RECUERDOS DE PADRÓN


CAPITULO I
EL VIAJE

  • ¡ Qué no quiero que vengáis!- casi gritaba

  • Pero si es para acompañarte y que no vayas solo- replicaba mi madre.

  • ¡ Que te digo que no, que voy a ser el único al que le acompañe su   madre ! - volvía a insistir.

No sirvió de nada la pataleta, ni los gritos ni el enfado. Estaba decidido. Lo habían decidido ellas dos - mi madre y mi tía-, así que no había nada que hacer ni que decir. Pensaba que ya tenía edad para ir yo sólo, además estaba acostumbrado a viajar y no entendía el por qué del “acompañarme”. A la estación, me parecía bien... pero a Padrón...

  • Nos quedaremos una semana y así conoceremos aquello que nos han dicho que es muy bonito-. Ya hemos alquilado una habitación muy cerquita del colegio, para así poder ir a verte-

  • -Lo que faltaba- pensé. Encima estarán allí todo el día... No lo consentiría, como mucho alguna visita y cortita.

La estación de Atocha me pareció grandísima. Fría, como falta de vida. Y eso que había un montón de gente. Cada cual a su aire. Me imaginaba dónde irían, seguro que pocas a encerrarse durante muchos meses en un colegio y separarse de su familia... Ya me entraban “ las cosquillas en el estómago...

Con la mirada busqué  a un grupo de chicos entre los cuales debería de conocer a alguno. Nada. Poco a poco iba perdiendo las esperanzas de encontrar a alguien conocido.... más “cosquilleo”. Me resigné.

Al acercarnos a nuestro tren, oí: - ¡Juan, Juan!-. Me volví. ¡ Allí estaban!: Javier, Rafa y Antonio, compañeros de Las Mercedes.

  • Pero, ¿ Qué hacéis aquí? – pregunté extrañado.

  • ¡Que te ibas a librar de nosotros!- dijo sonriendo Antonio.

Y nos fundimos los tres en un abrazo sincero y espontáneo, del cual hoy me acuerdo y se me pone un no sé qué en el estómago. Ya no estaba solo. Ahora sí que me sobraban mi madre y mi tía. Con ellos ya estaba seguro, podría afrontar la entrada en el colegio y lo que me viniera después. Me horrorizaba no conocer a nadie. Me daba miedo, pero eso ya no pasaría.

Se fueron a su vagón y mi madre, mi tía y yo a uno de tercera. De madera, durísimo. La calefacción no iba muy bien y hacía frío.  Fue nuestro primer comentario:

¡ Uf!, qué frío hace aquí !  -¿ No tienen Vds. frío?- Y ya está mi madre contando sus batallitas, y a mí de protagonista. ¡ Qué pesadas son algunas veces!.

 El viaje fue muy largo, se me hizo interminable, duró toda la noche. El compartimento estaba a tope, así que la sensación de frío se disipó por la de “calor humano”. Toda la “ilusión” de mi madre era que les explicara “ a estos señores” cómo nos trataban las monjas. Yo no tenía ninguna ganas de hablar, respondí lo justo para que me dejaran en paz. Le pregunté varias veces si me dejaba ir al vagón de mis compañeros, pero me contestó que no, que  para eso no había hecho ella el viaje . Así que me acurruqué y dormí. Dormí mucho , pero me desperté cansadísimo. Fue un sueño mezclado con las conversaciones de las personas que estaban con nosotros. No pararon en toda la noche. Cada vez estaba más rabioso, pues lo que quería era irme de allí...  con mis amigos... para empezar a contarles cosas del verano.  

Ya de mañana, hicimos trasbordo en Redondela. Teníamos que cambiar de tren para coger la otra línea. ¡ qué bien! ¡ Aprovecharía y ahora sí que me iría con ellos!... Por si fuera poco, mi madre me obligó a tomarme un vaso de leche en la cantina de la estación- porque estás creciendo y necesitas alimento-. Hubiese echado a correr  desapareciendo entre la gente.... ¡ cuando entendería mi madre que ya no era un “crío”! ¡ y los demás mirándome! ¡ a saber lo que estarían diciendo de mí! ¡ menuda chunga tendrían!. Ya bajaríamos del tren y les diría unas cuantas cosas...

  Una vez aposentados en el nuevo vagón me dediqué a admirar el paisaje espléndidamente verde- que se divisaba a través de la ventanilla. El verde de la montaña y el azul del mar se entremezclaban formando un tono que te aportaba tranquilidad, sosiego... Lo iba a necesitar, pues, de momento estaba rabioso, nervioso y cansado... No me salía nada bien. Tenía el ánimo por los suelos. Continué admirando el paisaje

 A lo lejos algunas barcas estaban faenando... ¡ qué distinto al paisaje castellano!. La niebla ponía una especie de desencanto a los pueblos que íbamos pasando. No me gustaba la niebla.  ¡Iluso de mí!. Tendría que convivir con ella durante dos cursos por lo menos.

Llegamos a Padrón. Hacía frío, niebla y humedad. Enseguida las órdenes.

- ¡ Qué se acabaron las vacaciones! ¡ Que estamos de nuevo en el colegio!

Todos con nuestras maletas y ya , de entrada, en fila. Me despedí de mi madre y de mi tía y me incorporé al grupo. Oí decir algo de venir a verme pero ya no presté atención. Grité:

- Hasta “por lo menos” pasado mañana, no vengáis a verme-

Andandín, andandín, con nuestras maletas en la mano, enfilamos el camino del colegio. A medida que avanzábamos, la enorme mole de piedra se me asemejaba a una prisión. Era completamente distinto a las Mercedes, grandes ventanales de color verde, y sobretodo la piedra, esa piedra áspera y gris a la que, de momento, no me acostumbraba.

El colegio estaba a las afueras del pueblo. Teníamos que atravesar todo el paseo, El Espolón, cruzar un puente sobre el río Sar y coger otra carretera, poco transitada y que daba directamente a las huertas. Pasamos por una ermita grande y hecha con la misma piedra... Empezó a llover, una lluvia fina pero que te calaba hasta los huesos... Al lado de la carretera las casas- pazos- con su parra a la entrada y un portalón grande. Cada una con su huerta- muchas mazorcas- y un poco más  lejos, el prado dónde pastaban vacas gordas y hermosas. Todo verde, muy verde... y fresquito... te apetecía tirarte y rodar, rodar, como si fueses una peonza... no pensaba que lo podría hacer muy pronto. Una voz me sacó de mis pensamientos:

- ¡ Ya llegamos! ¡ Ya llegamos!. ¡ jo ¡ ¡ qué edificio más grande! ¡ Qué feo!.

