RECUERDE EL ALMA DORMIDA… |
RELATO DE MI
EMIGRACIÓN A Mª CRISTINA
Cuando pongo en
marcha “la caja tonta” para ver el telediario, casi siempre sale algún
“cayuco” repleto de emigrantes, pobrecitos, miro sus caras tan tristes,
agotadas de3l largo viaje y asustados, pensando que les esperará a su
llegada.
No puedo por menos
que recordar, mi largo viaje a Aranjuez con mi prima; muy pequeñitas las
dos, otra niña de unos 13 años y su madre que fue la que nos llevó a Mª
Cristina. Mi prima tenía
allí a sus dos hermanas y yo a la mía.
Mi madre y mi tía,
no pudieron acompañarnos porque mi tía tenía todavía en casa cinco
varones y mi madre a mis dos hermanos que eran pequeños.
Después fue el
pequeño a Valladolid y el mayor a Sta. Bárbara, pero los dos tenían
mucha miopía y como no podía ingresar así en la Academia, se volvieron a
casa con pena porque tenían gran vocación y además se habían encontrado
muy felices entre los Pínfanos. Optaron por estudiar derecho en Granada.
Siempre habían
soñado con ser Militares como los dos abuelos, (de los últimos de
Filipinas).
Al año de morir mi
padre, llamaron a mi hermana al Colegio y yo tuve que esperar a cumplir
la edad reglamentaria para ser admitida.
Me quedé muy
triste sin ella pero como era la pequeña, mis dos hermanos eran muy
cariñosos conmigo y me dejaban jugar con ellos al balón de “recoge
pelotas”.
Mi abuelo también
nos entretenía mucho contándonos cosas muy interesantes de Cuba y
Filipinas y nos enseñaba a hacer cuentas.
Poco tiempo
después, al año de mi padre, también falleció él, dejándonos doblemente
huérfanos pero fuimos unos niños bastante buenos y valientes,
procurábamos esconder nuestro dolor para evitárselo a nuestra madre que
era una gran mujer y de una valentía impresionante, una digna hija y
mujer de Militar; nunca la vimos llorar ni lamentarse de su situación.
Yo fui la más
difícil, aunque no lloraba, no comía nada, solamente tomaba leche; por
esto mi abuelo y mis tías, no querían que fuera tan lejos al Colegio,
pero yo estaba muy ilusionada con irme como mi hermana y ser Maestra.
En mi pequeña
mente pensaba que enseguida que llegara me harían Maestra, que sería
algo como hacer
Por fin una
mañana, me dio mi madre la gran noticia que ya me habían llamado al
Colegio y también a una prima hermana mía, pequeñas y como nos íbamos
juntas, me puse muy contenta porque nos queríamos mucho.
El encuentro en la
estación marítima, fue de los mas cariñoso y emotivo, un poco corto de
tiempo para que no sufriéramos con las despedidas.
Enseguida llegó un
viejo barco, que exagerando un poco, era casi un “cayuco” repleto de
ratas que corrían a su gusto por los pasillos y camarotes.
A nosotras nos
pareció grandísimo, subimos la escala muy formalitas aguantando los
“pucheros”.
Soltamos los
equipajes en el camarote y como era de rigor, antes de acostarnos la
Señora que era muy buena y entendida en niños, nos llevó al “escusado”.
Mi prima y yo nos metimos juntas en uno porque no queríamos separarnos
por si nos perdíamos.
Cuando oí soplar y
el ruido tan grande que hacía el viento, allí fue mi sentimiento, abracé
a mi prima y le dije bajito: “Primita, me parece que vamos a correr la
suerte de
Volvimos al
camarote y ocupamos cada una nuestra litera para intentar dormir pero el
barco se movía más que un garbanzo en la boca de un viejo sin dientes,
se oía a todos quejarse y echando las primeras papillas.
Mi prima lloraba
en alto y al mismo tiempo se acordaba de la comidita que su mamá le
preparó para el viaje y entre llantos gritaba: ¡ Mis bisteles, quiero
mis “misteles” y la señora no sabía como calmarla.
Yo no me mareé ni
lloraba fuerte pero no podía borrar de mi cabeza, el recuerdo de la
última vez que ví a mi padre con sus grandes ojos y los míos llenos de
lagrimas, que limpié con la faldita de mi vestido, cuando estaba en la
camilla de la ambulancia militar. Yo tenía apenas seis años, pero nunca
lo he olvidado. Yo era la cuarta y última que le pude ver en vida.
Una mañana
amaneció muy malo con un infarto que le acababa de dar y vinieron mis
tías para llevarnos con ellas y con mi abuelo; a mi me habían arreglado
la primera; mientras preparaban a mis hermanas yo me escapé porque vi en
nuestra puerta un coche muy grande verde y era una ambulancia militar.
Corrí y con mucho
trabajo me cogí a los escalones
y me metí dentro. En un lado había una camilla vacía y me escondí
debajo de ella aguantando la respiración; al momento metieron a mi padre
que lo traían en la otra camilla.
Cuando cerraron
las puertas y arrancó la ambulancia yo salí muy despacio de rodillas a
la cabecera de mi padre porque yo era muy padrera. Pegué mi carita a la
suya y al momento noté que estábamos muy mojados , me incorporé y me
miraba compadecido, los dos llorábamos y fue cuando le sequé los ojos y
la cara con la faldita de mi vestido, le dije: ¡No te vayas papaito!.
