EL TIEMPO VUELA
Es curioso, parece que fue
ayer y ya pasaron mas de cuarenta años. Me refiero a mi primer viaje en
tren. Tenia yo seis años cuando mi madre me subió el tren en Veguellina
-León- para enviarme a estudiar en un colegio interno en Padrón
–Coruña-.
Mi padre, oficial del
Ejército, había muerto muy joven y mi madre, viuda con tres
hijos, no tenia otra alternativa por nuestro propio bien, que mandarnos
internos al C.H.O.E. (Colegio Huérfanos Oficiales Ejército). Mi hermano
Manuel a Madrid, Maribel a Aranjuez y yo a Padrón.
Al ser yo tan pequeño, mi
madre me encomendó a un señor que hacia el mismo viaje, pero no se
porqué al cabo de unas
horas no supe mas del buen señor y aparecí a medianoche dormido en la
estación de Redondela. La Policía Nacional
me recogió y me llevó a la comisaría de Vigo en la calle Luis
Taboada. En el vestíbulo, a la izquierda había un banco de madera y el
policía, dándome una manta , me dijo : duerme ahí, rapaz. Al dia
siguiente me acompañaron al tren y por fín llegué al colegio de Padrón.
Pasaron como dije mas de
cuarenta años cuando por azar de la vida volví a Vigo destinado como
Inspector de Policía. Me dirigí a la misma calle, la misma comisaría y
...
sorpresa! el mismo banco
de madera, a la entrada, a la izquierda. No puede ser, es increíble ,
pensé. Y acordándome de una pequeña cruz que había grabado en la pata
del banco, me agaché y ....milagro. Allí estaba la cruz. El tiempo se
detuvo de repente. Quedé parado, cerré los ojos y pensé nuevamente
dormir en aquel banco de madera, soñar, volver a los seis años....
Francisco Antonio Alvarez López
Relatos Cortos
EL 77
Segundo Premio Relatos II Día del Pïnfano. Castillo de Santa Cruz 7 de
Mayo de 2005.
Francisco Antonio Alvarez López
Alias: El 77
Fue a mediados del siglo
pasado, exactamente en 1.956, cuando mi madre me llevó desde mi pueblo,
Villoria de Orbigo-León- al colegio de Padrón.
Tenia entonces 6 años y
por ser tan pequeño de edad y mas aún de tamaño, enseguida me pusieron
el apodo cariñoso de Cuchifritín. Mas tarde me quedé solo con Cuchi, el
77, porque al igual que en mi pueblo, en Padrón todos teníamos un
apodo, pero además un número que muchos recordamos todavía.
Gabriel Martínez
Lavilla, el 18, seis años mayor que yo, fue quien primero se ocupó de
mi.
Aquel día en que mi madre
me dejaba en el colegio llorando sobre un banco de madera que había al
lado de la capilla, Gabi se acercó para consolarme. Previamente se había
informado de parte de mi vida preguntándole a mi madre y muy
resuelto me dijo : “ Deja de llorar, Toñin, que soy tu hermano Manolo y
estoy aquí junto a ti”. Con una impresionante cara de asombro le
miro de reojo y pienso: “pues no te pareces en nada”; pero como en caso
de necesidad te agarras a un clavo ardiendo, yo me agarré a Gabriel,
quien desde entonces y hasta hoy es como mi hermano mayor.
El año en que Gabi dejó
Padrón le encomendó mi custodia a Manolito Delgado Almellones, el 58, el
mas fuerte de mi clase. Creo que Manolito se encontraba orgulloso con su
“cargo” pues de vez en cuando decía : “ ojo con tocar a Cuchi, que me ha
dicho Gabriel que lo cuide. “
Y así fue como
transcurrieron mis años en Padrón, con la tranquilidad de pensar que
nadie se metería conmigo a pesar del miedo que siempre tuve a Juan
Moruno, el 121. Pero en honor a la verdad debo decir que nunca me
molestó.
A los doce años, según
me recordaba Antonio Povedano, el 73, rompí la rótula saltando el potro
en clase de gimnasia. Aquello hizo que tuviera que pasar todo el verano
en el colegio con las monjas, porque tenia que ir al hospital militar de
Santiago cada poco.