Volvimos a ponernos en fila, las maletas a un lado... empieza el recuento...

-¡ Me quedan nueve meses de estar aquí!.

Otra vez el cosquilleo...

CAPÍTULO 2
ENTRADA

 Al entrar nos esperaban más monjas. Ya nos asignaron grupos con cada una de ellas. Por apellidos me toco con Javier; a Rafa y Antonio les tocó juntos...

 Dentro del edificio hacía frío, mucho frío... Parecía cómo si las monjas se disculparan...

-  Esperaros un poco que la calefacción ya está encendida...

- ¿ Hará siempre el mismo frío?- nos preguntábamos.

Siempre en fila, por un pasillo de suelo de madera-hacía ruido- nos llevaron al comedor. Era grande, desangelado. En unas mesas estaban desayunando chicos que nos miraban con cara de extrañados.

-   Creo que son los que hacen ingreso- comentó Rafa. El hijo de una amiga de mi madre debe de estar ahí. Luego preguntaré

Uno de ellos, se levantó a preguntar algo a la monja que nos traía:

-  ¡ Ya estás dando otra vez la lata ¡- Siéntate y pórtate bien.

Enseguida lo hizo. ¿ Serían estas monjas más duras que las de Las Mercedes?

Nos dieron de desayunar. La leche ya no tenía esa nata que me daban ganas de vomitar, estaba limpia y sabía bien. Tenía hambre, así que devoré el trozo de pan y mantequilla e incluso repetimos.... creo que fue la primera y última vez. A partir de ese momento te las tenías que ingeniar para comerte por lo menos lo que te correspondía.

- Si alguien trae algún paquete de comida que ponga el nombre y lo deje aquí- dijo una monja- señalando un armario. Luego se convertiría en “el armario de los paquetes de casa”.

Después nos subieron al dormitorio, uno y grandísimo, con camas bajas y mesillas a los lados, las taquillas estaban pegadas a la pared. Como no nos dijeron nada nos pusimos los cuatro juntos... hasta que nos colocaron en orden y con un número que nos serviría para los dos cursos. No estaba al lado de ninguno de ellos. A la derecha me tocó  Ramón y a la izquierda Juan Antonio.

Empezamos a charlar. Ramón era de Oviedo ¡ qué cerquita!. Juan Antonio de Lugo ¡ más cerquita todavía!. Me entró esa especie de tristeza que no sabes como controlar pero que te pesa. Pensé: ¡ saldrán todas las vacaciones!. Y yo me tendré que quedar aquí durante todo el curso. Les envidié, sin ninguna razón... luego fueron dos  de mis mejores amigos. Ramón era la ayuda y la bondad personificada. Alto, coloradote, bruto a más no poder, pero con un corazón... y unos puños que me sacaron más de una vez de problemas en que me metía. Juan Antonio iba más a la suya. Pequeñajo, nervioso, pero con una inteligencia fuera de lo común... y dibujaba ¡ cómo dibujaba!. Algún trabajo me solucionó delante de Sor Luísa, ya que mi fuerte no ha sido precisamente tener buena mano.

La mañana pasó entre corte de pelo, ducha y trapillo. En el comedor sí que nos dejaron poner juntos, en eso las monjas no eran muy estrictas...

Por la tarde nos enseñaron las clases. Habían dos: una de 1º y otra de 2º. A la segunda ni nos asomamos- eran iguales- y menos quedarnos a solas con los “mayores”., que ya habían anunciado alguna novatada.

¡ Y vaya si nos la jugaron!. A medianoche nos hicieron levantar en pijama y salir hasta las duchas... a paso ligero. No fue muy aparatoso, pero recuerdo que hacía un frío terrible...También me llamó la atención que había chicos mucho más mayores que nosotros... o a mí me lo parecía. Luego me enteré que eran “ los repetidores”, que gozaban de un “status” especial... ellos mandaban y nosotros- los pardillos- obedecíamos.

Al día siguiente, peladitos, lavaditos y de trapillo bajamos a misa... obligatoria.  Venía el párroco del pueblo y hasta nos echaba sermón y todo...Casi no nos enterábamos de lo dormidos que estábamos.

 Después desayuno y clases. Recreo, con un pequeño bocadillo. Tan pequeño que en dos “bocaos” desaparecía. Otra clase más...

 Comida, un pequeño recreo y más clases. Merienda y estudio. Antes de cenar rezábamos el rosario en la capilla( cada día nos tocaba a uno). Había veces que la monja que nos cuidaba se iba, lo que aprovechábamos para saltarnos unas cuantas avemarías... aunque se daba cuenta y nos hacía repetir todo el misterio.

 Los recreos no eran muy entretenidos si no te gustaba jugar al fútbol. El patio no era muy grande y lo acaparaban los “futboleros”. Era muy irregular. Si tenías la mala suerte de caerte, la herida era segura. ¡ cómo raspaba aquella tierra!. Tenía una zona de uralita para cuando llovía que se aprovechaba para jugar a las canicas y a las “chapas”. Un portalón grande de salida a la carretera y una puerta pequeña que daba a la huerta. Había otra zona acotada con un foso para saltar salto de altura... con arena... que posteriormente se mezclaba con toda clase de comida que tirábamos por las ventanas del comedor que daban a este sitio. Si no querías salir al patio, entre las escalera y la puerta había mesas de ping-pong.

Nos cuidaba un tal Leandro, gallego hasta la médula. Casi no le entendíamos cuando hablaba... ¡ y no paraba!. Estaba haciendo la mili y le tenían de cuidador y  encargado de hacer los recados a las monjas. Nos contaba historias espeluznantes de su pueblo, sobretodo de brujería... que nosotros escuchábamos boquiabiertos e incrédulos...Luego se reía y no sabías si te estaba tomando el pelo. Era muy buena persona. Lo que no soportábamos es que se cortara las uñas con una navaja, nos rechinaban los dientes y, por supuesto, no le dejábamos que nos cortara las nuestras. Era tan crío como nosotros. Yo le recuerdo con mucho cariño. Además fue el primero que nos enseñó a beber Ribeiro y a fumar Peninsulares... pero solo ocurrió una vez en las fiestas del pueblo. Iba un poco “entonao” y nos cogió a un grupito, nos metió en un bar y nos invitó a beber ¡ No le dijimos que no!. Después sacó unos cigarrillos y nos dijo:

-   Venga, chavales, fumad-, que está muy bueno.