En esos momentos,
los enfermeros que iban delante, se imaginaron que pasaba algo y pararon
por si el enfermo estaba peor. Uno de ellos bajó y nos abrió las puertas
y al verme allí, muy emocionado, me cogió en brazos y me llevó a casa de
mi abuelo.
Corto aquí este
doloroso tema, no nos vaya a pasar como cuando leemos las cosas de “Mundi”.
Me marcho dando un salto al barco, donde me había quedado, mientras
tanto, ya llegábamos a Málaga donde descansamos.
Aquella noche
cogimos un tren de los de aquellos tiempos hasta Córdoba donde cambiamos
a otro para Madrid. Había que trasbordar como se decía entonces.
El viaje hasta
Córdoba, fue tranquilo aunque seguían
los llantos de mi prima que solo la animaban sus “misteles”.
Yo como no comía,
para dormir me bastaba mi dedo pulgar que me lo chupaba todavía y era
como un relajante ¡palabra que me sabía rico! Pero me tapaba la cara
porque me daba vergüenza que me vieran.
Amanecimos en
Córdoba, y dimos un paseo por su precioso parque.
Al día siguiente
cogimos por fin el “avecarboncilla” para Madrid y ya por la tarde nos
dejó en Aranjuez, enseguida llegamos a la inolvidable “Casona” que tanto
quisimos y seguimos queriendo, nos pareció preciosa a las cuatro que
íbamos, nuestra nueva casa.
Llamamos a la
puerta y nos abrió Sor Emilita que era una gran Santa y enseguida
apareció
Yo esperaba
encontrarme con las “cornetas” de los monjas de Caridad pero al ver sus
tocas plisadas me acordé de los papeles de la madalenas y dada la
dulzura con que nos trataron, me pareció que se habían escapado de una
pastelería.
Siempre las quise
muchísimo y como eran tan buenas y comprensivas, pensaba que eran
nuestros ángeles de la guarda o seres especiales que estaban allí para
cuidarnos como lo hubieran hecho nuestros padres.
Como no las veía
comer porque vigilaban y ellas no comÍan, además no dormían porque les
tocaba vigilancia. Esto me intrigaba mucho hasta que un día, muy pequeña
todavía le pregunté a Sor Margarita Bayón que inspiraba mas confianza:
Madre ¿La monjitas hacen “piss”? se echó una carcajada y me contestó que
no eran “espíritus puros” pero yo lo seguí dudando.
Quiero contar
también que a nosotras no
nos llevaron a Sor Lussi porque llevaría muchos años con San Pedro,
tampoco nos pegó Sor Elisa, porque nunca nos pegaban, eso que contaban
las primeras niñas sería para que rimara la canción.
A nosotras nos
llevaron a la Enfermería, nos dejaron muy limpitas sin la “carbonilla”
de los trenes . Tomamos algo y nos acostaron en la sala grande porque
llevábamos mucha tos y
cansancio del viaje tan largo.
Por la mañana vino
la prima mayor (porque la otra y mi hermana, eran pequeñas aún) nos
peinó y demás y trajo los “cutifinos” y otros atuendos; quedábamos
hechas unas verdaderas “Pinfanitas”
, mi prima dejó de llorar; yo me siento orgullosa cuando lo pienso, ya
empezaba a ser algo Maestra.
Lo pero para mí
fue el desayuno cuando me di cuenta de que había en la mesa dos enormes
tazones de café con leche y que me tenía que tomar uno yo sola todos los
días ¡que espanto! Prefería que me hubieran puesto a fregar yo sola las
escaleras de San Rafael.
Mi ilusión por ser
maestra y pensando hacer feliz a mi madre escribiéndole para decirle que
me encontraba muy a gusto en el Colegio y que ya comía de todo; en esto
no le mentía porque en realidad
me acostumbré enseguida, nunca lloré por nada.
Todas las niñas
eran formidables y nos queríamos como verdaderas hermanas; entre
nosotras siempre hubo un gran compañerismo, estábamos muy unidas y nunca
nos olvidamos al salir de la querida “Casona”.
La monjas ni que
decir tiene la paciencia que tenían para educarnos a tantas, si tenían
que reñir o castigar, lo hacían con la mayor dulzura y enseguida lo
olvidábamos.
Ellas, no solo
entrenaban nuestras mentes, también fueron capaces de amoldar nuestros
corazones, y prender en nosotras una pequeña chispa que se ha extendido
entre nosotras y nunca llegará a apagarse, no se consumirá mientras
vivamos un solo Pínfano y sus descendientes.
Fue una
experiencia única; de ella puedo decir que es incomprensible para los
que no la vivieron; de este cariño tan grande y esta unión entre
nosotros para alegrarnos con los que ríen y llorar con los que lloran,
hacemos participes a los cónyuges, familias y todos los que nos
acompañan.
Intentamos
transmitir este maravilloso Patrimonio que llevamos tan arraigado; los
que habéis sido padres o madres, a vuestros hijos y nietos y las
Maestras y Profesores también hemos intentado que nuestros alumnos
fueran un fiel reflejo de lo que aprendieron de nosotros; pienso que de
algún modo, lo conseguimos.
Termino lanzando
un emocionado ¡¡Gracias!! A todos los que nos formaron y por encima de
todo a nuestros añorados padres, a todos ellos que murieron pensando en
nosotros y derramaron su heroica sangre por Dios y por España.
Pseudónimo:
MARAIMA |