Fue un verano inolvidable
en todos los sentidos porque yo era el único alumno y por tanto el
centro de atención de los mayores. Alicia me cogía de vez en cuando y
acurrucándome en su regazo yo me encontraba en la gloria sintiendo sus
pechos y sus besos en mi cara. Las monjas me mimaban todas y Sor Carmen
me regaló un precioso peón con su cordelilla que aun conservo todavía.
Mi madre fue a visitarme y me llevó la escopeta de balines con la cual
me entretenía por la huerta del colegio. También Gabi fue con su novia
Merche, su actual esposa. En definitiva un verano extraordinario.
No todo fue vida y dulzura
en Padrón, ciertamente, pero afortunadamente lo bueno superó a lo malo y
en muy poco tiempo aquellas primeras lágrimas se convirtieron en risas;
risas que en una ocasión, por cierto, me costaron pasar la noche
encerrado en un calabozo de la estación de tren de Valladolid de lo cual
tengo por testigo a Isidro Abajo Alonso, el hermano de Andrés.
Cuando en el Choe nos
castigaban en el aula sin salir al recreo, mis compañeros decían:
“venga Cuchi, sal a contarnos historias”. Y yo subía a la tarima
fabulando mis aventuras que todos creían pura invención sin sospechar
que casi todo era cierto, como la noche encerrado en Valladolid,
simplemente por reírme. Por cierto que hoy revelaré el secreto de mi
risa permanente.
Tendría yo diez años mas o
menos cuando vi la película de Marcelino pan y vino y la escena que mas
me impresionó fue cuando el Cristo desde la cruz le habla al niño en la
iglesia.
Las monjas, Hijas de la
caridad, aparte de una corneta blanca en la cabeza, tenían un enorme
crucifijo de madera anudado en un cordón a la cintura. Cuando las
saludábamos por la calle teníamos que besarle el crucifijo.
La primera vez que yo lo
besé, recuerdo que estaba algo triste, y al acercarme a besarlo sentí
como aquel pequeño Cristo, desclavando su mano de la cruz, me acarició
la cara y me dijo suavemente: “ ánimo Cuchi, alegra ese rostro”.
Nunca supe
exactamente si fue cierto o lo soñé pero a partir de entonces he
procurado siempre ir alegre por la vida tratando de animar a todo quien
quiera oírme con esta y otras historias.
Relatos Cortos
PADRÓN.- CAPÍTULO 5:
PERSONAJES CON ANÉCDOTA
Tomás
Gamero García
Alias: Ignacio
Ruiz Alberola
Presentada al Concurso de Relatos II Día del Pïnfano. Castillo de Santa
Cruz 7 de Mayo de 2005.
Dejando a un lado a Leandro, personaje que a mi me parece influyó algo
en el tiempo pasado en Padrón, hay otros que , aunque no están
directamente relacionados conmigo, si surgió algo que me llamó la
atención y que se comentaba entre los demás compañeros.
“La Señora”. Yo no la vi nunca, si que la oí. Y si que oía comentarios
de que estaba ciega, que la había abandonado su familia, aunque tenía
mucho dinero. No la tenía muy localizada, me han contado que iba a misa
con nosotros. Era un personaje enigmático, más producto de la
imaginación que de la realidad... era real, si, pero quiero decir que se
contaban muchas “invenciones” a su costa. Chillaba mucho. Un buen día
nos dijeron que había muerto.
“ La Pobre”. Pequeñita, menuda, enjuta. Todos los días en el recreo de
antes de comer la veía pasar con una fiambrera. Iba vestida de una
manera muy sencilla, pero sin llegar al calificativo de “pobre”, aunque
yo la viese así. Al poco rato salía con una bolsa y dentro la fiambrera
( imagino que con comida) y una barra de pan que sobresalía de la bolsa.