El mareo que agarramos fue de campeonato. Al día siguiente en el patio le buscamos para que nos diese algún cigarrillo. Se puso muy serio y nos dijo:

- Las monjas me dijeron que os cuidara como si fueseis mis hermano pequeños, y yo nunca enseñaría a fumar a un hermano- Y se quedó tan pancho.

-   Pero ¡ si ayer nos invitastes a beber y a fumar!- le recordamos.

Como si nada. La callada por respuesta.

No volvimos a hablar más del tema.

Cuando acabó el curso desapareció, pero al curso siguiente nos vino a ver un día que llovía muchísimo. Seguía siendo el mismo “cuentista” de siempre. Nos dijo que se iba a casar y que venía a pedir algo a las monjas... Nos imaginamos que dinero.

No aparentaba tener mucho, la verdad.

CAPÍTULO 3
LAS CLASES

  Estaban en el primer piso. En el pasillo de la puerta de entrada y la capilla, al fondo.

 Eran iguales. La una frente a la otra. No muy grandes, pero muy luminosas y soleadas... cuando hacía sol. Una pizarra grande y mapas colgados en las paredes. Daban a la parte trasera de una pirotécnica, a la cual estaba terminantemente prohibido entrar... y menos hablar con gente que allí trabajaba.

 Antonio, el que nos metía en todos los “fregaos”, se le ocurrió la brillante idea de que saltásemos la valla que separaba la fábrica del colegio y cogiésemos algunos cohetes.... Ramón se negaba en rotundo, como siempre argumentando sus “rollos pasteleros” que casi no entendíamos. Rafa , Javier y Juan Antonio la hubiesen saltado ya. A mi me daba igual, estaba pasando por una mala racha, por culpa de mi madre y mi tía, que me venían a ver todos los días a la hora de la merienda y me sacaban a dar un paseo por la carretera . Me traían unos bocadillos fabulosos... lo cual encendía la envidia de mis amigos ... y con razón. ¡ Solo faltaba que me dijesen que era un “mimado enchufado”!.Pero ¡ si no tenía la culpa de nada!.        

Mi madre y mi tía habían alquilado una habitación en un pazo cercano.. ¡ menos mal que solo sería una semana!... pero fue la semana más amarga de esos días. La de chunga que tuve que  aguantar... todo era broma, pero a mi me dolía de verdad. Los dueños del pazo eran unas persona amabilísimas... me daban de comer todo lo que quería. Recuerdo un pulpo relleno que aún hoy se me remueven las salivares de lo bueno que estaba. Y la leche de la vaca recién ordeñada. Así que ¡ tenían razón en burlarse ¡... yo fuera comiendo a cuerpo de rey y ellos en el colegio sin poder salir a la calle!. Alguna vez les llevé “algo”, sobretodo para que no se metieran más conmigo.

- ¡ No seáis miedicas!- ¡Pero si no va  a pasar nada!- Intentaba convencernos Antonio.

-   ¿ Y si nos pillan ?- A mí era el que menos me convenía que me castigaran.

Por fin saltamos la valla. Avanzamos sin ningún percance pero.... de repente nos salió un perrazo que nos obligó a dar marcha atrás y volver por dónde habíamos saltado, mientras alguien nos gritaba...  No hicimos ni caso.

Al día siguiente en el desayuno la madre superiora intentó indagar quién había sido ( alguien de la fábrica se chivaría... ). El sermón fue de que era muy peligroso, que si el material era inflamable... Y tanto. Allí nadie dijo nada y no se volvió a hablar más del tema, aunque nosotros nos cuidamos mucho de volver a repetir la experiencia. Lo que sí que hacíamos era llamar al perro a través de la valla y ¡se pegaba unos coscorrones en el muro!... Creo que no veía bien, o era un poco tonto.

No sé en qué curso fue, pero sí recuerdo una explosión de la fábrica. Hubo algún muerto de por medio, lo que obligó a su cierre, aunque creo que luego la volvieron a abrir. De momento,  cesó el temor que las monjas tenían por si pasaba algo.

Cuando nos sacaban a pasear por la carretera, aún entrábamos al recinto por si había algún cohete por ahí. Alguna vez encontramos, y Antonio, con su atrevimiento nos juntaba para “tirarlo”. No nos pasó nunca nada... ignorancia de gente menuda. Cuando explotaban arriba, ya respirábamos tranquilos... El ruido no era inusual, nadie se extrañaba, pues la gente estaba acostumbrada a tirar cohetes para deshacer la niebla... o las nubes, y era normal oír , de vez en cuando,  el estruendo de los cohetes.

En las clases no nos aburríamos. Recuerdo la letra clara y redonda de Sor Luisa poniendo la fecha en la pizarra. Explicándonos Geografía, Historia... Francés. Creo que, menos gimnasia, nos daba todo. Tenía especial cuidado en que hiciésemos bien la caligrafía.

- La buena letra es muy importante- Os corregirán los exámenes  profesores que no os conocen de nada y  querrán entender lo que habéis escrito... Si queréis que os aprueben.

 Estábamos constantemente con ella. Nos quería y la respetábamos. Lo que no pasaba con otras que se dedicaban a otros menesteres y nos regañaban a la menor fechoría. La monja de la lavandería era la que más... allí se estaba muy calentito, pero ella se empeñaba en echarnos ¡ Si no molestábamos...!

Lo que peor se me daba era el dibujo, así que me las arreglaba para “pactar” con mi grupo... a cambio de ésto, te hago lo otro... Me ayudaron mucho. La nuestra fue una amistad verdadera y leal, como de hermanos. También tuvimos nuestras discusiones. Rafa y Javier eran muy distintos, discutían por nada, pero creo que ya  lo hacían de puro aburrimiento. Uno era portero y otro delantero y    ¡ cogían unos “mosqueos” cuando jugábamos algún partido...!. Estuvieron por lo menos un mes sin hablarse por no sé que historias, luego nos las ingeniamos para que hicieran las paces y para celebrarlo nos bebimos una botella de vino de las que había en la andana, o el desván, al que subíamos muy a menudo.

