había sido canalizado y habían hecho como una especie de altos y bajos que eran una delicia para nosotros. Entrañaba un cierto peligro, pues las piedras eran muy resbaladizas, pero nos daba igual. Cogíamos ranas, angulas, algún pez... nos hicimos unas cañas rudimentarias y nos tirábamos horas y horas sentados o tumbados contando todo tipo de historias. Al lado del río había casas abandonadas, los ventorros que se llamaban, y allí que íbamos, encendíamos fuego y nos comíamos parte de lo pescado. ¡ qué rico que estaba!. Alguna vez se nos ocurrió llevar a casa algunas sobras y mi madre me echó con “cajas destempladas”.

- llévate esa porquería de aquí- me gritaba.- Cómo algún día te caigas al río ya veremos  quién te saca

- Mis amigos- pensaba yo. Y salía a todo correr a echarle el pescado a cualquier gato del vecindario, que los había, y en abundancia

¡ Los Reyes!. Me acosté tempranito. Más que por obedecer, por lo cansado que estaba del día tan intenso que había tenido.

Esa noche me acosté con mi hermana. Confieso que tenía un poco de “canguelo”. Aunque tenía claro que era mi madre... no sé... aún estaba en la duda.

-¡ Ni se te ocurra levantarte!- me dijo mi hermana al ver que iba hacia la puerta.

Pero yo me asomé... no vi nada. Todo estaba igual que antes de acostarme.

Me dormí de aburrimiento, pero una de las veces que me dí la vuelta, mi hermana no estaba.

-¡ Las pillé!- Pensé. Efectivamente,  allí estaban las dos colocando las cosas…

Entonces sí que me entró miedo de que me descubrieran... me fui corriendo a la cama y me arropé hasta la cabeza.

A la mañana siguiente me levanté pronto. Directo al comedor... Me agacho a ver mis regalos y....

- No ha podido ser más- me comentó mi madre.

No supe qué decir. Tampoco puedo expresar lo que sentí. ¡ era tan poco!

- Se ha esforzado mucho por  comprarme lo mejor- pensé.

Era un tranvía de hojalata y un carro de madera con caballo y lleno de caramelos... En esos momentos no supe valorar el esfuerzo de mi madre. Me pudo el pensar que los demás tendrían cosas mejores que yo. Tenían un padre que trabajaba y no les faltaba de nada. Yo, una madre que no le llegaba el dinero a fin de mes... Estaba hecho un lío. Confieso que esos dos juguetes forman parte de uno de los recuerdos más maravillosos que tengo. Más que el Mecano que me dejaron un año en el Colegio y que creía que era el más fenomenal de los juguetes.                    

 A media mañana nos juntamos la pandilla en la calle...

- ¡ una bici! A Manolín le habían traído una bici. Con ella fue con la que aprendí a montar  en el verano. Me la dejaba previo “pago” de unas cuántas golosinas.

Todos fueron enseñando sus regalos. Las chicas casi todas muñecas... A Fernando ropa y ¡ una radio pequeñita!

-  ¿ Quién te la ha traído?- le pregunté

-  Pues los Reyes

-  Venga, déjate de bobadas

-  Mi padre, que trabaja en Francia.

Y allí me quedé yo con unas ganas de oír la radio y de montar en bicicleta...

Mis regalos les gustaron mucho... no sé si de “chunga” o de verdad. El caso es que estaba orgullosísimo con lo que me había “echado” ese año los Reyes. 

... Y llegó el día de la partida....
 

Me fui sólo. Estaba acostumbrado. Pero no por eso dejé de sentir rabia. Mi madre podía sacar un billete... no había para más.
 

Me recomendó al revisor quién me cogió la maleta que pesaba más que yo...

El viaje de vuelta fue terrible. Ya no me interesaban ni las personas ( no paraban de preguntarme cosas), ni el paisaje, ni los dulces que me ofrecían. Pensaba en la ciudad como un gran monstruo que me iba a comer. Llegar a la estación. Coger el metro. Hacer trasbordo...   

Se me hacía todo tremendamente pesado. Encontré a la ciudad vacía, desoladora, amenazante.... pero había que llegar a la puerta del colegio y entrar... 

- ¡ Hola, Andresillo!- me saludó afectuosamente Sor Rosario... Y me dio dos besos en las mejillas que me supieron a gloria- ¿ Te lo has pasado bien?

Creo que algo contesté. Me educaban para ello. Solo recuerdo rabia y sufrimiento, mucha  angustia y mucha pena... 

Aquella noche lloré amargamente, sin hacer ruido, no vaya a ser que alguien me oiga y se rían de mi.

FIN