Una mañana, como siempre, entró por la puerta y casualmente nos
encontrábamos haciendo algo por allí. Al verla y saludarla ella fue la
que empezó la conversación. Después de preguntas y preguntas nos
atrevimos a pedir que nos contara algo de ella. Nos dijo que era
marquesa pero que se había arruinado a causa de su marido que era muy
aficionado al juego. Ahora vivía en una casita que le había dejado el
alcalde y las monjas le daban la comida. Cuidaba a una señora anciana y
con eso tenía para vestir... No sé si nos lo creímos... puede. Pasó por
allí una monja y le dijo- muy enfadada- que dejara de contarnos
historias, que éramos muy pequeños... Cada vez que la veía pasar me
entraban unas ganas de preguntarle cosas.... De esas personas que
rezuman bondad por todos sus poros... o lo parece. En el pueblo, alguna
vez nos la cruzábamos y nos saludaba muy amablemente. A mi me
entraba “esa cosa” al verla con su tartera en la mano.
El Párroco: No me acuerdo de su nombre. Para mi era una persona mayor,
encorvado, de hablar pausado... nos echaba unos sermones de “ padre y
muy señor mío”... nunca mejor dicho. Cuando confesaba yo no le entendía
nada de lo que me decía. Su penitencia preferida era cinco avemarías...
lo tengo tan grabado porque a todos nos ponía lo mismo.
Venía todos los días a decir misa... nosotros a medio dormir, ya que era
lo primero que hacíamos recién levantados... con un hambre... Si
comulgabas, por lo menos tomabas “algo” antes de desayunar.
Un buen día nos dijeron que había muerto. Escogieron a un grupito para
que fuésemos al entierro. Yo me imaginaba que sería eso, ir al entierro,
pero no: nos subieron a su casa , el estaba de cuerpo presente en el
comedor... y allí que nos metieron. Yo no había visto un muerto en mi
corta vida así que ¡ el susto que me di fue morrocotudo”. Estuve varias
noches sin dormir. Con la imagen del cura en mi mente .No me la quitaba
de encima. Lo que más recuerdo es que tenía una nariz grandísima...
eso... una narizota.
“ Los
Militares”: De vez en cuando nos visitaban un grupo de militares.
Charlaban con nosotros, nos preguntaban qué queríamos ser de mayores...
en fin hacían un poco de labor social. Lo recuerdo como un
acontecimiento importante. Tenía que estar todo ordenado, nos teníamos
que portar muy bien, contestar educadamente... en fin las monjas ya nos
daban las indicaciones oportunas para que se llevaran una “buena
impresión”.
También eran los encargados de traernos los Reyes por Navidades. Algunos
se iban de vacaciones a casa. Los que quedábamos se procuraba pasar lo
mejor posible. En la sala de visitas hacíamos un belén muy grande.
Ayudábamos todos. Las comidas eran un poco mejores y en el ambiente se
reflejada algo menos de rigidez que en los días “lectivos”
El sentimiento “de pena “ que te inundaba, no te lo quitaba ni el mayor
juguete del mundo, y eso que todavía “sólo” llevabas tres meses fuera de
tu familia. Pero en esos días ya se sabe. Los recuerdos como muy fríos,
de todo, de temperatura y de sentimientos. La perspectiva en el tiempo
ha aliviado algo esos momentos , pero lo pasabas realmente mal. Te
alegrabas algo si recibías algún paquete, pero en casa no podían ni
eso...
Los militares venían a pasar el día con nosotros y a entregarnos los
regalos. Me acordaba del Mecano que me dejaron en Las Mercedes. Aquí la
cosa fue más “modesta”: balón y libros. Creo que todos eran de color
amarillo y los libros de aventuras y de ‘¡ vidas de santos”. El de
“San Ignacio de Loyola” lo conservo todavía... con sus tapas de cartón y
las hojas gruesas y duraderas.
Relatos Cortos
GUARDIA A FORMAR
Mariano Barrio
Rodriguez
Alias:XOCHIIMILCO
Presentada al Concurso de Relatos II Día del Pïnfano. Castillo de Santa
Cruz 7 de Mayo de 2005.
Este pequeño relato cuenta la historia del
primer pínfano, al que con tan solo 17 años le formaron Guardia de
Honor, cuando se presentó en la entrada de un cuartel.