No recuerdo ningún castigo en especial, excepto una vez que Sor Luisa se enfadó mucho con nosotros porque al irse un momento de clase,  habíamos empezado a tirarnos tizas. La regañina fue de las de época, y el castigo sería copiar algo muchas veces. Una de las que se enfadó conmigo fue porque iba  bajando las escaleras por la barandilla, y al llegar abajo... ella que pasa. Le di un empujón que casi se cae... lo malo es que detrás venían dos más y ésos sí que dieron con el culo en el santo suelo. Pero no sé por qué sólo me regaño a mí, lo cual me pareció una injusticia( ¿?). Al hacérselo saber, el enfado fue en aumento. Me empezó a sermonear , lo que aprovecharon “ mis amigos” para escabullirse y dejarme sólo ante el peligro

 -¡ Si calladito estoy mejor!.- La próxima vez no diré nada y ya estaría merendando como los demás.

CAPÍTULO 4
CLASE DE GIMNASIA

Las que sí que eran “divertidas” eran las clases de gimnasia... sí,  sí, divertidas.

De buena mañana, con un frío y una humedad que te calaba los huesos. Pantalón corto y camiseta de manga corta...

Unas cuantas vueltas al patio para entrar en calor... ¡ Casi te mueres de la humedad que hace!... pero no puedes quedarte atrás

En todas las clases no hacíamos lo mismo... pero era igual. La sensación se repetía siempre.  El tembleque  aparecía en todas las actividades, era incontrolable... hasta pasado un rato que medio entrabas en calor... y no podías parar, pues era peor...

Después, una tabla para “desentumecer”. Un poco mejor, pero que no te equivocaras en alguna orden porque la repetíamos hasta que quedara perfecta, sin un solo fallo.

Unos días potro, otros plinto... otros colchonetas. Si no podías ni mover las piernas, cómo ibas a saltar esos aparatos que me parecían grandísimos... los “coscorrones” eran terribles. Aunque había compañeros que se les daba muy bien... los que teníamos las “patas” largas, nos las veíamos y deseábamos para saltar.

En el espacio de las mesas de ping-pong había unas cuerdas enormes(... a mí me lo parecían) que teníamos que subir y bajar... a pulso. Te resbalabas, lo volvías a intentar... volvías a resbalarte... si conseguías subir, como no tuvieses cuidado, en la bajada te dejabas la piel de las manos... y todo por causa de la maldita humedad

Si todo esto se hubiese podido hacer “ a nuestro aire”, la cosa hubiese resultado hasta divertida... pero no, allí estaba nuestro profesor- militar- que mandaba al primero que veía a por:

 -  Tráeme unas varitas de junco de la huerta... largas  pero de las finas...-

Mientras dábamos vueltas al patio se dedicaba a “ pelarlas”, hasta que le quedaban lo más finas posibles... sin prisas... ¡y nos echaba unas miradas!..

 - Ahora, a saltar -

 Nos poníamos en fila... Empujones... Nadie quería ser el primero.

Como te lo pensaras dos veces te arreaba un varazo en las corvas que te hacía correr y saltar, y subir y bajar... todo con la mayor naturalidad el mundo. Sin enfadarse, como de broma... y a tí se sentaba como rayos y centellas...

 No recuerdo que suspendiera a nadie. Cuando íbamos al instituto a examinarnos libres, nos ayudaba en todo lo que podía.

 También hacíamos competiciones de saltos de altura en el foso. El estilo- ahora antiguo- era “de tijera”. No sé cómo se las arreglaba pero allí todos saltábamos y ¡ de qué manera!.  A mi no me desagradaba este ejercicio, hasta que te obligaba a saltar unas alturas que me parecían el infinito...

 Al final, el partido de fútbol que nos compensaba un poco todo el “calvario” que habíamos sufrido antes. No recuerdo cuántas veces a la semana venía... pero cuando algún día no lo hacía el jolgorio general era enorme, ya que nos pasábamos toda la clase jugando.

Dónde también nos divertíamos mucho era en la hora diaria “de estudio”. No andábamos muy agobiados de trabajo, así que nos dedicábamos a lo que se estilara en aquella época... tirarnos bolas de papel con la funda del boli, pasarnos notas hasta que cogían alguien y se la cargaba... cazar moscas, cortarles las alas y hacer peleas.... toda suerte de “travesuras” que no gustaban a todos , pero que venían bien para matar el tiempo antes del rosario.

En el patio, con los balones de reglamento nos arreábamos unos balonazos terribles ¡ pobre de quién cogiesen por delante! ¡ y como escocía!

Independientemente de las del patio, nos las habíamos ingeniado para “fabricar” pelotas pequeñas. Con todo tipo de materiales, los estrujábamos hasta que se formaba una masa redonda ( o casi), durísima y recubierta de esparadrapo ( “esparatrapo”.. en nuestro lenguaje). Nos pegábamos unos “pelotazos” que hacían verdaderos ronchones en la zona dónde te “cazaran”. Luego, no se sabe por qué, desparecieron de la circulación y aparecieron otros “artículos de broma”...

            El caso era no parar...

Otros juegos más “ tranquilos” eran las chapas. Poníamos pegatinas de deportistas y hacíamos equipos. En la arena de debajo de la uralita  dibujábamos el  “circuito”. No te podías salir. Te comían la chapa o la perdías  al final de la carrera.

Las canicas era otro de los juegos preferidos. Había quién , como trofeo, enseñaba una bolsa llena y de  todos los colores y tamaños... según fuesen más pequeñas, o más grandes, o de cristal, o de colores.... tenían distinto valor.

La radio era otro de los entretenimientos... quien podía. Algunos tenían transistores pequeñitos que los alquilaban. De tanto usarlos, los había incluso con las pilas pegadas, colgando... pero aquello se oía y nos parecía una maravilla. Por las noches, te lo ponías debajo de la almohada y te servía de acompañamiento en esas horas previas al sueño en las que te entraba el “ cosquilleo”, y te acordabas de tus seres queridos...

Con los huesos de los melocotones hacíamos “güitos”. Los rascábamos contra una piedra hasta que hacíamos un agujero y aquello pitaba que parecía un tren... más de un castigo nos pusieron por pitar dónde no debíamos...

