SANTIAGUIÑO

Hace poco mas de un  año que Antonio Povedano me comunicó  el fallecimiento de nuestro compañero de Padrón  Joaquín Flores González, el cual había manifestado poco antes de morir, su deseo de que esparcieran sus cenizas en Santiaguiño, el monte de Padrón donde se dice que el Apóstol Santiago predicó a los cristianos de entonces y donde nosotros, de niños, pasamos los mejores momentos de nuestra infancia.

    Enseguida le dije a Povedano que me avisara cuando llegara el día para acompañarlos, porque me hacía una gran ilusión recordar aquellos momentos pasados hace ya medio siglo, cosa que se dice pronto. Por otra parte, Joaquín y su hermano Vicente, naturales de Sevilla, hicieron la comunión conmigo en mayo del 57, y siempre mantuvimos una amistad sincera.

   Santiaguiño estaba en realidad justo enfrente del colegio, pero para llegar allí normalmente suponía un buen paseo pues teníamos que dar un enorme rodeo, llegando al barrio de  Estramundi, subiendo al final infinidad de escaleras que nunca llegué a contar. Otras veces, el trayecto era mas corto, cuando estaban los dueños del pazo que separaba el colegio del monte y nos permitían cruzarlo. Entonces, en unos minutos estábamos en la explanada donde predicó el Apóstol.

     Casi siempre era un domingo o festivo por la tarde cuando subíamos a Santiaguiño, pero en alguna ocasión era una sorpresa de lo mas inesperada y agradable porque era un día de diario y aquello suponía librarnos por una jornada del trabajo cotidiano, claro está.

     Aquel viernes al medio-día, estábamos en  fila a la puerta del comedor con el barullo acostumbrado, cuando llegó Sor Luisa  aparentemente excitada, dando voces. “ Fuera de aquí” “ No hay comida” “ A la calle todo el mundo “

     Silencio total. Increíble. Nos dejaba sin comer y nos echaba a la  calle. Llamó a  unos cuantos de los mayores para que cogieran unos sacos de comida que ya estaban  preparados y riéndose abiertamente con aquella gracia que tenía, como buena malagueña, nos dijo: andando hacia Santiaguiño, que  vamos a comer al monte.

     En aquellos tiempos no empleábamos el verbo alucinar, pero creo que un equivalente al mismo es lo que sentimos todos  al ver lo que sucedía.

     Un  día en aquel monte de pinos y eucaliptos, cubierto totalmente con un manto amarillo vivo, del color de las mimosas, era lo mejor que nos podía pasar.  Allí se disparaba nuestra imaginación para divertirnos de mil maneras .Unos cazando grillos con las dos técnicas habituales: bien metiendo una pajita o meando directamente por el agujero para que saliera el grillo medio ahogado. Otros se dedicaban a coger lagartos o lagartijas, ciervos volantes, mariposas, etc.. Los mas combativos organizábamos dos bandos y adentrándonos en el monte construíamos las cabañas correspondientes, arcos y lanzas con las ramas de mimosas para  luchar contra  el  enemigo. 

    Enrique Sánchez., “el raspa” también hizo la comunión con nosotros. En cierta ocasión, ya di cuenta del ingenio que tenia. Algunos años mas tarde, en el choe de Carabanchel  Bajo, íbamos por el patio paseando, entonces  alguien se le acercó y le pidió un cigarrillo. Sacó un paquete de celtas cortos del bolsillo y arrugándolo  entre la mano lo arrojó al suelo diciendo: vaya  hombre, no me queda ninguno. Cuando el otro se alejó unos pasos, Enrique se dio la vuelta, cogió el paquete del suelo y me dice : en realidad me queda uno, pero si se lo doy a este, ¿ que me fumo yo esta noche?

   Me viene esto a la memoria, porque precisamente el día de nuestra comunión,  24 de mayo de 1.957, habían ido nuestras madres a visitarnos. Aquella tarde, para celebrarlo,¡como no! Subimos a Santiaguiño y se encontraban mi madre y la del “raspa” que por cierto era de Melilla,  hablando  de sus cosas, pero yo, como el que no quiere la cosa, merodeaba por allí al lado para  oír  lo que decían. Parece ser que mi madre le comentaba que se estaba haciendo una casa nueva en nuestro pueblo de Villoria-León- pero por el momento no me lo quería decir. Acercándome hacia  ellas, le pregunté : ¿ que estas haciendo que ? Una farda, una farda. Que se esta haciendo una farda ( una falda, quería decir) respondió la madre de Enrique, con el mismo desparpajo que él tirara años después aquel paquete de celtas.

    Al paso de mucho tiempo de todas aquellas cosas, cuando mis hijas me sorprendían hablando de mis asuntos y querían saber el motivo de la conversación, invariablemente les contestaba : una farda, una farda.

   Naturalmente que no podían comprender el significado de aquella palabra, hasta que un buen día les conté toda la historia y el origen de “ la farda.” Ahora son  ellas las que riéndose sin rubor, cuando alguien se entromete en su conversación y les preguntan de que hablan, les contestan a la par : una farda, que estamos haciendo una farda.

   Aquel año en que mi madre estuvo en Santiaguiño, quedó maravillada  del monte cubierto  por el color  amarillo de las mimosas en flor. Siempre me decía que le llevara alguna cuando fuera en el verano para plantarla en el pequeño jardín que tenia a la entrada de su casa. Nunca le hice caso porque para mi resultaba ser una planta vulgar que veía por todas partes.

   Ahora, después de los años, me arrepiento enormemente de no haber cumplido aquel sencillo deseo que tan poco me habría costado y tanta ilusión le hacía.

   Es algo que tengo pendiente, y cuando pienso en mi madre, cosa que hago con frecuencia, recuerdo aquella bonita tarde en Santiaguiño y su deseo no cumplido de plantar mimosas en su jardín.

   En cualquier momento me escaparé en solitario a Padrón, subiré al monte y al lado de aquel muro de piedra, donde ella se sentó, cogeré unas cuantas ramas para llevarle  y plantar en la misma tierra donde ahora ella reposa, así cuando florezcan con aquel color chillón y perfume inconfundible, pueda sonreír feliz, donde quiera que se encuentre.

13 de febrero de 2007

 

FRANCISCO.A. ALVAREZ LOPEZ