Este pínfano se incorporó al colegio de La
Inmaculada, donde durante su primer año de estancia, en el mismo,
estudió 4º. de aquel bachiller de entonces. El curso le fué bastante
mal: el reciente fallecimiento de su padre; no se adaptó en
ningún momento a su nueva vida; el frio que hacía en Madrid (él provenía
de las tierra cálidas del norte de África y a veces tenía que dormir
totalmente vestido, hasta que un día le pilló EL TOPO y se acabó el
calorcillo).
En definitiva durante todo el curso, tan
solo salió de paseo UN DÍA (el de la Inmaculada) puesto que había
amnistía, el resto de festivos y domingos siempre estaba castigado,
aunque creo recordar que un día consiguió estar solamente castigado por
la mañana.
Como es lógico, cuando dieron las notas del
curso: 4 supersuspensos, Matemáticas, Francés, Latín y Física (si
no me traiciona la memoria ¿hace tanto tiempo!).
¡Uf!, menudo disgusto en casa de mis tíos,
que era donde iba a pasar el verano.
Mi tío era un hombre muy estricto, así que
cuando llegamos, al Cerro Muriano, tuvimos un corta y fructífera
conversación; de aquel intercambio de pareceres salió la siguiente
solución:
Todos
los días a las 7 de la mañana, arriba. A sacar agua del pozo, junto con
tus primos y los guardeses, para regar los frutales (en aquellos tiempo
en Cerro Muriano, no había casi agua corriente y en días alternos se
servía a través de un grifito que había en cada casa y chalet, durante
la mañana, agua potable (entonces no existía el agua mineral, la que
había era solo para los enfermos, quién pudiera pagársela, claro), por
lo tanto diariamente había que sacar agua de un pozo que estaba a 30
metros de profundidad, con su correspondiente cuerda, cubo y polea (es
decir a brazo partido).
Una vez finalizado el regado, un buen
desayuno y a estudiar por de 9 a 13 y de 17 a 20. Tu primo Emilio (este
estudiaba 3º de Caminos) te dará clase de matemáticas y latín; tu primo
Jose-Manuel (este iba en 4º de Medicina) lo hará de física y francés.Bien entendido que si no te sabes la
lección, cuando te la tomen, según el horario que ellos decidan, si es
por la mañana no te acostarás la siesta y si es al final de la tarde, no
te irás a la cama hasta que te la sepas.
Menudo verano que se tiraron
mis primos.
Bien, cuando volví en septiembre a La
Inmaculada, la super preparación que hice durante el verano me llevó a
que durante el tiempo que duraron las clases, conseguí no efectuar los
correspondientes exámenes y ante el asombro de propios y extraños,
conseguí cuatro notables.
El siguiente curso aprobé todas las de
cuarto a la primera, lo mismo que la Reválida.
Los dos siguientes cursos, los hice en El
Bajo, donde pasé sin problemas finalizando el Bachillere Superior.
Yo quería ser médico, pero mi madre y mi
tío decidieron que lo mejor era que estudiara para militar, porque así
nada mas acabar la carrera ya tendría un buen sueldo para cuidar de mi
madre.
Estuve en el Alto hasta que nos llevaron al
reconocimiento médico y entonces descubrieron que era daltónico (al paso
de los años lo que se detectó es que tenía una falta supina de educación
cromática) y como es lógico me dieron de baja, enviándome a Valladolid.
No hay nada importante entre este momento y
el año 1961, no recuerdo las causas exactas, posiblemente porque no
daba ni golpe en el colegio de Valladolid, el caso es que entre,
nuevamente, mi tío mío y mi madre, decidieron que la única solución que
tenía mi falta de amor al “trabajo” v.g.: el estudio, era, como
se decía en aquellas tiempos: SENTAR PLAZA.
Ingresé voluntario y una vez finalizado el
periodo de instrucción, pasé a mi destino final en el Ministerio del
Ejército, allí muy cerquita de las oficinas del Patronato, comencé
a visitarlas a menudo y no se como un día surgió la conversación:
- ¿por qué no
ingresas en Zaragoza?