Cuando llovía, la cosa era más aburrida... jugábamos al ping-pong, a juegos de mesa... o simplemente charlábamos. También veíamos la TV mucho más tiempo.

CAPÍTULO 5
EXCURSIONES Y SALIDAS

 Me he criado en un pueblo de Castilla. Los años que estuve en Las Mercedes esperaba con ansiedad el día de volver al pueblo. No me gustaba la ciudad, me sentía agobiado, aunque llegué a desenvolverme muy bien en ella...

 Al llegar a Padrón fue como descubrir otra forma de paisaje... todo verde, ese verde que te hace daño a los ojos del intenso fulgor que desprende, el volver a la tranquilidad del pueblo... sin prisas, todo cerca, sin peligros. Con la gente, que al verte no te ponía mala cara como ocurría en Madrid, te trataba incluso con amabilidad. “Rapaciño” ¿ cómo se está en el colegio? ¿ te tratan bien las monjitas?. Aunque también se enfadaban.

Un día , en el recreo, a alguien se le ocurrió la “brillante idea” de tirar una piedra a través de la valla... no era muy grande, lo justo para romper el cristal a un coche que, casualmente pasaba por allí, ya que la carretera no era muy transitada. No vimos enfadado al señor. Después nos dijeron que, en un primer momento, se había enfadado muchísimo, pero que al ver que era un colegio de religiosas y que nosotros éramos huérfanos, se le pasó el enfado y no quiso que se le pagara el cristal. A nosotros, la superiora, nos dejó sin pelota una semana. No creo que volviésemos a tirar más piedras.

Además tenía “ la tranquilidad” de que me iba a pasar allí todo el curso. Tranquilidad, tranquilidad... rabia y de la gorda, pero  mi madre no se podía permitir esos gastos y no se podía hacer nada. En Navidades no iría a casa, ni en Pascua.... Así que me dedicaba a pasármelo en grande, llevarme bien con los demás, salir cuando podía y hacer las trastadas sin que me acusara nadie. Lo peor era cuando te entraba “ la morriña”, y nunca mejor dicho... morriña de tu casa, tu familia, los amigos del pueblo que acababan por olvidarse de ti. En esos momentos ¿ A quién acudías?. A medida que íbamos creciendo el vacío se hacía más grande. De pequeño, aún te conformabas con las “explicaciones” de tu madre: - que si es lo mejor para ti-, -que te harás un hombre de provecho- -que si tu padre viviera-.... Al crecer ya no lo entendías tanto: ¿ Por qué tengo que estar aquí encerrado?... y entonces, a veces, echabas alguna lágrima ¡ sin que te descubriesen!... en esos tiempos no estaba “bien visto” que los hombres llorasen... tocaba apretar los dientes y aguantar.

Los domingos nos sacaban a pasear por el pueblo y acabábamos jugando en el campo de fútbol. Nos dábamos una vuelta por El Espolón y nos dejaban comprarnos golosinas. Después a jugar al fútbol... algunos. Otros se dedicaban a coger grillos. Con la técnica de “la pajita” o “ los meaos”. Metías la pajita en el agujero u orinabas ...  y hasta que salía el grillo. Las grillas no nos servían, pues no cantaban y nosotros los soltábamos por la noche en el dormitorio y se armaba un follón de mucho cuidado... o se los metíamos a alguien en la cama... Había muchas variantes

Otras veces pasábamos la carretera y nos llevaban a un parque, con árboles, hierba, bancos... era cerrado y estaba completamente prohibido salir.

Antonio, Javier y yo nos las ingeniamos un día para salir. Alguno se hizo un corte en la mano y pedimos permiso para ir a casa del médico a que le curara. Allí era dónde queríamos ir, pues su hija nos llevaba por la calle de la amargura. Creo que era un poco mayor que nosotros, pero ella y su amiga nos ayudaron a sobrellevar la “tontuna preadolescente” que nos invadía por aquella época. Algunos domingos iban a misa al colegio y hacíamos lo posible para sentarnos cerca de ellas y decirles algunas tonterías.

Estábamos separados del pueblo por un puente sobre el río Sar. Un poco más arriba había una ermita dónde decían que había varado el cuerpo muerto de Santiago Apóstol. Todas estas historias me parecían muy interesantes.

Paseábamos por la carretera hasta el prado. Cuando llegábamos nos abalanzábamos sobre la hierba verde y fresca, subíamos a lo más alto y nos dejábamos caer dando volteretas... una gozada. También tuvimos algún encuentro desagradable con alguna vaca que no tenía muchas ganas de jugar con niños...

 Recuerdo excursiones muy agradables. Nos llevaban en unos autobuses del ejército... Cantábamos eso de : “ para ser conductor de primera...”. Otra era:

            No he visto tía más guarra , que la patrona mía

            Que pone por judías, bolitas de alcanfor

            Y de segundo plato, mosquitos trompeteros

            Que bailan en el plato, al son del cucharón.

            Los filetes son de goma, las patatas son de alambre

            Y el tío que los coma es que está muerto de hambre

            El vino de la mesa es pura tinta china

            Señoras y señores ¡ay que tía más gorrina...!

 La monjas se reían, pero no les gustaba mucho el “vocabulario” que empleábamos, de todas formas no nos decían nada.

 Estuvimos en Santiago de Compostela. Me dejó atónito el botafumeiro... no se nos ocurrió más que hacer una foto al ¡ sepulcro del apóstol! Idea de  Juan Antonio, foto que me regaló y que aún conservo dedicada...

 La Toja fue otro de los lugares visitados, me llamó la atención el puente pequeñísimo pero lleno de gente. Estaban en ferias o algo así. Nos llevaron a ¡ comer marisco! Y después nos dejaron corretear por la playa.

 Aunque no se puede considerar “ir de excursión”, otros de los destinos era Pontevedra. Allí nos examinábamos libres en el Instituto. Recuerdo perfectamente una de las preguntas del examen de Francés: como se decía “Primavera”. Me la supe

 Nos llevaban a comer de bocadillo a un parque que había cerca. Había una mona que se dedicaba a devolver todo lo que se le tiraba... si no era comida. No se nos ocurrió más que darle piedras y claro el estruendo fue de los que hacen época. Fue la gente a “chivarse” a las monjas, pues se armó un jaleo considerable.

 Nos castigaron al fondo del autobús para el viaje de vuelta, lo que aprovechamos para dormir, pues estábamos cansadísimos... no hay mal que por bien no venga.... dice el refrán. Cuando llegamos al colegio estuvimos en el pasillo y nos acostamos una hora más tarde que los demás... Nos dio igual pues ya habíamos dormido antes...

 ¡Pero parecía que teníamos el destino fijado!. Al día siguiente, en el desayuno, dieron chocolate. Nos castigaron sin tomar ¡ y eso sí que fue duro!.

            ¡¡Nos estuvimos acordando de la mona unos cuantos días...!!

CAPÍTULO 6
“OTRAS SALIDAS”

 A Antonio y a mí, algunas veces nos mandaban a la estación a recoger algún paquete o a echar alguna carta en el “ vagón-correo”. Nos alegrábamos cantidad.

¡Viva la libertad!

 Enfilábamos la carretera del pueblo. Despacito, como saboreando lo que nos vendría después. Ya en ese recorrido “arramblábamos” con algunas cosa de las huertas...  ¡estaban tan a mano y eran tan ricas!  ¡ y teníamos tanta hambre!.

 Después tirábamos unas cuantas piedras al río, por ver si dábamos a algún pato. Lo hacíamos con disimulo , pues estaba prohibido, pero ¡ era tan divertido!. Que conste que las piedras eran pequeñas... no se nos hubiera pasado por la imaginación matar a ningún pobre pato...

 Así llegábamos al Espolón. Si teníamos dinero nos comprábamos golosinas y... tabaco. Antonio fumaba. A mi me empezaba a llamar la atención y algún cigarrillo compartíamos...

Buscábamos a nuestras amigas... normalmente estaban por allí, pues vivían cerca... Nos dábamos una vueltecita. Ellas iban más asustadas que nosotros, por si alguien las veía. Así que nos pasábamos el tiempo juntándonos y separándonos según se acercara gente o no. Eran muy simpáticas y muy alegres, incluso nos invitaban a algún helado, pues sabían que nosotros de dinero... poco.

Al llegar la estación y ver el tren ganas nos daban de subirnos... ni intentarlo. A punto estuvimos de intentarlo una vez. No por el hecho de escaparnos ¿ dónde iríamos?, sino por la sensación de hacer algo prohibido.

No sé si fue en Las Mercedes o aquí en Padrón. Se escapó un compañero. Estuvo dos días fuera. Cuando volvió lo recibimos como un héroe, aunque a él le cayó un castigo de campeonato. Nos contó lo que hizo y como se las ingenió para “sobrevivir”. Le escuchábamos con la boca abierta. Y confieso que me daba envidia, me hubiese gustado estar en su lugar o escaparme con él.

Antonio y yo, lo más que hacíamos ere entrar a la cantina y pedir un  ¡vaso de agua!, o a veces un refresco... eso nos hacía parecer más “hombres”.

Ya he comentado que Antonio fumaba algo... yo lo que él me dejaba. Aprovechábamos para comprar “suministro” y esconderlo bien para que no nos lo vieran. A  Ramón no le gustaba nada que fumásemos, ya en aquella época lo tenía clarísimo, hoy en día hubiese sido el precursor de la “Liga  Antitabaco”.

 ¡ Nos cogieron el tabaco! ¿ Quién se chivaría?.

De cuando en cuando hacían revisiones de taquillas, mesitas y pupitres de clase. Ese día no hubo aviso previo. Normalmente nos enterábamos antes y ya dejábamos “todo preparado” para que la “inspección” no encontrara cosas desagradables.

Esa mañana fue todo de sopetón.

         ¡ Cada uno a su taquilla!- Nos miramos asombrados.

La madre fue directamente a la de Antonio y descubrió “ el pastel”: un paquete de tabaco.

-Parece mentira, Antonio.- Ya no volverás a salir a hacer más recados.

Fue un buen palo para nosotros. El no volvió a salir, pero yo tampoco.

Estuvo una temporada “mosqueado” conmigo. Creía que el “chivato” había sido yo. Por más que intentaba explicárselo no me creía. Para su sorpresa, le regalé un paquete que a mi no me habían confiscado, y eso le devolvió el ánimo.

-Bueno, da igual- Saldremos por la huerta.

Esa era “ otra salida” clandestina. Por la huerta se accedía a la fábrica de fuegos artificiales, y de ahí a la carretera... luego ya el camino era libre. Siempre alerta por si te veía alguien.

Tanto fiarnos de la gente del pueblo y luego nos enteramos que quién dio el “chivatazo” fue quien nos vendió el tabaco. ¡ los muy gorrinos!. Por supuesto que no volvimos a comprar nada allí. Un domingo salimos con la intención de “ armar camorra”. Nos acercamos y le dijimos de todo. Antonio acabó:

- Y ahora vas y se lo dices a la monjas-

Otra salida, ésta a nivel individual, fue cuando me pusieron gafas. Me debía acercar mucho al libro. Sor Luisa se dio cuenta y una mañana me fui con la Madre Superiora a Santiago. Estuvimos comprando y luego en el hospital, donde me graduaron la vista. Después a la óptica. Yo no decía nada.

La montura que ella eligió me pareció bien... me daba igual. Era de pasta, negra y me quedaba grandísima. Yo no quería ponerme gafas, pues ya sabía lo que me esperaba a la vuelta... la chufla sería mayúscula.

 Fuimos a comer a un colegio de las mismas monjas y por la tarde a recoger las gafas ya montadas. ¡ y qué prisa se dieron ¡ ¡ lo que mandaban estas monjas!. Estaba rabioso.

 Me las probé

 - Le quedan bien- dijo la madre 

Al  mirarme al espejo me entraron unas ganas terribles de llorar. Aparte de lo horroroso que me veía, pensaba en los compañeros. No me libraría de nadie. Además no llevaban ninguno gafas  - que yo recuerde-.

Estaba preparado para la “inmolación”. La chufla fue de órdago. Me llamaron “gafotas” , “cuatro ojos”... en fin , toda la serie de “lindezas” de los “sufridores con gafas”. Pero, no sólo fue en el colegio.

Por Navidad, a las monjas se les ocurrió que, como regalo de Reyes, nos hiciésemos una foto y la mandásemos dedicada a casa.