-
porque soy
daltónico
- no te
enrolles Charles Boyer
-
oye que
sí, que me pasó esto… en Carabanchel
- vamos
a ver al comandante médico
Después de varias pruebas, se me dijo que
lo que me pasaba es que no me sabía todos los colores.
Y de ahí mismo me enviaron a una academia
preparatoria que había, creo recordar, en la calle Preciados, cerca de
la Pza. de Santo Domingo, comenzando la preparación, de inmediato.
Bien como era necesario preparar las
pruebas físicas, hablé por teléfono con el capitán Villalba (hijo del
general) que era el capitán de mi Compañía, aunque yo estuviera
destinado en un gabinete del Ministerio y me autorizó a usar el gimnasio
que tenía nuestro regimiento, en Campamento.
Un día me puse en marcha y decidí ir hacia
dicho gimnasio. Para llegar al cuartel había que andar un buen trecho
por una carreterilla desde la cual se divisaban las instalaciones del
cuerpo de guardia, a bastante distancia; lo mismo que yo veía
perfectamente desde lejos las instalaciones, desde las mismas veían todo
lo que iba por la carretera.
En aquella ocasión ¡menudo rollo me monté!,
me había puesto el uniforme que todavía guardaba del CHOE, y además
conservaba aquella funda blanca que se ponía en la gorra del Alto;
cuando llegué a la entrada me habían formado la Guardia, porque el cabo
(que era mas bruto que un arao) me había confundido de lejos (según
manifestó posteriormente) con un alto cargo de La Armada.
Al final todo se aclaró y yo me libré de un
paquete de órdago, gracias al capitán Villalba y a que ese día estaba
haciendo las veces de capitán de cuartel, mi amigo el alférez Cuesta,
que fué mi jefe durante el periodo de instrucción.
Así fue como un pínfano de diecisiete años
fue recibido con honores.
FIN
Autor: XOCHIIMILCO
Relatos
Cortos
RECORDANDO LA “CASONA”
Y GUADALAJARA
El día 10 de Junio
de 1.881, su Majestad el Rey D. Alfonso XII y en su nombre su augusta
madre Doña María Cristina, cedió onerosamente, el palacio de las reales
caballerizas a las huérfanas de Jefes y Oficiales del Ejército Español
para destinarlo a Colegio.
Se hicieron cargo de la formación de las alumnas, las R.R. de la
Congregación de la Sagrada Familia de Burdeos, nuestra querida e
inolvidable “casona”. En ella convivimos como verdaderas hermanas, miles
de generaciones, hasta el Curso 1.971.
¡Qué felices fuimos! Y con gran cariño y reconocimiento recordamos a
nuestras queridas monjas, entregadas día y noche a nuestro cuidado y
formación; soportando nuestras “travesuras” y demás malos ratos que les
dábamos, poco conscientes de su gran paciencia.
Con el paso de los años, todo se fue deteriorando y las “termitas”, que
por lo visto querían gozar de nuestra felicidad, se fueron haciendo
dueñas de clases, dormitorios etc. Y no hubo más remedio que dejarlo y
trasladarse a otro lugar.
El curso 1.971, empezó ya en Guadalajara en la antigua Academia de
Ingenieros (que se había quemado hacía años).
Allí se construyó un soberbio colegio que en nada tenía que envidiar a
un hotel de cinco estrellas.
¡Qué campos de deportes!, jardines, 2 piscinas, una de ellas climatizada
y otra al aire libre en la que las niñas disfrutaban. Al Colegio no le
faltaba un detalle.
Los dormitorios
eran individuales, tenían además amplios y confortables salones. Uno por
grupo, mayores, medianas y pequeñas.
Pero los tiempos
cambian para todos y no digamos para la juventud. Nuestras monjas se
hicieron mayores y las vocaciones ya eran escasas por lo que en 1980
hubo que dejar el centro. Su regencia se encomendó a una Directora,
licenciada universitaria seglar, hasta que en el año 1981 volvió a la
Dirección un Coronel del Ejército como antaño.
Mª del Pilar y
Encarnita Sainz Cantero.
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