Después de muchos años, mi madre me ha contado que se pegó un “atracón” a llorar cuando la vio... de puro disgusto.

... Pero ¡ si este no es mi hijo! ¡¡ cómo me lo han  dejado!!-

 Me comentaron las vecinas que decía mientras “echaba la lágrima”.

CAPÍTULO 7
“TRASTADAS”

Los días de lluvia- muy numerosos-, eran aburridísimos. No podíamos salir al patio. Nos dejaban en el estudio para que cada uno hiciese lo que quisiera o estábamos en la planta baja, en un espacio antes de la puerta donde teníamos mesas de ping-pong.

Antes de que nos invadiese el tedio y nos pusiésemos a decir tonterías o a pelearnos, nos las ingeniábamos para desaparecer por las escaleras y subirnos al dormitorio... aunque no era ése nuestro destino. Estábamos intrigados en ver qué había en el desván, o la andana o el granero... cada uno le daba un nombre.

 Las escaleras eran estrecha y empinadas... daba lo mismo, subíamos de uno en uno. La puerta de acceso estaba rota, lo que facilitaba la entrada. Era muy grande, todo lo grande que era el edificio, se podía incluso correr.... Empezamos la “investigación”.

 Había ropa tendida, sábanas, toallas, lo que nos dio una oportunidad magnífica para empezar a jugar entre ellas. Unas bicicletas viejas fue otra de las cosas que más nos llamó la atención... ¿ montarían antes en bicicleta?... Nos extrañó.

Antiguos escenarios de obras de teatro, el cielo del belén, camas rotas... mazorcas puestas a secar, pizarras antiguas.... una imagen de la Virgen rota también... bancos de la capilla... taquillas. Todo un sin fin de “trastos viejos” como su nombre indica...

 Pero lo que más nos llamó la atención fueron unas cajas de “botellas de vino”, blanco, tinto. Sin abrir... extrañísimo. Ahora nos creíamos las historias que circulaban por ahí de que las monjas comían muy bien... incluso con vino. Una de estas botella nos la bebimos para celebrar “las paces” entre Rafa y Javier que se habían peleado por algo relacionado con el fútbol.

 Jugando, jugando, no nos dimos cuenta que andaba por el suelo un cable de la antena de la TV., con tal mala suerte que nos enrollamos con él y... se partió. Nos pegamos un buen susto... Enseguida pusimos “ pies en polvorosa” y salimos de allí de estampida.

 Al  no poder salir al patio, la TV estaba prácticamente encendida toda la tarde... menos aquella, que no se pudo ver ¿ Por qué?... que si se iba el canal.... que si hacía muy mal tiempo y no cogía la onda... ya, ya.  Nosotros sabíamos el motivo

 No supimos cómo, pero al día siguiente ya se veía perfectamente y nadie dijo nada del cable roto... misterios de la técnica.

  Otra trastada, esta general, tenía lugar en el comedor. Las ventanas daban al “foso”, agujero recubierto de arena que servía para saltos en  clase de gimnasia. Como no nos gustase la comida y al menor descuido de la monja que nos cuidaba... los proyectiles salían por la ventana a unas velocidades de vértigo... menos los que “desviaban la trayectoria” yendo a parar a la mismísima pared. Estos los recogíamos, pero los que caían al foso allí se quedaban para “asco” de quien al dar con sus pies en la arena, no se encontrase con algunos “restos orgánicos” de no se sabe que alimento.

Y la huerta... allí que nos metíamos en cuanto podíamos. Por el mero hecho de estar allí. Jamás arrancamos ni comimos nada de ella... Un día nos topamos con Leandro, que, lejos de regañarnos, le dio  una inmensa alegría al poder tener a alguien con quien darle a la “sin hueso”... operación que le encantaba.

También había gallinas... nuestras preferidas como “blanco” de las piedras que les tirábamos... pequeñitas, eso sí, no queríamos convertirnos en “asesinos en potencia” a tan corta edad, además imaginábamos que también formaban parte de nuestra alimentación... y eso suponía un gran respeto...

... Y cerdos... también los limpiaba Leandro. A las cochiqueras sí que nos dejaba entrar. El utilizaba unas botas altas de goma, pero nosotros entrábamos con nuestras botas de vestir...  ¡ como salían de porquería!.... mas de una pelea tuvimos en el dormitorio por culpa del olor que “decían” tenían nuestras botas... y con razón.

Las noches de tormenta también las pasábamos canutas... el dormitorio tan grande, tantas ventanas que cerraban mal... no se nos escapaba ningún relámpago y menos los truenos que retumbaban en el monte cercano... Algunos graciosos se dedicaban a ponerse las sábanas por encima y empezar a asustar sobretodo a los más pequeños.

Nos juntábamos en lo aseos hasta que pasaba “lo gordo” y nos dedicábamos a fumar... no recuerdo que nos pillaran nunca, aunque los lavabos estaban muy cerca de “la comunidad”. Siempre había alguno de guardia para avisar. “Dar el queo” que se decía.

Sí que nos pillaron una noche que teníamos hambre y bajamos al comedor para intentar encontrar algo de comer.

En el comedor había un armario destinado a “ los paquetes”, que algunas familias podían enviar... con comida principalmente... leche condensada, galletas, colacao..y también algún chorizo y longaniza... con el nombre del “dueño” bien visible.

Por las mañanas y a la hora de la merienda se formaban dos filas... una de los “de paquete” y otras de los de “sin paquete”. Quien fuese  afortunado de estar en la primera se acercaba al armario, cogía lo suyo y se lo distribuía como mejor quería... mientras los de la segunda fila mirábamos con unos ojos de envidia, esperando encontrarnos alguna vez en la fila de los “privilegiados”. También había gente que “compartía”. Algunos no los dejaban en el armario, los subían al dormitorio y por las noches nos dábamos unos atracones “ de miedo”... y no por las  tormentas. Ni que decir tiene que el que recibiese el próximo le tocaba hacer lo mismo, si no quería que se le llamara “tacaño” y otras cosas peores.

Bajamos al comedor pero juro que no tocamos el armario. Nos fuimos directamente a la cocina y nos comimos- engullimos- unos chuscos de pan y algo de leche que había sobrado de la cena... nada más.

Si no hubiésemos sido tan atrevidos y nos hubiésemos vuelto a la cama... pero no, alguien comentó de dar una vueltecita hasta las clases... La ida fue sin problemas, pero a la vuelta, justo cuando pasamos ante la puerta de la capilla, ésta se abre y vemos salir a una monja que nos imaginamos estaría haciendo sus oraciones.

El susto fue morrocotudo,las explicaciones ... sin ningún fundamento... Nos mandó  a la cama... inmediatamente.

Al día siguiente, sermón al canto. Después, con más calma, Sor Luisa nos explicó que las monjas estaban muy preocupadas pues estaban faltando cosas del armario de los paquetes. Juramos y perjuramos que nosotros no habíamos sido, que solo comimos unos trozos de pan y un poco de leche.... No sé si nos creyó.

Menos mal que, al cabo de unas semanas descubrieron al “ verdadero culpable” de tal fechoría... actuaba por su cuenta, parece ser que lo cogieron “in fraganti”. Se había fabricado un artilugio que abría el candado del armario..… No recuerdo quien era, alguno de los mayores que tenían más experiencia de la vida.

 Y nosotros... ¡ de buena nos libramos! 

CAPÍTULO 8
PERSONAJES CON ANÉCDOTA

 Dejando a un lado a Leandro, personaje que a mi me parece influyó algo en  el tiempo pasado en Padrón, hay otros que , aunque no están directamente relacionados conmigo, si surgió algo que me llamó la atención y que se comentaba entre los demás compañeros.

 "La Señora”. Yo no la llegué a ver nunca, si que la oí. Y si que oía comentarios de que estaba ciega, que la había abandonado su familia, aunque tenía mucho dinero. No la tenía muy localizada, me han contado que iba a misa con nosotros. Era un personaje enigmático, más producto de la imaginación que de la realidad... era real, si, pero quiero decir que se contaban muchas “invenciones” a su costa. Chillaba mucho. Un buen día nos dijeron que había muerto.        

  “ La Pobre”. Pequeñita, menuda, enjuta. Todos los días en el recreo de antes de comer la veía pasar con una fiambrera. Iba vestida de una manera muy sencilla, pero sin llegar al calificativo de “pobre”, aunque yo la viese así. Al poco rato salía con una bolsa y dentro la fiambrera ( imagino que con comida) y una barra de pan que sobresalía de la bolsa.

  Una mañana, como siempre, entró por la puerta y casualmente nos encontrábamos haciendo algo por allí. Al verla y saludarla ella fue la que empezó la conversación. Después de preguntas y preguntas nos atrevimos a pedir que nos contara algo de ella. Nos dijo que era marquesa pero que se había arruinado a causa de su marido que era muy aficionado al juego. Ahora vivía en una casita que le había dejado el alcalde y las monjas le daban la comida. Cuidaba a una señora anciana y con eso tenía para vestir... No sé si nos lo creímos... puede. Pasó por allí una monja y le dijo- muy enfadada- que dejara de contarnos historias, que éramos muy pequeños... Cada vez que la veía pasar me entraban unas ganas de preguntarle cosas.... De estas personas que rezuman bondad por todos sus poros... o a mi me lo parecía... Todo lo encontraba bien, ni una mala palabra... siempre sonriendo... En el pueblo, alguna vez nos la cruzábamos y nos saludaba muy amablemente. A mi  me entraba “esa cosa” al verla con su tartera en la mano...

  El Párroco: No me acuerdo de su nombre. Para mi era una persona mayor, encorvado, de hablar pausado... nos echaba unos sermones de “ padre y muy señor mío”... nunca mejor dicho. Cuando confesaba yo no le entendía nada de lo que me decía. Su penitencia preferida era cinco avemarías... lo tengo tan grabado porque a todos nos ponía lo mismo.

  Venía todos los días a decir misa... nosotros a medio dormir, ya que era lo primero que hacíamos recién levantados... con un hambre... Si comulgabas, por lo menos tomabas “algo” antes de desayunar.

  Un buen día nos dijeron que había muerto. Escogieron a un grupito para que fuésemos al entierro. Yo me imaginaba que sería eso, ir al entierro, pero no: nos subieron a su casa , el estaba de cuerpo presente en el comedor... y allí que nos metieron. Yo no había visto un muerto en mi corta vida así que ¡ el susto que me di fue morrocotudo”. Estuve varias noches sin dormir. Con la imagen del cura en mi mente. No me la quitaba de encima. Lo que más recuerdo es que tenía una nariz grandísima... eso... una narizota.

 “ Los Militares”: De vez en cuando nos visitaban un grupo de militares. Charlaban con nosotros, nos preguntaban qué queríamos ser de mayores... en fin hacían un poco de labor social. Lo recuerdo como un acontecimiento importante. Tenía que estar todo ordenado, nos teníamos que portar muy bien, contestar educadamente... en fin las monjas ya nos daban las indicaciones oportunas para que se llevaran una “buena impresión”. Los recuerdo el día de la Inmaculada, día de mucha fiesta en el estamento militar... nos daban comida especial, algunos regalos...

Como más y mejor los recuerdo es como encargados de traernos los Reyes por Navidades. Algunos se iban de vacaciones a casa. Los que quedábamos procurábamos pasarlo lo mejor posible.

En la sala de visitas hacíamos un belén muy grande. Ayudábamos todos. Las comidas eran un poco mejores y en el ambiente se reflejada algo menos de rigidez que en los días “lectivos”

El sentimiento “de pena “ que te inundaba, no te lo quitaba ni el mayor juguete del mundo, y eso que todavía “sólo” llevabas tres meses fuera de tu familia. Pero en esos día ya se sabe. Los recuerdos son como muy fríos, de todo, de temperatura y de sentimientos. La perspectiva en el tiempo ha aliviado algo esos momentos , pero lo pasabas realmente mal. Te alegrabas algo si recibías algún paquete, pero en casa no podían ni eso...

Los militares venían a pasar el día con nosotros y a entregarnos los regalos. Me acordaba del Mecano que me dejaron en Las Mercedes. Aquí la cosa fue más “modesta”: balón y libros. Creo que todos eran de color amarillo y los libros de aventuras y de ‘¡ vidas de santos”.  El de “san Ignacio de Loyola” lo conservo todavía... con sus tapas de cartón y las hojas gruesas y de grandes letras góticas...